lunes, 27 de diciembre de 2010

Hágame el favor...



Me cansé.
Me aburrí.
Me choreé.
Me emputecí.
Dígalo como quiera, sé que me entiende.
No dudo que vuestras mercedes han pasado por lo mismo
han experimentado lo mismo,
han sentido en sus pobres huesos lo mismo.
En resumen, me harté de ser el tonto bueno,
el tonto útil,
el chivo expiatorio,
el pañuelo de lágrimas,
el pañol de los consuelos.
Me cansé de tener la culpa,
de resolver las toletoles ajenas,
y prestar los cheques en blanco.
Me sacaron -como decía mi abuelo Q.E.P.D- los choros del canasto.
No respondo más por los errores ajenos,
que por tanto tiempo hice míos
la empatía tiene sus límites, amable lector.
Ya está bueno de pasarme la cuenta,
por lo que no me he comido ni me he bebido.
Córtenla, Vs.Ms, con tenerme pa'la patá y el combo
Y acordárse de mí en las penurias
pero los sábados en la noche na ni na de mi existencia se le viene a la memoria...
total, pasándola bien usté, ¡Qué se mueran los feos!
Todo esto se los digo a vuestras mercedes con mucho respeto.
Su dignidad tiene uno también,
su corazoncito, aunque este medio seco y medio mustio.
Así que ya lo saben,
ustedes que por tanto tiempo han estado conmigo,
más en las buenas que en las malas,
se los he hecho saber de primera fuente,
a boca de jarro, como se dice.
Ya no seré yo quien les dé las gracias a ustedes por "quererme",
si la la cuestioncita es recíproca,
aquí nos queremos pa'los dos lados.
Si le gusta bien, y si no, libre está de seguir su camino,
hallará otros tontos útiles por ahí.
Por mientras, yo que esta noche estoy tan choreado,
le pido
-Y esto sí que es con el mayor de los respetos-,
hágame el favor,
solo por un ratito,
amigo, amiga de la vida,
compañero de trabajo,
ser querido,
ser no querido (pero siempre respetado),
hermano, hermana, compañero, camarada
conocido o ignoto,
hágame el favor,
de irse por un ratito a la mismísima mierda.
Gracias.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Misantropía (y nostalgia) navideña




Me viene, hay días, una gana ubérrrima, política, de querer... golpear a mis semejantes. Generalmente mi misantropía es más bien pacífica y contemplativa, pero en fin de año, suele tornarse más violenta y virulenta. Tanta gente junta en las calles, los pasajes, las tiendas, los supermercados, los trenes... no puede ser buena idea. Súmele usted, despreciable lector, a todo esto los 30 y tantos grados a la sombra que sobre Santiago se han dejado sentir para completar la mala fórmula. ¡Ah! y no olvidemos toda esa decoración navideña donde prima el color rojo, las cancioncillas insulsas que parecen cantadas por eunucos del demonio y la poca amabilidad de todos porque, TODOS nos volvemos un poco misántropos para estas fechas.
Claro que todo esto era más sencillo antes, cuando pequeños. Eran las fechas más esperadas. La época de las luces de colores centellantes, de los árboles de plástico, de la nieve falsa en muchos de ellos. La época de los regalos. Como fuese, para la mayoría de nosotros, nuestros padres trataban de hacernos hermosas estas fechas. 
Tu casa se llenaba de visitas o, a veces, tú emprendías el viaje como visitante. Recibías trajetas de tus parientes en la lejanía. Tu abuela hacía cola de mono, ese brebaje de café, leche y aguardiente. Había pan de pascua y su despreciable fruta confitada. Hasta petardos y fuegos artificiales había antes. La mañana del 25 era plena. Afuera te esperaban tus amigos para jugar, para lucir sus regalos: la pelota nueva, la bicicleta, la última novedad de Taiwán. 
¿Cuándo y por qué es que dejamos atrás tanta alegría? ¿Cuándo perdemos -digámoslo como lo publicidad- esa magia que nos hacía tan felices en Navidad?
Mis Navidades y Años Nuevos se han hecho sistemáticamente más tristes para mí. Ya no hay una abuela revolviendo ollas enormes de cola de mono. Tampoco hay un abuelo con el que chutear la pelota. No hay visitas de parientes, no hay tarjetas postales. Como un trámite, quizá, montamos el árbol, ahora más real pero menos mágico, y colocamos bajo él el pesebre. Pero algo falta.
Por el paseo Ahumada pulula la gente, llena de bolsas y paquetes. No hay descanso. Tampoco hay ya viejos pascueros con quienes sacarse una foto en la Plaza de Armas. ¿Cuántos niños por décadas se sacaron fotos con esos viejos pascueros sudorosos y de trajes mal hechos?
No hay Otto Krauss ni camiones Goliat ni pelotas Saltarinas. Ni siquiera esos avisos de acento español de Jesmar que por años nos bombardearon con Rosalbas y Nenucos se salvaron del inexorable paso del tiempo. 
Y en las carnicerías, panaderías o verdulerías no te regalan calendarios con paisajes, gatitos o perritos, quizá porque ya casi no quedan carnicerías, ni panaderías ni verdulerías. Ahora desde el pan a los juguetes se compran en enormes catedrales con carritos y luces fluorescentes. Ya no hay gladiolos rojos, ya no hay cuentas regresivas y cuecas a medianoche. 
Ahora, solo quedan las multitudes que deambulan. Niños que no se levantan temprano el 25 de diciembre para mostrar sus juguetes: suben las fotos a facebook. 
Y a mí, que estas fechas ya no me dan dolor de estómago de pura ansiedad, me entran unas ganas de que todo pase rápido, que llegue luego el nuevo año. Unas ganas de escaparme un rato de este sinsentido, de esta oquedad que es nuestra vida. Me dan ganas de mandar a la punta del cerro todo y a todos.
Me dan ganas de despertarme niño, otra vez.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Cien





¡Vaya! Sin darme ni cuenta, he llegado a la entrada número cien. ¡Y cómo no festejar el centenario con algo especial! Bueno, especial dentro de las posibilidades de un blog, se entiende. He decidido dos cosas: Cambiar el diseño del blog (estoy en proceso de evaluar una nueva plantilla) y hacer una recopilación de algunos de mis "mejores post" hasta ahora (según mi modesto y poco objetivo criterio). Así que los dejo con mi particular selección.
Hola.
Aún no sé bien qué haré con este pequeño pedacito de ciberespacio. Supongo que lo más conveniente será dar a conocer al mundo (más bien, a quienes les interese) mi parecer sobre las cosas que pienso y siempre callo. Debo confesar que hace tiempo quería tener mi propio Blog, pero la desidia que me caracteriza siempre termina por ganarme. En fin, hoy me sobrepuse.
Ojalá que el trabajo me deje el tiempo necesario para mantener la férrea intención que tengo de publicar períodicamente. Y ojalá, también, que no me olvide de hacerlo.
Eso por ahora, y bienvenidos a mi pedacito de mundo -virtual-.
(Primer post, miércoles 23 de agosto del 2006)
La demanda de calidad en la educación es algo a lo que todos quienes participamos en en ese proceso debemos aspirar, y es por eso que también dentro del aula tenemos que estar comprometidos; alumnos, profesores y apoderados, buscando la mejor educación. Una educación no para el mercado, sino para hombres libres, creativos y solidarios.
Por ahora, a estudiar, a conversar y debatir.
(Pingüinos again, martes 22 de agosto del 2006)
¿Así que uniformarse de acuerdo a cierta tribu urbana es ir contra el sistema? Pobres lo que piensan así...
Por cuántos años escuchamos a los escolares quejarse de el uniforme de pingüino que debíamos usar (recuerdo que hasta habían chalecos azul marino con un pingüino como insignia), pero ahora andan todos vestidos iguales... ¿Y el corte de pelo? No querían usarlo corto, pero ahora se ven más uniformados que antes.
Si el uniforme los hacía parecer soldados conscriptos, ahora parecen soldados con uniforme de fiesta. Resulta que querer ser únicos y particualares por la forma de vestirse terminó siendo todo lo contrario. Y vamos pagando 40.000 pesos por las zapatillas de cuero sintético que hizo algún esclavo chino o inmigrante ilegal. Luchamos contra el tan vapuleado sistema enriqueciendo al dueño de la marca de ropa que compramos. ¡No meten en dedo en la boca y pagamos por eso!
¡Dios nos libre!
(Moda... ¿Singularizarse para pluralizarse?, jueves 24 de agosto del 2006)
Tengo pocos amigos, pero me acuerdo perfectamente de ellos y, aunque suene lo más cursi del mundo, los guardo muy dentro de mi corazón.
Me he sorprendido varias veces revisando mis viejos cuadernos. Buscando pequeños papeles sueltos dentro de ellos. Fragmentos del tiempo que se quedaron allí. He colgado fotos de mi familia y amigos en las paredes de mi pieza y, en ocasiones, me las quedo mirando por largo rato.
¿Será que en eso consiste envejecer?
(Ubi sunt?, domingo 27 de agosto del 2006)
Si me preguntaran, diría que soy copuchento. Me encanta escuchar historias ajenas; imaginarme el rostro de la mujer infiel, del marido cornudo, el patrón explotador, el cabro chico insoportable. Escuchar chistes y bromear. Esa es la sangre que succiono de los demás, impúnemente.
Y esas vidas de otros, también las vivo yo, y puedo ser muchos más, en un tiempo. 
(Vampiro soy, jueves 7 de septiembre de 2006)
Durante años -tal vez por 20 años-, me dediqué a maldecir la estación de la flores. Desde el momento en que una brisna de viento llegaba a mi rostro trayendo el perfume de las flores en ciernes, mi ánimo, si es que aún era posible, empezaba a disminuir. Y es que me quedaba tan bien el frío y la lluvia. La hojas secas, la tierra húmeda, los vidrios empañados, los abrigos largos y los paraguas. Pero no, por más que lo deseara, la vida a la que tanto temía avanzaba avasalladora ante mí, sobre mí.
Escucahaba a la gente decirse, amorosamente, "¿Escuchaste a los pajarillos cantar hoy en la mañana?" "¿Oíste al zorzal trinar?". Y claro que lo había oído, cochinos pajarracos, despertándome a las cuatro de la mañana con su estridente gritar y gritar. Y qué decir de las policromáticas flores: ¡que bellos colores, qué hermosas texturas, qué maravillosos perfumes, QUÉ INCRÍBLES PARTÍCULAS DE POLEN!... y así, tener que sonarse constantemente, tomar clorfenamina, tener que respirar las pelucitas que soltaban los plátanos orientales que algún paisajista, de cuya madre siempre me acuerdo, tuvo la genial ideas de plantar por casi todo Santiago.
Se nos va septiembre, nos viene octubre. A diario ver noticias de suicidas, soportar crepúsculos de película, mirar un cielo celeste, surcado por algodonadas nubes y volantines cortados, a su vez, estos últimos, perseguidos por mocosos dispuestos a dar su vida por un trozo de papel con dos palos de coligüe.
Para que hablar de lo desagradable que resultaba no poder pasear tranquilo por plazas y parques. Intentar caminar por el césped y tropezar con cientos, con miles de parejas jurándose amor eterno, besándose con pasión, haciéndose arrumacos. ¡Me cortaban la digestión! Desde lejos los miraba con saña. "por que no se van a estudiar mejor" pensaba mientras fruncía aún más el ceño y ponía mi cara más torva. Por dentro, desde mi centro, desde el corazón mismo manaba como de una fuente, la bilis que me corroía hasta la médula.
Pero, sin lugar a dudas, lo que más me enfermaba, era la secreta certeza de que nada era cierto. Saber, muy dentro de mí, que no odiaba la primavera, que me gustaban los días soleados, que habría querido llevarme todas las flores conmigo. La verdad, tan cierta como que hay Dios, de que era una envidia casi piadosa la que me impulsaba a insultar a los amantes primaverales y sus caminares de la mano. Me gustaba el invierno, porque en mi amargura, en mi eterno vestir de gris, pasaba desapercibido, la gente no me veía, no necesitaba explicar mi soledad. Creía, realmente, que mis largos abrigos ocultaban mi existencia; como si el paraguas ocultara la vergüenza de querer amar y no encontrar a quién ni cómo.
(La maldita primavera, miércoles 20 de septiembre del 2006)
Con Pinochet se muere un trozo doloroso de nuestra historia. Que nos sirva de lección para no cometer los mismos errores, para valorar la democracia y la libertad. Para respetar a nuestros hermanos, para aceptar las diferencias. Para trabajar juntos por la verdad, por la justicia, por la solidaridad. Para que nunca exista el olvido, pero sí el perdón. Solo así, algún día, podremos sentirnos ciento por ciento orgullosos y dichosos de ser chilenos.
Y que Dios, en su infinita misericordia, se apiade de esa pobre alma... porque lo va a necesitar.
(Adiós general, miércoles 13 de diciembre de 2006)


 Sin llegar a ser héroes, las personas pueden (y en cierta forma están obligadas) hacer cosas grandes y nobles. No hay santos ni ascetas, sino hombres comunes y corrientes, como cualquiera de nosotros, que puestos en la encrucijada de escoger, escogen el camino de la lucha, de la resistencia, el camino de la "no muerte", solo porque el hombre está hecho para la vida y no para la resignada muerte.
(La peste, jueves 29 de marzo del 2007)
Lo más emocionante de toda esta discusión absurda es que la derecha volvió al redil. Nuevamente se mostró tal y cómo es; como una alianza de hombres liberales que entienden que es el lucro y sus afanes los que mueven y desarrollan las sociedades. Si daba gusto ver a esa gran mujer que es la senadora Matthei -miembro del partido popular- defendiendo el derecho de los hombres trabajadores de este país de fijar ellos lo que consideran justo o no. Después de todo, si la empresa es mía, yo veré lo que pago, ¿o no?
(Nuevamente la derecha, martes 14 de agosto del 2007) 
 El fútbol es un deporte, un juego. Nada más. El mundo no se acaba porque perdamos, ni serán más prósperas nuestras vidas porque ganemos.
A fin de cuentas, ser chileno, creo yo, es mucho más que una camiseta roja. No permitamos que también el fútbol sea un instrumento de dominación de nuestras mentes.
(Cosas del júrgol, lunes 29 de octubre del 2007)
Llegamos a Angol a las seis y media de la mañana. Desde ese instante volví a sentir el olor del sur, de los ríos y los volcanes, de los bosques y los lagos. La ciudad estaba más moderna, pero seguía siendo la misma. Sin embargo, mi más grande impresión, fue pisar nuevamente la casa de mi tía abuela. Fue ver la casa y reconocerla. Es raro, pero sentí que el tiempo se había detenido en ese lugar. El olor fue lo que más me sorprendió. Apenes crucé el umbral y lo respiré, volví a tener seis años por una milésima de segundo, volví a sentirme feliz y seguro, con todo el tiempo del mundo para dejarme querer y dormir sin pensar en las horas del eterno mañana. El patio lleno de frondosos naranjos y durazneros, la cocina oliendo a leña y pan amasado, los dormitorios de techos altos y camas mullidas, el baño enorme y frío. Todo estaba igual, quizá más viejo, pero era ese pequeño espacio de la tierra en que con mi hermano jugábamos a ser quiénes nunca fuimos, con mi abuelo conversabamos hasta bien entrada la noche y con mi mamá entraba al baño, porque me daba miedo entrar solo a ese espacio húmedo de un eco que me parecía sobrenatural.
Es asombroso como uno se va haciendo viejo tan rápido. Los días se suceden con una prisa malévola. Pero, como ya lo he dicho varias veces antes, sigo estando convencido de que envejecer es ante todo añorar. Cuando el tren nocturno salía de Temuco con dirección a Santiago, y yo volvía en él, descubrí que me siento muy viejo, pero me queda el consuelo de que el niño que yo fui sigue corriendo por el patio de la casa de mi tía abuela en Angol.
(Volver, sábado 16 de febrero del 2008)
Ahora, el individualismo la lleva. Sí, porque para ser flaite de tomo y lomo hay que ser profundamente individaulista, sino la cosa no funciona, porque hay que perder absolutamente el respeto por los demás para llevar a cabo las pretensiones falites. Por ejemplo: ¿Qué clase de flaite dejaría de fumar droga o beber cerveza en una plaza solo porque hay niños cerca? ¿O que falite sería uno si dejara pasar la oportunidad de rayar los vidrios del metro para escribir su "tag" que solo Dios sabe que quiere decir?
Y ser flaite no pasa solo por lo folclórico de estas acciones. Las mujeres flaites (que nunca han oído hablar de Simone de Bouvier) se desacreditan a sí mismas, transformándose en los objetos que tantas otras mujeres lucharon por liberar. Todavía me cuesta creer que haya mujeres a las que les encante el reggaeton, a estas alturas himno oficial de Banana Republic y Faitesburgo.
Al flaite no le preocupan los problemas del mundo, solo vive y saca provecho de él. Mientras pueda comprarse Zapatillas con resortes y con un espectro cromático desde el ultravioleta al infrarrojo, todo bien. Mejor si las combina con ropa deportiva (que no es para hacer deporte) Nike o Adidas.
El flaite no vota, no lee, no ve noticias. El faite va a trabajar y le importa un carajo reventar las puertas de la micro en la mañana para poder subirse sin pagar. El faite no tiene tendencia política, no forma sindicatos y si enferma, le basta con insultar a los funcionarios en el hospital para acelerar su atención.
Al flaite no le importa que Chile tenga mal distribución de la riqueza (mientras haya chorreo), que exista ley de subcontratación, menos. Le da lo mismo la gente de Chaitén y los animales de Chaitén. No se preocupa por el calentamiento global ni por la alfabetización electrónica, mientras sepa usar el Messenger y su Sony Ericsson Walkman o su Nokia 5300, todo bakán.
El flaitee stá orgulloso de ser flaite, esto es, de ser ignorante, de que le importe solo él y su entorno, de beber cerveza hasta reventar, de vivir sumido en el presente continuo.
Es Chile un país de flaites, y lo peor es que ya no es necesaria la ropa para serlo. Basta con vivir como estamos viviendo para ir transformándonos lentamente: ver (y disfrutar) la basura que da nuestra televisión, usar el computador solo para chatear, no agarrar jamás un libro, comprar películas piratas que, más encima, son pésimas, leer las Últimas Noticias, ensuciar y destruir nuestra ciudad, no reclamar jamás y desquitarse haciendo todo de mala gana y mal.
Así, el stato quo sigue y seguirá, porque para quienes tienen y seguirán teniendo el poder, los flaites son una bendición.
(Homo flaite, domingo 18 de mayo del 2008)
El gerente se acuesta tranquilo y pronto concilia el sueño. Un sueño como le corresponde a un hombre con la conciencia tranquila. Falta poco para coronar una vida llena de logros. Es cierto que las encuestas están cada vez más estrechas, pero no lo inquietan demasiado. Nadie sabe mejor que él eso de que "el dinero todo lo compra" Más temprano que tarde, quizá no ahora, pero pronto, su inversión será recompensada con un cómodo sillón en La Moneda.
(El gerente, domingo 26 de abril del 2009)
Yo soy el malo de la película. Siempre lo he sido y, probablemente, siempre lo seré. Ese es mi sino trágico. Bueno, la verdad ya estoy bastante acostumbrado, empecé desde mis más tierna infancia. En las obras escolares nunca califiqué para el héroe, no tanto por mis dotes actorales como por mi apariencia. Es comprensible, ¿qué damisela en peligro que se preciara de ser tal habría dejado que un esperpento como yo la rescatase? En cambio, siempre estaba el premio de consuelo, al ayudante cómico, el Sempronio, el "patiño" del verdadero héroe. O el villano, el ser abominable que siempre, siempre, siempre era derrotado. Como yo era (soy) un experto en derrotas, calzaba mejor con el papel del villano.
Así me fui acostumbrando al tajo justiciero del héroe, mientras éstos se acostumbraban a los dulces besos de las heroínas. Lo más cómico, si es que puede ser llamado así realmente, es que el papel de malo se fue haciendo parte de mí en la vida diaria. Nunca ayudaba a mis hermanos con sus estudios como se esperaba del mayor. Nunca saqué las notas que mi inteligencia tendría que haberme garantizado. Mis cuentos eran buenos, pero, siempre salían segundos en los concursos. Siempre fui un buen amigo, pero no calificaba como "hombre" de ninguna de mis compañeras.
Y, como nada parecía darme resultado, empecé a probar con el sarcasmo, la crítica y la ironía. Allí estaba Felipe, el ogro, sentado en el rincón más oscuro de la sala, sin polola, con uno o dos amigos, leyendo y hablando cosas que nadie más entiende, riéndose de sus estúpidas y "vacías" compañeras y de sus limítrofes compañeros. En la casa fue lo mismo. Decidí reducir mis risas al mínimo y ser lo más amargo posible en mis comentarios. Y me sentía bien, al menos ahora, estaría solo con motivos y no como antes, solo porque sí.
(El malo de la película, domingo 14 de junio del 2009)
Enríquez, hasta ahora, solo ha demostrado demagogía, transformándose en el digno sucesor de Lavín. Qué más demagogo que un candidato que a propósito de la pena de muerte, dice que "ate dilemas ético y morales, debiese ser el pueblo quien decidiese". Claro, el pueblo es experto en materias éticas y seguramente ocupará su razón y no su corazón si le preguntamos ¿Está usted de acuerdo con matar a los violadores psicópatas asesinos de niñas inocentes? Sobre todo, con la profesional mirada que nuestros medios le dan a las noticias de esta índole.
Con todo esto, solo gana la derecha. La culpa es del chancho, pero también de los que le han dado una y otra vez el afrecho. Los mezquinos egoísmos de unos y los mezquinos intereses de otros, pondrán a los más egoístas e interesados en el gobierno, encabezados por el gerente.
(Monstruos, martes 11 de agosto del 2009)
...Yo no soy yo:
soy otro que murió hace tiempo.
Mi fantasma se me aparece por las noches
y me pena por no ser él.


Mi cadáver se corrompe en una sala de clases,
en los patios,
las oficinas,
la sala de profesores...
(Esta noche, domingo 30 de agosto del 2009)
¿Cuántos años hacía que me levantaba antes de las seis de la mañana? Ya no recuerdo, me parece que siempre. Como me parece que siempre hubiese estado dentro de una sala de clases, ora como estudiante, ora como profesor. ¿Cómo no va a ser raro entonces, levantarse y descubrir que se tiene todo el tiempo del mundo por delante... ? Hoy me sobra el tiempo, pero me faltan las ganas, los objetivos. 
Ahora mido el tiempo no en horas pedagógicas, recreos y campanadas, sino por intervalo entre cápsulas y pastillas, visitas al médico y a las farmacias.
Ahora, mi teléfono suena y suena, pero no contesto.
Ahora recibo mensajes y correos, pero no contesto.
Ahora cierro las ventanas, las cortinas y me escondo.
(Mi dolor no es menos..., sábado 12 de septiembre del 2009)
Ahora estoy compeltamente solo
y no hay ser humano en el mundo capaz de entender mi dolor,
mi frío.
Solo me declaran sus buenas intenciones.
Gracias,
pero no es necesario:
cuando el frío viene de adentro,
no hay estufa,
abrazo,
manta,
sol
ni Dios
que lo aplaque. 
(Frío, sábado 19 de septiembre del 2009)
Ahora, ahora mismo, él está sentado solo, cansado y a oscuras frente al computador. Ha pasado otro año y no le quedan más que recuerdos felices. Ya no hay risas, ni sueños. Porque él ya no sueña. Algo se quebró. Su único anhelo es la evasión, la melancolía. Él, a oscuras, ya no se siente él. Y así, sentado en la oscuridad de su habitación, se duerme.
Mañana, otro día más y a envejecer.
(El tiempo, el implacable, el que pasó, domingo 18 de octubre del 2009)
 La autoayuda es como la música pop o las teleseries, hechas para dejar contentos a todos. Si quieres escuchar que eres bello, hermoso, un ser de luz, párate frente al espejo y dítelo tú mismo. Pero acuérdate que afuera siguen matando gente en las guerras, los niños se mueren de hambre mucho más cerca de lo que crees y tú estás lleno de deudas y no le encuentras el objetivo a tu existencia. Y ningún libro te va a salvar de la responsabilidad que en todo ello te cabe. La insoportable responsabilidad de seguir viviendo.
(Autoayuda, viernes 4 de diciembre del 2009)
Nos vendieron el cuento de que todo está resuelto. De que ya no hay heridas. De que es mejor olvidar y mirar para adelante y no por el "retrovisor". 
Nuestro problema es la mala memoria. Porque nos quejamos de nuestros malos sueldos, pero votamos por quienes nos explotan. Nos quejamos de la cesantía, pero votamos por quienes la generan por su especulación. Nos quejamos de la delicuencia, pero votamos por quienes ayudan a generarla a través de la injusticia que su avaricia provoca. 
En el fondo, amigos míos, a pesar de las 4X4, seguimos siendo los que Paulo Freire dijo hace tantos años: peones de fundo explotados por capataces y patrones, pero lejos de aborrecerlos, solo queremos llegar a ser como ellos.
Dios no ampare.

(La mala memoria, jueves 21 de enero del 2010)
Lo que sucedió después del terremoto es la suma de lo mal que hemos hecho a nuestra nación. Es la verdad del modelo de sociedad que hemos construido, ya sea como dirigentes o como silentes, porque aquí sí que el que calla otorga.
¿Cómo podíamos realmente pretender que esos jóvenes que escapaban con plasmas bajo el brazo estuvieran mejor con una pala ayudando a sus compatriotas sepultados por el maremoto, si nunca nadie les mostró una veta de moral, de cívica? ¿Si nadie les dijo que sus vidas valían tanto como las de cualquier otro chileno, de cualquier otro ser humano? ¿Si les mostramos que la gente no vale por el solo hecho de ser personas, sino por el auto que maneja, la casa en la que vive y el televisor que contempla?
(La gran grieta, jueves 4 de marzo del 2010)


Y, mientras, se aprueba un nuevo impuesto a la gran minería que es un chiste. Mientras, el ejecutivo manda una proyecto de reforma constitucional al congreso para reelegir al presidente. Mientras, decenas de mapuches estaban en huelga de hambre, mientras varias minas y fábricas están en huelga por mejores condiciones laborales, mientras se envía un proyecto de concesión - privatización de los hospitales públicos, mientras... la vida real.
Pobres mineros. No es culpa de ellos, sino de otros más siniestros y maquiavélicos. Dentro de unos días ya poco se les recordará, pues nuestros medios y nuestro gobierno encontrarán un nuevo show que mostrar al público siempre ávido de "realidad", mientras ésta no sea la de ellos mismos.
¡Que se enciendan los reflectores, que el show debe continuar! 
(El show debe continuar, jueves 14 de octubre del 2010)





viernes, 3 de diciembre de 2010

Teletón o el plusvalor de la solidaridad




Sé que quizá, con este post, me ganará la antipatía de muchos... mas es un riesgo que debo tomar.

Noviembre y diciembre son los meses tradicionales de la llamada "solidaridad chilena", esa que de tanto orgullo nos llena frente a cualquier observador extranjero. Son los meses de la cuenta 24.500 -03 del Banco de Chile, los meses del "Levántate, papito", la época de "Lo podemos lograr, lo podemos lograr, si encontramos la fuerza para vencer...". Es el tiempo de las 27 horas de amor, de los niños símbolos y los rostros solidarios de la tevé chilena en pantalla.
Nos acordamos, para estas fechas, que existen los cojos, los tullidos, los hemi, para, tetrapléjicos, solo que los llamamos "discapacitados", al menos mientras dura esta época. Después, cuando uno de estos "discapacitados" haga parar la micro, nos quejaremos por la demora, o seguiremos usando los ascensores del metro hasta descomponerlos o nos haremos los dormidos para no dar el asiento al señor con muletas... Después, porque en estas fechas mega solidarias no. 
Es el tiempo de las colectas en los colegios. Es el momento de comprar solo aquellos "solidarios" productos marcados con la cruz patada. Es el momento en que los animadores de la televisión nos den clases de solidaridad...
¡Cuánto más se puede manosear una palabra hasta hacerle perder el sentido!
Solidaridad... ¿Qué significa ya?
No pondré yo en duda las buenas intenciones que detrás del origen de la Teletón hay. Tampoco diré nada en contra de las buenas cosas que con ella se logran (porque es así, es verdad que muchos niños y jóvenes consiguen rehabilitarse gracias a ella), no es esa mi intención. Lo que ya no puedo tolerar es la hipocresía y la avaricia que muchos disfrazan detrás de máscaras, detrás de la vilipendiada palabra solidaridad.
¡Que no intenten hacerme creer que tal o cual animador farandulero o pseudo artista de kermés es un ejemplo de solidaridad! Ya no me puedo tragar la solidaridad catódica (o en cristal líquido o plasma y hasta en HD) de tipos que manejan BMW y gastan dos millones de pesos en una corbata o un par de zapatos. No me compro las lágrimas de una platinada animadora que desayuna bótox, almuerza silicona y cena colágeno. ¿Cómo pretenden que crea en la solidaridad de quienes se han hecho "famosos" gracias al chisme, al cahuín, a la injuria y la infamia? ¿Gente que para participar en la Teletón pone como condición estar sobre el escenario en prime time y si no, no participa?
Menos aún me traten de vender el cuento de la Solidaridad Empresarial. Esa solidaridad de petit bouche y Chivas en las rocas. Solidaridad contemplativa desde la terraza de Casa Piedra, desde los salones del Ritz Carlton, desde las cómodas butacas de la ENADE. Solidaridad de actores "disfrazados" de mendigos, de pobres... como si ser pobre fuera una caricatura, un arquetipo, un personaje de ficción.
¿De qué solidaridad me hablan, por Dios? ¿Cuando las empresas que "apoyan" a la Teletón quintuplican sus ventas y, con suerte, donan un 2% de sus ventas? ¿De qué compromiso social hablamos cuando estas empresas gastan más en publicidad para anunciar que están con la Teletón que lo que donan realmente? ¿Podemos decir que hay caridad en donar si con ello dejo de pagar impuestos que construyen hospitales, reparan escuelas, financian programas sociales?
Yo todavía creo en esa tonterita que dijo ese carpintero loco de que "Lo que haga tu mano derecha no lo sepa la izquierda". Y si bien, la mayoría de estos empresarios no falta nunca a misa en sus iglesias monumentales, parece que si leyeron alguna vez la biblia, se les olvidó. Si fueran realmente solidarios, no extorsionarían a la gente para que compre su producto. Calladitos irían al banco, sacarían su chequera y firmarían un cheque con muchos ceros que, de todas formas, no pondría en riesgo para nada a su empresa o su forma de vida.
Por favor, no me mal entiendan. Creo en la ayuda, en la solidaridad. Estoy seguro que la mayoría de quienes van al banco y donan lo hacen de buena fe, con ganas de ayudar. Yo mismo lo he hecho muchas veces, porque sé que la plata se ocupa con un noble fin. Mi idea no es hacer un llamado a no donar o no participar de la Teletón, sino a que seamos un poco más críticos ante quienes, a como dé lugar, buscan meternos el dedo en la boca. Es un llamado ha ser también más consecuentes, porque nada vale donar 5000 pesos si después me río del cojo, no cedo el asiento a la señora parapléjica o me enojo y quejo porque una silla de ruedas ocupa mucho espacio en el vagón del metro.
Por último, queridos lectores, creo en la solidaridad tanto como en la justicia. Y si somos honestos, la Teletón ojalá no tuviese que existir. Ojalá ningún niño -ni ningún ser humano- tuviese que "suplicar" por ayuda, por un derecho; por el derecho a la rehabilitación, el derecho a desarrollarse, el derecho a ser persona. Ojalá esas terapias estuvieran en los hospitales públicos, en las salas de clases de los colegios fiscales, en las universidades del Estado.
Que nunca se nos olvide que "La caridad empieza donde termina la justicia".
Vale.