jueves, 31 de diciembre de 2020

Años

 



Por mucho tiempo, la fiesta de Año Nuevo significaba para mí la casa de mis abuelos abarrotada de gente, la visita de parientes y vecinos, tardes calurosas y apresuradas de preparativos, y una noche donde la gente parecía ser víctima de un embrujo de alegría: baile, champaña y comida. Abrazos, por supuesto a la medianoche, después de la cuenta atrás por la radio, a las doce la canción nacional y, luego, el pertinente pie de cueca.

Los años se sucedían uno tras otros sin grandes cambios para mí. Mis hermanos crecían, los abuelos y padres envejecían, los parientes y vecinos iban y venían. Chile parecía crecer con una parsimoniosa progresión, mientras iba dejando un reguero de gente en el camino. La primera gran diferencia para mí se dio en la adolescencia, la que en mi caso, vino acompañada de un brote severo de misantropía. Los Años Nuevos (como las demás festividades anuales) se volvieron una obligación desagradable de cumplir. Mis tías y sus temas de conversación farandulera, los vecinos molestos y sus preguntas por pololas que nunca tuve, mis abuelos que no compartían mis gustos adolescentes: escuchar música y jugar Super Nintendo; y mis padres, que me obligaban a participar de la fiesta "y con la cara llena de risa". Por varios años me duró la tontería, pero la vida, que casi siempre se encarga de ponernos en nuestro sitio, me enseñó de su forma favorita: quitándome cosas. Primero mi abuelo. La fiesta empezó a palidecer. Los vecinos habían envejecido y fueron desapareciendo de a poco. Luego, las tías. Cada vez éramos menos en el patio de la casa de los abuelos. Cada vez menos música, menos baile, menos abrazos.

Entonces, tuve mi tregua personal. Tarde, pero la tuve. Por fin mis manos dejaron de transpirar, pues la mano de un mujer me curó de eso y de muchas otras cosas que padecí hasta ese entonces. Y las fiestas y el Año Nuevo relucieron nuevamente para mí, porque ya había alguien a quien besar y abrazar primero. Pero la vida. Yo. 

Ella también se fue. Las cosas nuevamente deslucieron, el Año Nuevo se cubrió de una patina cada vez más opaca. Las hojas del calendario se llevaron a mi abuela y mi tío. Ya nunca más vimos a otros familiares. La casa de tantos años también cambió de dueño junto a miles de recuerdos. Y nos fuimos quedando solo. Me fui quedando cada vez más solo. 

Este año se va, y qué bueno. Quizá que cosas nos depare el futuro. Llegué a un punto en que no veo más allá del día de mañana. Todo se mueve a una velocidad agobiante y yo soy la ramita que flota en la corriente. El reloj me dice que faltan dos horas para el cambio de año. Haré lo posible por estar alegre, después de todo, mañana será primero de enero. 



sábado, 27 de octubre de 2018

Señora Ana








Tuve la suerte de conocer a la señora Ana. O conocerla, tal vez, sea una exageración en realidad. Digamos, más bien, que pude saludarla una vez, estrechar su mano y decirle con someras palabras cuánto la admiraba. 

Fue en el 2010, en la catedral de Santiago. Durante un tiempo entre ese año y 2011 tuve un trabajo menor en la Comisión Valech dos, en el archivo. Sucedió que justo en ese período falleció Monseñor Valech, en honor de quien la comisión de DD.HH. llevaba su nombre, y sus funerales se realizarían en la catedral. Allí, entre la multitud de quienes despedían al Obispo Auxiliar Emérito de Santiago, fue que divisé a la señora Ana. Estaba apoyada contra una de las columnas, con unos claveles en la mano, acompañada de un joven. 

Para quienes crecimos con familias opositoras al régimen atroz del tirano y su séquito de malas yerbas, la señora Ana González era algo así como una leyenda, un testimonio vivo y latente. Mi familia, desde pequeño, nos habló de ella y de muchos más que habían perdido a sus seres queridos por no llevarles el amén a los traidores, y que a pesar de la represión, de las amenazas y del miedo, siguieron luchando sin claudicar por encontrarlos y por el regreso de la democracia, el derecho y la libertad a Chile.

Vivo, hasta hoy, tengo el recuerdo a mi madre contándome de la señora Ana. Con los ojos grávidos de lágrimas, su relato resuena en mi memoria. Ella siempre se preguntó cómo una mujer podía sufrir tanto y encontrar la fuerza para seguir. Dos hijos, su nuera embarazada y un nieto, el que gracias a Dios fue abandonado en la calle y encontrado por vecinos. Después, el marido, secuestrado por siniestros hombres mientras iba a buscar alguna información de los familiares desaparecidos el día anterior. 

Tanta pena y tanta lucha. Tanto clamor y tan poca verdad. Se fue la señora Ana sin saber a dónde se llevaron a sus hijos, su nuera y su marido, Manuel Recabarren, emblemático apellido en la historia de nuestro país. Se fue sin poder sepultar a sus muertos como corresponde. Se fue sin poder conocer un nombre, al menos, uno solo de los nombres de los hombres responsables. Sin justicia y sin verdad. Una deuda, una mancha en el alma de Chile.

Ese día en catedral me acerqué a ella. 

- Disculpe, señora Ana. No quisiera molestarla, solo quería saludarla y decirle que es un honor para mí conocerla. 

Ella me sonrió y de inmediato me tendió su mano, ya arrugada por el paso del tiempo, pero de vistosas uñas rojas y largas.

- Un gusto joven. Muchas gracias.- me respondió.

Fue solo un momento. unos segundos. Pero yo me quedé con la certeza de haber tomado la mano no solo de una luchadora incansable por la justicia y la verdad, sino la mano de una mujer que es y será un fragmento doliente y testimonial de la historia de Chile. Como país le quedamos en deuda, le debemos la más grande de las disculpas. Al menos, para quienes tenemos fe en que hay un lugar mejor más allá de esta tierra, para quienes creemos en Dios, tenemos la certeza de que volverá por fin a reencontrarse con toda su familia.

Adiós, señora Ana.

martes, 11 de septiembre de 2018

Seguiremos






Y tú, ¿dejarías de buscar?
dime, hermano, en verdad, ¿detendrías tu búsqueda?
dejarías de levantar las piedras?
de apartar el polvo de los desiertos con tus manos?
Hermano, hermana. Hombre, mujer o niño,
vecino, compatriota
dime, ¿claudicarías? ¿acaso el tiempo aplacaría tu dolor?
desvanecerían los años el recuerdo amado?
la ausencia se llenaría de nuevos recuerdos?
Dime, hermano, sinceramente
si a la mitad de la profunda noche
a patadas en la puerta, hermano,
entraran hombres que fueron hombres
y te arrancasen el corazón
que puede ser una madre
que puede ser un hijo
que puede ser una hermana, hermano
dime, ¿no bajarías al mismo infierno para encontrarlo?
Conozco tu respuesta, hermano, hermana.
Todos la sabemos y aun así, hermano,
hay quienes pretenden que olvides
puerilmente te piden que voltees la hoja
que guardes los claveles rojos
y la foto que por años has prendido a tu pecho.
Pobres almas
Pobres almas
Se puede olvidar la mano de tu madre en tu frente?
se puede olvidar el picor de la barba tu padre al besar tu mejilla?
puede olvidar la madre el dolor con que parió a un hijo
y cómo ese dolor se disolvía en amor?
No hermano.
No hermana.
Nunca dejaras de buscar
el corazón y la sangre de nuestros hermanos
sigue clamando
desde los abismos del mar
desde el polvo y sus raíces
en cada sitio donde el odio pretendió borrarlos
desaparecerlos
negarlos
en cada calavera
en cada zapato
en cada pedacito de hueso
está el triunfo de la vida,
hermano, hermana.
Seguiremos buscando.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Abuela






El recuerdo de mi abuela está ligado a muchas cosas, cosas tangibles, materiales. Su delantal, por ejemplo. Siempre llevaba puesto su delantal de cocina en casa. No solo ella, sus vecinas también. Siempre el delantal... los delantales, porque eran varios, de colores diversos, modelos diferentes, a veces más grandes y a veces pequeños. Los paños de cocina blanquísimos, hechos de sacos de harina, porque decía mi abuela, que secaban mejor que cualquier otro paño los platos. La artesa de madera que por años estuvo en el patio, bajo la sombra del ciruelo, donde los sábados la abuela refregaba y escobillaba la ropa, o bien la enjuagaba después de sacarla de la "lavadora redonda" marca Fensa. La caja de Omo siempre al lado, junto a la tabla de escobillar. 
La bolsa del pan que alguna vez fue de una resistente tela verde. La panadería donde de lunes a sábado, a eso de las cinco de la tarde, compraba el pan y los "dulces" que allí se preparaban. La panera de metal, la azucarera abollada, la tetera saltada, la frutera siempre llena, porque para ella era una afrenta si estaba vacía.
El viejo refrigerador con la palanca en la puerta (tenía hasta cerradura, para echarle llave), la puerta de la cocina siempre abierta... como la puerta de la reja de entrada. Casi nadie pedía nunca permiso para entrar en su casa, la casa de mis abuelos.
Las plantas, los árboles. El laurel, el almendro, el nogal siempre medio podrido. La yerbabuena, el toronjil, la menta, la ruda y su fragancia contra el mal... las rosas del jardín.
Las Fiestas Patrias y sus miles de empanadas. Los pasteles de choclo cocidos en horno de leña (¡un tambor adaptado!), las humitas... los Años Nuevos y la gente colmando la casa. Los vasos llenos, la comida abundante, la música que salía del viejo National Panasonic. 
La mermelada de damascos...
Las manos de mi abuela. Pecosas. Arrugadas. 
Me quiso mucho, lo sé. A su particular forma de mujer sencilla. Niña de campo que antes de la pubertad supo del trabajo en la ciudad adonde tuvo que emigrar. Mujer que lavó ropa ajena, cocinó para otros, planchó camisas y trapeó pisos que no eran el suyo.
No sé si mi abuela fue feliz alguna vez en realidad. No era una mujer de sonrisa, ni menos de risa. Nunca la escuche cantar o silbar (bueno, en misa sí cantaba... y muy mal). Pero cuando la senectud le fue minando la cabeza, la vi reír como nunca antes con tonterías, con películas de la tele. Vi la alegría y el gozo en sus ojos con las películas de Jorge Negrete y sus rancheras. Era como si el tiempo le hubiese dado una pequeña tregua para volver a la infancia, esa infancia que la injusticia, la pobreza y la iniquidad del mundo le habían negado. Aún cuando ya no sabía quién era yo, ni recordaba dónde había vivido por más de sesenta años... aún cuando ya su cuerpo dejó de responderle, la vi reír, como me hubiera gustado que siempre riera.
Se consumió, se fue empequeñeciendo y apagando. Se fue haciendo tan leve como un suspiro. Yo no tuve el valor de verla cuando dejó la casa y el patio, y los árboles, las plantas, su cocina, la bolsa del pan y sus delantales...
No sé, abuela, si fuiste feliz alguna vez. Con todo mi corazón deseo que ahora sí lo seas. Que te presenten a Jorge Negrete y que con mi abuelo tengan la casa lista para celebrar cuando nos veamos de nuevo.
Gracias, abuela.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Consejos para un pobre y triste huevón...





Pobre y triste, huevón,
abre los ojos de una vez,
estás mal, Huevón, estás mal
¿Qué es eso de remar contra la corriente?
No ves que el mundo siguió su marcha
pese a tus reclamos
y seguirá marchando cuando de ti no quede
ni un recuerdo, ni menos
quien te recuerde.
Despierta, Huevón, despierta.
¿De verdad te quieres quedar a la orilla del camino?
Deja atrás tus supercherías
Qué es eso de Dios?
Qué es eso de hermanos?
Qué es eso de justicia?
La verdad, Huevón, la verdad
es que cada uno pela su propio chancho
y las uñas sólo deben rascar tu propio lomo
(o a lo sumo el lomo de quien puedas lucrar)
Si existe dios, Huevón, si existe,
es Mammón y ningún otro,
convéncete, Huevón, convéncete
y deja ya toda esa mierda, esa filosofía barata
esa sabiduría inútil de ratón de biblioteca
esa odiosa mentira del mundo interior.
Vive la life, Huevón, vive la life
no vaya a ser que te mueras sin haberlo 
hecho y probado todo
y si en el camino queda otros pobres huevones
tirados, allá ellos, que se jodan
la felicidad es para cualquiera,
pero no para todos.
Así que ya sabes, Huevón, 
pobre y triste huevón,
córtala con las quijotadas, déjalas para esos
libros que ya nadie nunca leerá
¡Adiós memento mori!
¡Bienvenido carpe diem!
No existe lo bueno y lo malo, Huevón
No hay más ley que ésta, Huevón:
Oferta y demanda,
El más fuerte sobre el más débil.
Entiende de una vez, Huevón, entiende
eres un dinosaurio: evoluciona o muere.
Después de todo: nada
no hay nada después de esto, Huevón, nada.
La trascendencia fue el invento más cruel jamás creado.

sábado, 23 de febrero de 2013

Los fumadores


Que me perdone mi padre. Que me perdonen varios amigos, compañeros, conocidos, colegas... que me perdonen, pero... ¡Cómo detesto a los fumadores!
No me malinterpreten. Quizá la mayoría son buenas personas, responsables, trabajadores... eso hasta que fuman. Hasta que empiezan a echar humo sobre moros y cristianos, hasta que sacan su dichoso cigarrito a la hora de comer, de tomarse un café, de conversar...
Hace poco estuve en un hospital. Llevé a mi abuela por un problema cardíaco. En la sala de espera, claro, nadie fumaba, gracias a Dios, pero a la salida de ésta, ¡Parecía chimenea! Usted dirá que era un área abierta y por lo tanto, se puede fumar... ¡Pues no! Estaba techada, por lo que el humo no se disipaba con facilidad. Pero, lo que es peor, había niños, mujeres embarazadas, ancianos y personas que, como yo, simplemente, no fumamos. Por supuesto que eso no era impedimento para que los esclavos de la nicotina fumaran y fumaran. A mi lado, una bella señorita, fumaba impunemente mientras me arrojaba humo sin compasión. Pasa lo mismo en plazas, calles, parques... sin ir más lejos, hace unas semanas, frente a un inmenso letrero de NO FUMAR colocado en el estacionamiento subterráneo del Mall Plaza Vespucio, tres mujeres fumaban muertas de la risa. Quizá no me hubiese importado mucho, de no ser porque estaban justo al lado de la máquina para pagar el estacionamiento. Con toda gentileza les señalé la prohibición de fumar que imperaba en el lugar. Por supuesto que sólo recibí por respuesta amorosos improperios... lo mismo me pasó una vez en el metro estación Lo Vial con un señor muy elegante que fumaba en las boleterías.
Y para qué vamos a profundizar en esa costumbre tan arraigada de arrojar colillas donde sea... ¿Ha observado alguna vez el piso del Paseo Ahumada? ¿El suelo de la Plaza de Armas? ¿Un paradero de microbús? Colillas y colillas por todos lados... lo mismo ocurre si usan fósforos para encender sus liados de cáncer.
En Chile, se supone que tenemos una ley bastante dura respecto al tabaco. En marzo, debiese endurecerse aún más, con la prohibición total de fumar en cualquier espacio cerrado (inclusive en hoteles, bares, restaurantes y discotecas), sin embargo, esta ley de nada sirve si no se produce el cambio cultural necesario. El cambio que haga de una vez entender no sólo los daños ya archicomprobados del tabaco, sino también el respeto que debe imperar por quienes no fuman, el respeto por los espacios públicos y el bien común.
Podría usted preguntar, amable lector, bueno, ¿Y qué pasa con los derechos de los fumadores? Pues bien, tienen derecho a fumar, sólo que no cuando eso implique dañar a los demás. En un bar "sólo para fumadores", podría usted pensar, qué mal hay en que se fume... ¿Y el barman fuma? ¿Los garzones, la cajera, los cocineros? El personal tal vez no fuma, pero está obligado a inhalar el humo de los que sí... eso se acaba en marzo, aunque pese a dueños de restaurantes y fumadores. En este caso la libertad individual debe supeditarse al derecho a la vida de todos.
Sé que mis quejas y la ley puede molestar a varios fumadores de sobremanera. Ya he tenido varias discusiones con algunos fumadores respecto a este tema... ¡Que la libertad, que el derecho! algunos fumadores incluso bien izquerdosos tratan de fascista a esta ley o a quienes la defienden... mientras, no les importa seguir llenando las arcas de la British American Tobacco cuando pagan más de dos mil pesos por una cajetilla de cigarros.
Para terminar, una última reflexión: fumar es malo. Basta de justificaciones, de eufemismos, de excusas. Fumar es dañino y punto. Todos lo saben, fumadores o no. Así como es malo el exceso de alcohol, el exceso de grasas y azúcares, la vida sedentaria, etc. Los fumadores deben aceptar esta verdad y desde ella también contribuir al cambio cultural que Chile necesita. Ojalá puedan dejar la opresión del cigarrillo, pero si no, por opción o por adicción, si siguen fumando respeten a los demás, no ensucien y no defiendan lo indefendible. Quizá sólo así, algún día, nuestro país deje de ser el único de la región en donde el consumo de tabaco aumenta en lugar de disminuir.

jueves, 17 de enero de 2013

I'm back


Ha pasado mucho tiempo. Un año casi desde que escribí por última vez aquí, en mi abandonado, pero bien amado blog. El 2012 no fue para mí un año sencillo, más bien podría decir que fue casi un año muerto, y eso que no se cumplió -afortunadamente- ninguno de los siniestros anuncios acerca del fin del mundo... siempre lo dije, era más sencillo creer que a los no tan dichosos mayas simplemente se les acabó la roca en que seguir tallando calendarios, que creer en el fin del planeta y la raza humana. Principio de parsimonia, simplemente. 
En fin, no sentí realmente ganas de escribir durante el 2012, y si de pronto me venían, pronto las sepultaba con televisión o viendo ridículas páginas en internet (ya me sé todos los memes de memoria...  desde los 150 primeros pokémon que no me pasaba). 
Sin embargo, quizá algo si cambió con el fin del año. Sentía cada día más la necesidad de volver a escribir, de opinar, de decir algo al mundo, aunque al mundo le importe un bledo lo que alguien como yo pueda decir. Así que por eso estoy volviendo a escribir. Aunque sea sólo como un ejercicio, un fútil empeño por trascender... un pequeño grito en la inmensa oscuridad, en el vacío, en la internet.

viernes, 16 de marzo de 2012

Todos fuimos, una vez, una semilla.





Ha sido álgido el debate durante las últimas semanas acerca del aborto terapéutico. No es un tema nuevo, ya varias veces antes, ha estado en la palestra y se ha intentado legislar acerca de éste. Cierto es, que hasta 1989 existió en nuestra legislación sanitaria el derecho de practicar abortos terapéuticos cuando la vida de la madre corriese riesgo o el desarrollo del feto fuese inviable, es decir, no pudiese vivir después del parto -o al menos no más allá de un brevísimo tiempo-. 
Las llamada "leyes de amarre" aprobadas por una frenética junta militar, borraron del código sanitario el aborto terapéutico. Me imagino, presionados por sectores ultraconservadores que veían con "horror" como civiles estaban ad portas de ingresar a La Moneda después de 17 años. Luego, durante años, se intentó reponer, sin éxito. Varios proyectos entraron al congreso, pero ninguno fructificó.
Bien, este es el contexto que necesitaba para poder exponer mi opinión.
No puedo estar a favor del aborto. Como no puedo estar a favor del asesinato. Creo, no obstante, en la necesidad de legislar acerca del llamado aborto terapéutico para casos muy específicos y determinados. Si la vida de la mujer corre un riesgo inminente, por ejemplo. También en casos comprobados de inviabilidad del embarazo. Me parece absurdo y cruel sustentar por nueve meses el dolor de quien sabe no verá con vida a su hijo más allá del parto... ¡Pero atención!, éstas deben ser decisiones de la madre y el padre, no del Estado. Hemos conocido casos de mujeres que han decidido -pese a poder ponerle término antes- terminar un embarazo inviable, dar a luz y tener el derecho y el consuelo de dar una sepultura al hijo que no pudo vivir. Sería, entonces, la casuística la que garantizaría el derecho al aborto terapéutico.
¿Y en caso de violaciones? Me cuesta más dar una opinión en este caso. Creo que diría que no me parece, puesto que no es culpa del niño la aberrante actitud del violador, pero no será yo quien cargue con el dolor de aquella mujer abusada... es difícil, pero me imagino que en esos casos, la oportuna entrega por parte del Estado de la llamada "Píldora del día después" sería una buena solución. Nuevamente, si ésa es la decisión de la mujer violada.
Bien esta es mi opinión. Lo es hace tiempo para este tema y nunca he dejado de expresarla cuando en el contexto que sea, me es requerida. Como podrá imaginar, respetable lector, no siempre ha sido bien acogida. Muchas veces se me ha acusado de retrógrado cavernícola. Sin embargo, creo firmemente en mis argumentos para sostenerla. Júzguelos usted:
No puedo estar de acuerdo con el aborto universal por la sola decisión de la madre o de los padres, porque no atañe a ellos decidir por un tercero (En este momento los pro abortistas se escandalizan) ¿De qué tercero hablamos?, me preguntarán... pues simplemente de aquel que está esperando nacer en el útero de la mujer (Acá los pro abortistas esbozan la primera sonrisa irónica)... ¿Es un ser humano aquel microscópico atado de células? Pues para mí, sí, y lo es desde su concepción, desde el momento mismo en que dos células haploides forman una solo célula diploide: el cigoto (en este momento, los abortistas ya se carcajean y piensan "otro fanático religioso. O es canuto o es opus").  Comienza entonces, la contrarrespuesta: para muchos, aquella asociación de células, el cigoto o la mórula o inclusive el embrión, no constituyen para nada un "ser humano", por lo que, no goza de los derechos aplicables a los demás seres humanos. Inclusive, hay algunos, que afirman que mientras sea un nonato aquello que late en el vientre se la mujer, no puede hablarse de ser humano, puesto que para serlo, es preciso primer "nacer". 
Personalmente, esas posturas me "escocen" bastante. Claro que es decisión de cada uno considerar o no cualquier vida como algo sagrado -Quisiera ver que alguien me niegue que un par de células no son vida-, pero me molesta más cuando quienes no ven en un embrión humano a un Ser Humano (Y por lo tanto DIGNO), ponerse la camiseta de defensores de la naturaleza y los seres vivos... ¡No a la matanza de focas, pero sí al aborto! Como que algo no me cuadra... y no es que esté de parte de los japoneses arponeros ni de la caza de zorros, pero si soy capaz de sentir una honda y sincera conmiseración por un pobre cachorro abandonado, que no tienen la culpa de haber nacido... ¿Cómo no soy capaz de sentir algo por una vida -insisto- humana que se gesta?
Más escozor me genera, aún, cuando los abortistas universales enarbolan la bandera de los Derechos Humanos. Claro, me dirá usted, ¿Qué pasa con la libertad?, ese inalienable derecho a decidir. La mujer debiera tener el derecho, después de todo, ella es la que lo llevará adentro nueve meses. ¿Pero que derecho está por sobre el otro? ¿La libertad o la vida, que también es un derecho? 
Si tengo relaciones sexuales consentidas hoy en día, sé lo que me expongo. Sé que hay varias cosas más allá en una relación sexual que el mero goce y el pasar un buen momento. Sé que hay sida, chlamidya, hepatitis, papiloma humano y, una alta taza de probabilidad de embarazo. ¿Entonces? Ante todo eso surgen los condones, las pastillas anticonceptivas e, inclusive, el arcaico invento de la monogamia o la abstinencia. Cuando decido libremente tener relaciones sexuales, hago uso de mi libertad, pero también debo ser responsable y hacerme cargo de las consecuencias de ese ejercicio de la libertad. Hoy en día, cualquier consultorio reparte condones y no me digan que una niña de 16 no sabe que puede embarazarse si tiene relaciones sexuales. ¡Claro que hace falta mayor educación sexual! ¡Claro que hay falencias! pero por sí solas no constituyen la excusa para la existencia del aborto. 
Vuelvo al abortista defensor de los Derechos Humanos. Le pregunto: Cuando un agente de la CNI golpeaba a una mujer embarazada... ¿La golpeaba solo a ella? Y cuando le ponía corriente, cuando la violaba, cuando sumergía su cabeza en un barril de orines ¿Solo ella sufría esos vejámenes? ¿La vida que llevaba dentro era inmune a esa realidad?
¿Y qué hay del desarrollo personal de la mujer? Podría preguntarme usted, con justa razón. ¿Qué pasa con la mujer que no puede seguir sus estudios o que se vería obligada a abandonar un trabajo apasionante por la espantosa tarea de cambiar pañales?  Sinceramente, no creo que ninguna mujer haya arruinado su vida por ser madre. Pueden arruinarla con alcohol, drogas o con malas relaciones sentimentales, pero no creo que los hijos sean su ruina, Quizá si la obliguen a postergar algunas cosas, o a hacerlas más difíciles, pero siempre hay alternativas, desde una nana hasta la adopción. 
Lo que pasa es que tú eres hombre. Si fueras mujer... podría estar pensando usted ahora. Puede ser, quizá mi cosmovisión de macho recio tenga que ver con mi opinión, pero yo sé perfectamente que los niños se hacen de a dos y no justifico para nada al pelotudo que arranca como alma que se quiere llevar el demonio cuando se entera que puede ser padre. Los hombres tienen tanta responsabilidad en esto como las mujeres.
A estas alturas, quizá piense que no soy más que un católico trasnochado, repitiendo como loro lo que los perversos papas en el Vaticano quieren que pensemos... tal vez. Usted quizá es ateo o agnóstico, por lo tanto, más inteligente que yo que tengo amigos imaginarios. Y como usted es ateo o agnóstico, no anda pensando en idioteces como el pecado o la trascendencia. Pues bien, para mí, al menos existe el consuelo de que todos aquellos niños abortados volverán con Dios, donde conocerán el amor que les fue negado en la tierra... usted, que quizá es ateo o agnóstico, sabe que no hay más que esta vida, este ahora, este presente... ¿No debiera, entonces, defender más que yo el derecho a vivir, a existir, de cualquier persona? Si no hay más vida que esta... entonces sí que el aborto es imperdonable, pues negó la única posibilidad de ser a un ser humano.
Esto es lo que pienso y creo. Puede que usted me diga que soy estúpido por confundir dos cosas diferentes, puesto que no es lo mismo un árbol que una semilla. Y tiene razón, pero yo le recuerdo solo una cosa más: hasta la más alta y grandiosa de las sequoías fue semilla alguna vez. Y usted también. Usted también.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El triunfo de Caín



¿Y si le hacemos, también un homenaje a Caín?
Capaz que alguien venga a incomodarnos,
con preguntas como "Dónde está tu hermano"
Pero Caín no tiene por qué responder,
o al menos no hasta que esté presente su abogado.
¡Bievenido a Chile, Caín!
Acá podrá lucir con orgullo su "marca" en la frente
como otros lucen sus charreteras, sus medallas, sus galones
premios por desaparecer molestos adanes,
adanes subversivos
adanes marxistas
adanes comeguaguas
adanes en secuestro permanente
Hombres patriotas que nunca se rebajarían a contestar
infamantes preguntas como "Dónde está tu hermano"
Por lo mismo,
merecen el homenaje de los círculos militares
de los centros de madres de buenas familias
del Club de Lions
de la CIA
de la Escuela de las Américas
de la SOFOFA
de la Escuela de Chicago
de la CPC
del Mercurio y COPESA
de todos los hijos bien nacidos de este país
Buenos chilenos
buenos patriotas
que duermen muy tranquilos sin haber respondido nunca
sandeces como
"Dónde está tu hermano"
y mucho menos
"Qué haz hecho, Caín, qué haz hecho..."


lunes, 17 de octubre de 2011

"Todos somos iguales... pero algunos son más iguales que otros"



No me gustan los llamados "flaites". No me gusta su subcultura, su música, su forma de vestir, de hablar, de relacionarse con otras personas. No me gusta, pero esa es mi opinión. Puedo justificarla, dar argumentos, participar en un debate y, tal vez, hasta ganarlo, pero eso, en sí, no me dará la razón ante todos. Tampoco me gustan las "barras bravas", aquellos fanáticos no del fútbol, sino de una extraña proyección que les hace creer que el mundo gira (o dejará de hacerlo) si su equipo no le gana a otro el fin de semana. Esas personas que no van a ver fútbol, sino a beber y destruir. Me cargan. Lo he dicho antes aquí, en este mismo blog. Lo saben quienes me conocen. 
Pero lo de éste domingo pasado... califica dentro de las fantasías más fascistas que alguien pueda tener. No recuerdo, desde la dictadura, que alguna autoridad en democracia haya restringido la libre circulación de las personas. ¡Prohibir a alguien caminar por determinadas calles solo porque lleva puesta una camiseta de un equipo! Gente bajada de las micros, por ser sospechosa de querer llegar hasta el estadio San Carlos de Apoquindo. Personas detenidas por sospecha ¡Por sospecha, Dios! 
Y, esta vez, la televisión sí lo mostró. No había encapuchados. No había violencia ni destrozos. Aun así, carabineros las emprendió contra ellos. Incapaces de responder a los argumentos de quienes querían llegar al estadio ("¿Acaso este es otro país? ¿Hay que vestir de corbata o ser rico para poder pasar?"), las fuerzas especiales solo actuaron como están acostumbradas y entrenadas para hacerlo: reprimiendo. Todo amparado, claro está, por la Intendencia Metropolitana y, como no, por detrás por el Ministerio del Interior, que a este paso, pasará a llamarse Ministerio del Amor (MINIMOR) muy pronto...
La excusa para discriminar era la paz. La posibilidad de que los hinchas que no pudieron asistir provocaran disturbios y destrozos... faltó poco para invocar la seguridad interior del Estado. Ahora, sabemos que si el estadio de la UC no hubiese quedado en Las Condes, nada de esto hubiera ocurrido. Si el estadio quedara en Independencia, por ejemplo, como el Santa Laura de la Unión Española... pero no. La élite necesita proteger sus eternas granjerías, y ahora que tienen un gobierno total para protegerlos... ¡Todo más fácil!
Pero la gente está empezando a despertar, a indignarse (recuerdo que escribí sobre la indignación varios meses antes de que se empezara a hablar sobre ese movimiento), no tolerará tan fácil la discriminación que se ha venido construyendo en nuestro país. Discriminación tan habitual que no llegó a parecer parte normal de la vida. Los pobres para allá, nosotros los patrones ricos, para acá. Barrios, comunas enteras para pobres, obreros y delincuentes. Balnearios solo para gente "bien". Universidades y colegios para la élite. 
Y el gobierno no entiende, no quiere entender que está sembrando las semillas de su propio odio. Hasta ahora usan a los carabineros como siempre: como sus perros guardianes. Pero los carabineros no son perros, también son pueblo. Muchos quizá todavía no lo saben, pero lo sabrán. Y entonces ya no serán más nuestros enemigos, cuando no vean en los jóvenes estudiantes a terroristas, cuando no vean en los obreros a enemigos de la patria, cuando sus oficiales dejen de manipularlos y usarlos como lo que no son, como perros. 
En el Chile de hoy, entonces, ¿Somos todos los chilenos iguales ante la ley, ante el Estado, ante los otros chilenos? Usted, querido lector, ya sabe la respuesta...
Poco a poco, construiremos, también, la solución.