miércoles, 13 de diciembre de 2006


Adiós general...
(Sí, sin coma)

Es raro, pero lejos de lo que creí, al enterarme de la muerte de Pinochet no sentí lo que durante años creí que sentiría. Se produjo en mi una total indiferencia, como si el otrora dictador ya hubiese estado muerto desde hacía años y no fuese más que un mal recuerdo. Pero no, como escuché por ahí, el ansiado "Día del níspero" fue el domingo 10 de noviembre del 2006.

¡Qué cosas hemos visto a causa de la acertada ocurrencia de Pinochet de morirse! Personalmente, no me alegré de que muriera, no puedo alegrarme de la muerte de ningún ser humano, incluso de alguien como el Capitán general II (Pobre O'Higgins, debe revolcarse es su tumba), que hizo méritos suficientes para escapar a la categoría de "ser humano". Pero, obviamente no sentí ni una pizca de pena. Aunque a momentos casi me conmovía con esa expresión de "tata bueno", me bastaba con acordarme de los degollados, de los quemados, de los exiliados, de los desaparecidos y de muchas señoras con una foto colgando en el pecho que se murieron esperando encontrar a su hijo o a su marido, para volver a la realidad de que detrás de esa máscara beatífica no había más que un tirano reducido a escombros.

Es cierto que cristianamente no era quizá correcto destapar champaña en la Plaza Italia, pero me produce mil millones de veces más horror ver a la clase de adherentes pinochetistas que se agolpaban a las puertas del Hopital Militar. ¡Cuánto odio, Dios mío! Viéndolos a ellos, no me cabe duda que la tortura y los homicidios de Estado podrían vover a sucederse. Viendo y escuchando a quienes formaron parte del gobierno militar, justificando lo injustificable. ¡Señores, ningún avance económico vale lo que una persona! Aquí, simplemente se mató e hizo desaparecer a quienes no le llevaran el amén al gobierno.

He escuchado también a muchos que dicen que Pinochet hizo tantas cosas malas como buenas. Con el respeto que me merece esa opinión, disiento de ella por los siguientes motivos:

1. El supuesto "milagro económico" de Chile, impuso un modelo que nos alejó de los valores humanistas y cristianos que teníamos. Ahora se valora la competecia y el éxito por sobre la solidaridad y el estoicismo. El modelo de los "Chicago boys" hizo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, acrecentando las diferencias en la distribución de la riqueza. Si ahora tenemos más cosas no es necesariamente porque seamos más ricos o mejor valorados, sino porque el "chorreo" es muy grande.

2. La "modernización del Estado", que en el fondo fue una reducción. Es cierto que el Estado no tiene por qué participar en todos los sectores productivos, pero también es cierto que eso no justifica las privatizaciones "dudosas" de empresas estatales vendidas a "precio de huevo". Además, el estado se desligó de sus responsabilidades más básicas de una manera atroz, como sucedió con la educación, la salud y la vivienda.

3. De la constitución, mejor ni hablar. A Dios gracias, pudo ser reformada. Los militares SIEMPRE deben estar subordinados al poder civil. El sistema binominal es casi decir: "puedes ser gris claro o gris oscuro, pero nunca negro o blanco". Nada más antidemocrático.

Podría enumerar muchas más razones pero no tiene sentido hacerlo aquí y ahora. Lo importante es decir que siempre que el mundo tiene un dictador menos, se convierte en un lugar un poco mejor. Querámoslo o no, nuestra vida fue, es y será por mucho tiempo más, influenciada por Pinochet y lo que hizo. Los jóvenes que dicen que no "están ni ahí" con él porque no lo conocieron se equivocan: muchachos, la sociedad en la que viven en gran medida es producto de 17 años de dictadura, por lo mismo, valoren y aprovechen su libertad.

Con Pinochet se muere un trozo doloroso de nuestra historia. Que nos sirva de lección para no cometer los mismos errores, para valorar la democracia y la libertad. Para respetar a nuestros hermanos, para aceptar las diferencias. Para trabajar juntos por la verdad, por la justicia, por la solidaridad. Para que nunca exista el olvido, pero sí el perdón. Solo así, algún día, podremos sentirnos ciento por ciento orgullosos y dichosos de ser chilenos.

Y que Dios, en su infinita misericordia, se apiade de esa pobre alma... porque lo va a necesitar.