jueves, 21 de enero de 2010

La mala memoria...




Perdimos. Sí, en plural. Muchos me acompañan en este sentimiento, en la derrota. Perdimos y no queda más que aceptarlo, porque nosotros, a diferencia de los vencedores de hoy, sí creemos en la democracia, y como devotos de ella, la practicamos.
Sin embargo, siento que esta derrota resultó particularmente dura y dolorosa. Supongo que así han de ser las derrotas en donde los vencidos tuvieron también responsabilidad en su propia caída. Pero, y ahora sí es muy personal, me duele principalmente por el pueblo de Chile, por su dignidad, por su fe, por su alma.
La Concertación, como toda entidad conformada por hombres y mujeres, cometió errores, pecó de soberbia y se durmió efectivamente en los laureles. Pero con todo, hizo de Chile un lugar mejor, devolvió la dignidad a las personas y resguardó la libertad de todos. Nadie fue perseguido por agentes del Estado y la pobreza material se redujo como nunca antes en la historia. Qué lástima que la pobreza de nuestros espíritus no marchara a la par.
Nos hicimos un país de "nuevos ricos" ostentosos y altaneros. Una ciudad plagada de 4X4, de malls, de palmeras cual Miami. Las bibliotecas se abrieron, pero la gente no entró en ellas. Como dejó de lado tantos otros valores que nos daban sentido: pobres, pero honrados; orgullosos, pero con motivos; férreos, pero solidarios.
"Éxito, éxito, éxito", esa se hizo la consigna. A cualquier costo. De cualquier modo. La derecha y su poder, el capital, sembraron bien su semilla en nuestro pueblo. Y dio frutos.
"Todos seremos empresarios, emprendedores. Esa es la promesa. Moverse, moverse y moverse para ello, nada de detenciones, ni reflexiones. Cuidadito con andar buscándole la quinta pata al gato o haciéndose esas preguntas tontas acerca del sentido de las cosas o la trascendencia. La única trascendencia es la herencia que dejarás en el banco para tus hijos".
Antes, la herencia era una sólida educación, una biblioteca pagada a cuotas y construida en toda una vida. La herencia era el recuerdo de un almuerzo bajo el parrón de la casa, ir por el día a la playa, jugar a la pelota en la calle con tu papá. Era poder comprarse una Citroneta después de años de ahorro. Era ser feliz por lo que vamos haciendo y no por lo que vamos teniendo e incluso, con lo que le vamos quitando al otro.
Pero Chile cambió. ¡Viva el cambio! celebran algunos. Para esos que celebran, los tipos como yo somos solo románticos incurables. Perdedores  irremediables. Somos perversos seres de izquierda y resentidos porque nos molesta el "éxito" de los demás. Pero no creo que el éxito sea contagioso. No se pega por contacto. Sobre todo, no creo en el éxito que se basa en la explotación de la personas, en la competencia salvaje e inmisericorde. No creo en quienes tienen tanto, pero siempre quieren más.
No se trata de querer que todos seamos pobres, como señalan algunos. Se trata de que todos tengan justicia. No solo de que todos lleven pan a su casa, sino que también puedan llevar libros, juegos, viajes. Se trata de cubrir mis necesidades y mis sueños, pero nunca a costa de frustrar los de los demás.
Chile cambió. Hace rato en realidad. Nos vendieron el cuento de que antes de todo o todos estoy yo, yo, yo y yo. Mi familia y yo y los demás, que se las arreglen. Nos vendieron el cuento de que a los pobres no se les regala el pescado, se les enseña a pescar. Claro, difícilmente se pesca bien si el pescador no tiene caña o está muerto de hambre durante la faena.
Nos vendieron el cuento de que todo está resuelto. De que ya no hay heridas. De que es mejor olvidar y mirar para adelante y no por el "retrovisor".
Nuestro problema es la mala memoria. Porque nos quejamos de nuestros malos sueldos, pero votamos por quienes nos explotan. Nos quejamos de la cesantía, pero votamos por quienes la generan por su especulación. Nos quejamos de la delicuencia, pero votamos por quienes ayudan a generarla a través de la injusticia que su avaricia provoca.
En el fondo, amigos míos, a pesar de las 4X4, seguimos siendo los que Paulo Freire dijo hace tantos años: peones de fundo explotados por capataces y patrones, pero lejos de aborrecerlos, solo queremos llegar a ser como ellos.
Dios no ampare.