jueves, 29 de marzo de 2007

La peste




Ya en más de alguna ocasión he comentado aquí mi afición a los libros. Comenté también qué libros consideré que marcaron mi vida. Mas, una de las grandes gracias de leer, radica en que siempre podrá leerse algo nuevo y podrá pensarse entonces "Qué bueno es esto que he leído". Eso me pasó hace poco.

Muchas veces tuve la intención de leer La peste de Albert Camus, pero por uno u otro motivo no lo hice. De él, solo había leído algunos artículos y su novela más famosa: El extranjero. Ésta última, me parece una obra maestra y, de hecho, insisto mucho a mis alumnos su lectura. Y, sorprendentemente, muchos de ellos consideran que es uno de los mejores libros que les toca leer en el colegio. Sin embargo, quiero dejar claro que considerar a El extranjero como una obra fundamental, no significa que me suscriba plenamente a sus ideas. Para algunos Mersault es un héroe, pero para mí representa todo lo que no quiero en el ser humano. Es verdad que Mersault desenmascara mucha de las grandes hipocresías de nuestra sociedad, pero también puede hacernos ver cuán peligrosa puede ser la libertad desprovista de todo sentimiento que podríamos llamar "noble".

Pero en La peste, descubrí (o confirmé) una nueva faceta de los seres humanos que, lejos de lo que pasa en El extranjero, me llenó de esperanza. Valiéndose del argumento de una supuesta peste que afecta a la ciudad de Orán, Camus logra que podamos ver cómo la adversidad logra grandes cosas en las personas.

Sin llegar a ser héroes, las personas pueden (y en cierta forma están obligadas) hacer cosas grandes y nobles. No hay santos ni ascetas, sino hombres comunes y corrientes, como cualquiera de nosotros, que puestos en la encrucijada de escoger, escogen el camino de la lucha, de la resistencia, el camino de la "no muerte", solo porque el hombre está hecho para la vida y no para la resignada muerte.

Eso es lo que a veces me cuesta entender: ante un problema en mayor o en menor medida grave, tenemos varias opciones: entregarnos y bajar los brazos, sin hacer nada y esperar, solo esperar a que el tiempo u otras personas solucionen las cosas; también podríamos sacar provechos personales del problema, aprender a ganar con las desgracias, hacer crecer nuestros negocios, acaparar para luego revender, unirse a nuestro enemigo, cambiarse de fila. Y está la tercera alternativa, la más difícil siempre: pelear. Luchar, rebelarnos, poner todas nuestras fuerzas, porque es nuestro deber, porque podemos conseguir las cosas o al menos haberlo intentado hasta el cansancio. Y la lucha de uno, poco a poco se irá transformando en la lucha de muchos, porque todos descubriremos más temprano que tarde que el problema de uno es el problema de todos. Quizá no como santos y mártires, tal vez no como héroes, pero sí como ciudadanos, personas, seres humanos comprometidos con nuestra realidad, comprometidos con el mundo, con la vida.

Parece que cuando más crecemos de verdad es cuando estamos obligados a enfrentarnos a algo más grande que nosotros, ya sea una enfermedad, ya sea un invasor o nuestro propio destino. La peste es una gran metáfora sobre eso, sobre la lucha y la resistencia.

"No hay otro mundo que el que nos ha tocao..." dice Serrat en una de sus canciones, y tiene razón, pues el mundo que no ha tocado es el que construimos nosotros mismos, con nuestros valores y nuestros egoísmos.

No hay fórmulas fáciles para superar nuestros problemas, es pelear o morir. Nada más. Dios quiera que nunca deje de luchar y si he de perder, que sea peleando.

Para terminar, quisiera citar el final de la novela, pues el comentario que hace allí el narrador o cronista está tan pleno de verdad que no debiera ser olvidado nunca por ninguna persona:

"Oyendo los gritos de alegría que subían desde la ciudad, Rieux tenía presente que la alegría está siempre amenazada. Pues el sabía que la muchedumbre dichosa ignoraba lo que puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa".

Atentos siempre a "las ratas" que nos acechan mucho más cerca de lo que creemos.