miércoles, 21 de octubre de 2009

Síndrome Gregorio Samsa



Una mañana, después de algunos años de hacer clases, Felipe se despertó convertido en un horrible insecto. Estaba echado en su cama de espaldas y al mirar al techo pensó "¿qué me ha pasado?". La verdad, había notado hacía tiempo la lenta metamorfosis que experimentaba, sobre todo en las mañanas, al mirarse en el espejo del baño. A través del cristal empañado, podía distinguir las incipientes antenas que ocultaba su cabello y el extraño endurecimiento de su espalda, que lentamente iba formando una especie de espantosa y negra caparazón. 
Intentó ponerse de pie, pero las fuerzas no lo acompañaron. Sentía que no tenía el control de su nueva forma y le resultaba sumamente difícil coordinar las delgadas y negruzcas patas que en tríos brotaban de sus costados. Sin embargo, desde su posición, podía ver el reloj que ya marcaba las seis menos diez. "Llegaré tarde". Pensó, e intentó nuevamente bajar de la cama, mas fue tan inútil como el primer intento. "Y si llamo al director y le digo que estoy enfermo?" El teléfono yacía gris sobre el escritorio. "Después de todo, el director tendrá que entender" reflexionó. Pero Felipe sabía que eso no ocurriría. El director no entendería sus razones y aunque aceptara que Felipe estuviese enfermo, dudaría y probablemente buscaría el modo de desacreditarlo, calificándolo de flojo o aprevechador. Por
tercera vez trató de salir de la cama, y con todas sus fuerzas consiguió girar de costado, pero se arrepintió demasiado tarde, pues solo logró caer con fuerza y de mala forma, lastimádose una de sus patas y la cabeza, de la cual manó un líquido viscoso y negro que incluso a él causó algo de repulsión. 
"¿Qué más puedo hacer" se dijo y simplemente dejó pasar el tiempo. 
Cerca de las siete, sintió que subían por las escaleras. "Seguro que ha de ser mi madre, que notó la hora y está preocupada porque no me he levantado" pensó. 
"¿Estás bien, Felipe" escucho que preguntaba detrás de la puerta. Intentó contestar, pero al instante se dio cuenta de que ya no emitía palabras, sino solo rugido, gritos y gruñidos initeligibes. Su madre abrió la puerta y horrorizada ante el aspecto de su hijo solo atinó a gritar y luego se desvaneció entre lágrimas. Al ver aquello, Felipe intentó ayudar a su madre, arrastrándose como pudo hacia ella, pero al instante también acudió su padre, su hermano y su hermana. La hermana socorrió a la madre, mientras que el padre y el hermano a bastonazos hicieron retroceder hasta un rincón al atribulado y adolorido Felipe, que consciente de la situación, no podía aún explicarse lo que le ocurría...


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... Lentamente la metamorfosis de Felipe se fue haciendo algo rutinario en el hogar. Y el mismo Felipe se fue acosumbranndo a ella. Había recobrado el dominio de su cuerpo y se divertía escalando las paredes o colgándose del techo. Por supuesto que ni el director ni nadie de quienes tenían poder y control sobre él, había entendido o querido comprender siquiera su situación, a pesar de que sus alumnos no terminaban de entender qué había ocurrido con su profesor. Algunos lo culpaban de su transformación, tildándolo de débil y fracasado; otros, en cambio, solidarizaban con él y señalaban que las largas horas de trabajo, la rutina y su absurdo idealismo habían terminado pasándole la cuenta. Los más, sin embargo, simplemente se acostumbraron pronto a su reemplazo: una mujer descuidada y sin escrúpulos que solo se limitaba a dejar contento al director en sus caprichos educativos.
La antigua habitación de Felipe también había cambiado. Ya nadie la aseaba (su hermana le ayudaba antes), los muebles y la cama estaban en completo desorden y el polvo, los papeles y los restos de comida se repartían por todo el piso. Al principio, su hermana visitaba a Felipe a diario e intentaba comunicarse con él, y él lo agradecía, pero resultaba inútil, pues ella era incapaz de entenderlo. Finalmente, optó por la decisión sabia del resto de la familia: lo echó al olvido. Sin embargo, amablemente, siguió arrojándole algunas sobras de comida que Felipe agradecía sinceramente. Por alguna razón la comida rancia se había tranformado en su favorita.
Claro está que al no poder volver a su trabajo ni poder seguir pagando sus deudas, Felipe complicó de sobre manera la ya difícil situación económica de la familia, obligando a todos sus integrantes a prescindir de los pequeños gustos que podían de vez en cuando darse, y a tener que trabajar en todo lo que pudiesen para juntar algo más de dinero. Y aunque su familia no lo sabía, todo ello provocaba una profunda tristeza e impotencia en el alma de Felipe, que encerra en susu habitación era testigo silencioso de los esfuerzos familiares y recordaba con angustia los tiempos en que él le era útil a su familia y podía ayudar a sus hermanos y pagar cuentas y, a veces incluso, invitarlos a salir. Todas estas penas, iban debilitando cada vez más la salud de Felipe, que se sentía cada a vez más enfermo, aunque nadie lo notara...

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... Después de casi un año, una noche de lluvia y frío, Felipe se acercó lo más que pudo a la puerta de su habitación. Desde allí pudo escuchar la conversación y la risa de los miembros de su familia que cenaban felices en la planta baja de la casa. Hubiera querido estar con ellos, como antes, pero no podía, porque él ya no era el de antes y, por lo mismo, no provocaba otra cosa que repulsión y desprecio en quienes amaba. Sentía un frío atroz y hacía días que no comía. Una de sus patas, la que se había herido el día de su tranformación, nunca sanó, y es más, se infectó horriblemente, supurando un pestilente líquido a toda hora. Casi sin fuerzas, logro echarse bajo lo que fue una vez su escritorio y se acomodó entre la basura del suelo. Cerró los ojos y deseó vehementemente que todo terminara pronto...


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La familia pudo al fin descansar después de una larga y angustiosa agonía. Al fin el futuro se veía esperanzador y las cosas sin duda mejorarían. Quién podría culparlos por sentirse aliviados después de que se les quitase tal peso de encima. Al fin, decidieron dedicarse un día a la recreación y se fueron a pasear los cuatro por la ribera del río. Mañana, volverían a pensar en los afanes de cada día, pero hoy disfrutarían de sentirse cada vez más contentos.



domingo, 18 de octubre de 2009

"El tiempo, el implacable, el que pasó". *




Ya tarde se sentó frente al computador. Había terminado el día. Un día más como tantos otros, monótono e intrascendente. Otra hoja más en el calendario, otro año más como los anteriores. Se sentó a oscuras frente a la pantalla del computador que iluminaba débilmente la habitación. ¿Habría, en ese mismo instante, otros hombres como él, sentados solos y a oscuras en su habitación? De qué le habían servido tantas y tantas preguntas que nunca encontraron respuesta. Se sentó a oscuras a meditar, a recordar. Recordar se había transformado en su ejercicio favorito, y tantó llegó a recordar, que muchas veces sintió miedo de que sus recuerdos no fueran más que invenciones y engaños del corazón.
A oscuras, sentado frente al computador, suspiró por los sueños que murieron sueños, por los ideales apartados por el día a día, por el amor que lo desangraría y que nunca llegó. Una lágrima apareció al recordar al niño que jugaba solo en el patio de sus abuelos, con tapas de ollas, con envases vacíos, con pequeñas hojas de papel roneo que le daba su abuelo. Recordó también al adolescente siempre enfundado en su uniforme de liceano que fue. Tardes y tardes de soledad después del colegio. Solo los libros y la radio por compañeros, por amigos. ¿Sabría la gente cuán solo puede sentirse un joven? Otra vez las preguntas... y mientras otros besaban, él contemplaba los besos de otros. Los leía en libros, los veía en películas. Y se pasó la juventud besando Dulcineas, Beatrices, Amarantas y Marías. "Solo Dios sabe si existen, Sancho".
Después, por unos cortos años creyó conocer la grandeza del hombre, el esplendor. Sí, había un mañana, un futuro. Y se sentía alegre bajo añosos árboles y derruidas salas de clases. Feliz de escuchar a los profesores y tener amigas, muchas amigas. Y reir y reir y reir. Y conversar, pensar, discutir, amar. "Construiremos algo grande, seremos partícipes y no espectadores" Cuán iluso fue.
Ahora, ahora mismo, él está sentado solo, cansado y a oscuras frente al computador. Ha pasado otro año y no le quedan más que recuerdos felices. Ya no hay risas, ni sueños. Porque él ya no sueña. Algo se quebró. Su único anhelo es la evasión, la melancolía. Él, a oscuras, ya no se siente él. Y así, sentado en la oscuridad de su habitación, se duerme.
Mañana, otro día más y a envejecer.

*Título de una canción de Pablo Milanés.

sábado, 3 de octubre de 2009

Colusión por el cambio.



A.A.: Siendo las 3:33 de la mañana, se abre la sesión en nombre de Dios...
(Risas)
A.A.: ¡Silencio! Tenemos mucho que discutir, así que hay poco tiempo para reir. Las cosas no están tan cocinadas como creímos... el debate no fue lo que esperamos, sinceramente.
C.L.: ¿Y qué esperabas? Ese narigón memorión...
R.H.: Calma, calma. No se sulfure Carlos. Mire que se va arrugar más y con razón le van a seguir diciendo momio. Simplemente hay que seguir con la estrategia. Negar y negar. Si algo aprendí en mis MBM y mis PHD en los más prestigiosos college en yuesei es que los chilenos tienen pésima memoria...
Todos: ¡Aleluya, amén! ¡Aleluya, amén!
C.L.: ¿Usted cree, Rorrito?
R.H.: ¡Ofcorse, don Carlos! Sí no, pregúntele a Evelyn...
E.M.: ¿Qué pasa conmigo?
R.H.: Nada, nada, guachita. Pero, ¿Te suena de algún lado una radio Kioto?
E.M.: Eh... déjenme pensar... ¿Me la regaló mi papá?
R.H.: No lo creo. ¿Quizá un señor dueño de un canal?
E.M.: ¿Seba?
R.H.: No, loquilla. Un caballero que ya está en el Santo Reino.
(Más risas)
E.M.: Este... no. Nada.
R.H.: ¡Ve don Carlos!
C.L.: ¡Macanudo!
R.H.: Como decía mi inspirador, Joseph Goebbels: "Miente, miente, que algo quedará".
(Vítores espontáneos y risas macabras entre el público)
A.A.: Ya, ya. Basta. Queda mucho por hacer todavía. El desalojo peligra si nos confiamos. Y no podemos perder, miren que ya compré las pintura para mi nueva oficina en el Ministerio del Interior: negro oscuro...
P.L.: ¡Epa, Andrecito! Ya habíamos conversado...
A.A.: Usté lo dijo: CON-VER-SA-DO. No A-COR-DA-DO...
C.L.: ¡Qué soberbio spelling!
A.A.: Gracias (sonrojado)
P.L.: Miren, la cosa era así: si el presi era RN el ministro del interior era UDI y viceversa...
(murmullos)
R.H.: Amigos, no nos entrampemos en las viejas discusiones de siempre. Ya habrá tiempo para la repartija después del desalojo...
P.L.: ¡Claro! Como tú ya tienes asegurado el ministerio de propaganda...
R.H.: Se llama Secretaria general de la presi...
S.P.: ¡A callar!
(El público se arrodilla y colocan la frente y las palmas en el suelo. Los de la testera saludan extendiendo el brazo derecho)
R.H.: ¡Amo y señor! No lo esperábamos aún...
S.P.: Así veo, ineptos. Con razón no subo en las encuestas. Ustedes solo se dedican a repartirse la torta. Hagan como yo... no repartan.
C.L.: Sabias palabras, milor. Bien decía mi santa madre (risas muy bajas) que no es bueno limpiarse el popó antes de obrar.
S.P.: ¡Tatsrait, Charles! Gracias a su incompetencia, me vi muy mal en el debate...
P.L.: (entre dientes) y gracias al cirujano plástico también...
S.P.: ¿Cómo dices, Pablito?
P.L.: No, nada.
S.P.: Más te vale. Mira que ese ministerio ya tiene tu nombre...
A.A.: ¡Pero Seba!
S.P.: ¡Shatap! Aquí el que tiene el billulo manda y ese soy yo.
Todos: ¡Aleluya, amén!¡Aleluya amén!
S.P.: ¡Muchachos, la contienda es desigual! Si no, ¡pregúntele a Arrate!
(Risas demoniacas y febriles de la concurrencia)
S.P.: Ya, fuera de bromas, hay que parar la chacota. MEO me jode con lo de las platas de campaña y el Narigón delator sacando cosas de mi pasado. Esto puede salirse de control. Sin contar que la mamá de Chile no deja de crecer en las encuestas. Es por eso que he ordenado a mis esbirros en CHV, COPESA y EL MERCURIO que insistan en nuestras ideas fuerzas de campaña: la delicuencia, la puerta giratoria, la cesantía.
R.H.: ¡Sí, amo, sí! Hay que insistir en eso de los problemas reales de la gente. Nada de cambios constitucionales, reformas laborales, crecimiento del Estado...
(El público se estremece ante la pronunciación de la última palabra)
Todos: ¡Líbranos, Señor, del Estado!
S.P.: Gud, gud. Eso es. ¡Pronto los sith volveremos a gobernar!
Todos: ¡Ñaca, ñaca, ñaca! (Cantan)¡AFP sí, Estado NO! ¡Isapre sí, Fonasa NO! ¡Empresarios sí, Políticos NO!

(To be continued...)