sábado, 8 de marzo de 2008



Al colegio otra vez

Como un leve soplo del viento estival, pasaron las vacaciones de este año. Ya estamos nuevamente en marzo y con él, hemos de regresar la mayoría, otra vez, a nuestras obligaciones habituales después de la tregua que nos dan los meses del verano. Yo, que a mis tiernos 5 años un día ingresé a una sala de clases, por lo visto, no saldré más. Y es que yo mismo, al decidirme a estudiar pedagogía, libremente escogí ligar mi vida a las aulas, los recreo y los estudiantes.
Para no pecar de hipócrita, queridos lectores, debo confesar que en los cinco años que llevo de profesor, me he cuestionado en más de una ocasión la decisión profesional que tomé. Para mí, por lo menos, resultó bastante traumático darme cuenta de que lo que aprendí en la universidad acerca de pedagogía me sirvió bastante poco a la hora de afrontar a los jóvenes de verdad. No sé realmente, a qué estudiantes conocieron mis profesores del departamento de formación pedagógica en la universadad, pero sin duda, no se parecen en nada a los que me ha tocado tratar. Aunque la verdad, mis profesores hace años que no ponían un pie en la sala de clases de un colegio, y vivían, más bien, en el etéreo mundo de los libros de la editorial Paidós o Kapeluz. De eso me di cuenta en mi primera práctica real en aula, cuando al llegar al colegio donde escogía hacer la práctica me encontré con un alboroto gigantesco y una ambulancia entrando rauda por el portón, y es que un alumno del primero medio había clavado un puñal en el corazón de otro compañero, como venganza por una rencilla que habían tenido con anterioridad. En esa primero práctica supe también lo miserables que pueden llegar a ser los sostenedores de colegios y lo malo que es el sistema de financiamiento municipal y subvencionado de la educación.
Afortunadamente, después llegué a otro colegio que es donde aún trabajo hoy, que si bien no es una maravilla, es un lugar decente y bueno donde ejercer. Claro que le faltan muchas cosas, pero al menos realmente es un colegio y no un negocio.
Sin embargo, parece que la sociedad entera ha dejado de ver a la educación como un derecho fundamental y cómo la mejor contribución al desarrollo social y económico del país. La mayoría hoy ve en la educación un bien de mercado y un lucrativo negocio. Para que decir en qué se han transformado los profesores; meros empleados de apoderados, sostenedores y alumnos.
Con tristeza me ha tocado recibir las críticas de algunos apoderados en las reuniones o citaciones. "¡Resultados, resultados!" eso es lo que importa. Y no vaya uno a incurrir en el grave delito de llamar la atención a alguno de sus alumnos, porque es casi como ser un torturador: "¡Con qué derecho reta usted a mi niño, si yo le doy permiso para hacer lo que quiera!, ¡Yo misma le digo que no se quede callado cuando un profesor le diga algo!".
Tan triste como lo anterior resultan las políticas estatales para elevar los resultados. ¿Sabían que se premia a los colegios que menos repitientes tienen? ¡Ok!, ¡Arreglemos notas! Nada cuesta hacer que el 2 que Juanito sacó se transforme milagrosamente en un 5. He tenido colegas que llegan a palidecer si en una prueba hay más de diez rojo. Ya sé que usted, desocupado lector dirá que si en una prueba hay muchos rojos, debe ser porque se ha enseñado mal. Yo mismo era de esa opinión antes de saber cómo estudian los escolares chilenos. He llegado a presenciar inclusive, como cursos enteros se organizan y ponen de acuerdo para entregar pruebas en blanco solo porque les dio "lata" leer un libro.
Todo, finalmente, se transforma en un círculo vicioso. Los apoderados exigen solo resultados, achacando la mayoría de sus responsabilidades a la escuela, los profesores presionados, deciden exigir lo menos posible a los alumnos, y éstos últimos, al ser poco exigidos, también entregan muy poco de sí mismos. Por eso es que hay alumnos que en educación media tienen un promedio de notas 6,5 y en la PSU no llegan a los 500 puntos.
La educación chilena está hace años en crisis, y lamentablemente, no va a mejorar mientras se confunda cantidad con calidad, mientras continúe la municipalización, mientras los apoderados sigan abandonando a su suerte a sus pupilos, y mientras los profesores no despertemos del letargo y el miedo que muchas veces nos consume.
Yo mismo me he dado el trabajo de colocar hasta 30 rojos en una prueba, pese a los reclamos y los retos, pero una cosa sí les aseguro: la segunda vez solo tengo unos pocos rojos, porque los estudiantes chilenos no tienen una pizca de tontos y saben que cuando se le aprieta deben dar más.