viernes, 29 de diciembre de 2006


Diciembre
Fin de año ¡Uf!

Así es, ciudadanos de la tierra. Se va el viejo (el año, no el otro viejo) y como siempre, al igual que todos los otros años que se han ido, este 2006 no puede irse tranquilo y ser un "low profile", tiene que irse dando problemas. Diciembre es para mí, sin duda, el mes mas contradictorio, esperado, amado y odiado del año.

Cuando se es pequeño, se ansía diciembre. Sinónimo de vacaciones, regalos y juegos. Cuando pequeño, sentía una emoción pocas veces vivida a medida que se acercaba el día 25. Tus padres y abuelos, se esmeraban por hacerte sentir mágica la fecha. Todo te parecía bello en esa época y ni siquiera caminar por el paseo Ahumada el día 23 podía agriarte el ánimo.

Cuando se es adulto y se trabaja, se ansía diciembre porque falta menos para las vacaciones, pero se repele porque es sinónimo de compromisos, deudas y viajes interminables del trabajo a la casa y viceversa. Y se vienen esas latas de "amigos secretos2, "Saque un papelito de la bolsa, vea el nombre de quien le tocó. Regalos mínimo, desde 5.000 pesos". ¡Qué lata! Los almuerzos o desayunos corporativos, con discursos acerca de "La misión cumplida" y las "Metas para el 2007". Se viene el terrible día "28" para los profesores, los finiquitos y las cartas de despido. Los alumnos implorando por una nueva oportunidad y uno explicándoles que ni aunque se saque un 9,5 en una prueba le alcanza para subir el promedio a cuatro. Luego vienen los apoderados, primero humildes y gentiles, luego desafiantes y, finalmente, descorteses, agresivos y amenazantes. "Voy a ir la ministerio. Voy a ir, usted discriminó a mi niño, si es casi un santo". El amor de madre debe ser algo increíble, el mocoso puede haber quemado a lo bonzo a un compañero, pero siempre es un querubín.

Es la época de las graduaciones y licenciaturas, del desfilar de gladíolos y fotógrafos, de los discursos y los "Llegó la hora de decir adiós, decir adiós...", las misas eternas con letanía, incienso y curas que si de ellos dependiera, hablarían en latín.

Y ni se te ocurra ir a comprar. Compras pan en el supermercado, te demoras cinco minutos en envasarlo y pesarlo y unas dos horas en pagarlo. Y eso que es la caja expreso. Cuando se era estudiante, se recurría al ingenio para regalar algo. Papel lustre, poemas, cola fría, cartulina, flores secas ¡Cualquier cosa! Pero después, casi inevitablemente y aunque reniegues de eso, te conviertes en alguien de absolutos gustos burgueses. Y no te basta un saludo y una tarjeta. Debes comprar, regalar "alegría" envuelta en papel dorado y cintas. Si antes eras feliz con las papas cocidas, ahora no aceptas otra cosa que papas duquesas. Antes bebías vino o cerveza, luego pides un Baileys. Y hay quienes piensan que hasta el cuesco de la aceituna es de rotos. Diciembre, el mes de los créditos de consumo, las tarjetas y la guerra de las tiendas. Y uno, cual tonto que es, dentro de esa centrífuga sin poder (o querer) escapar.

Debo reconocer que me gasté casi todo el aguinaldo en regalos. Me he defendido de mi sentido común y mi conciencia diciéndole que al menos, no he sido egoísta, pues no compré nada para mí, sino que para otros. Pero es no es tan así. En el fondo, aunque nos duela, regalamos porque queremos ser más queridos, valorados. Nos gustan los "¡Gracias, para qué te molestaste!" Nos gusta saber que nuestro regalo es mejor que el de alguien más. Así somos, lamentablemente. Eso no nos hace malos, solo imperfectos.

Dentro de toda esta vorágine, entre la champaña puesta a enfriar y los fuegos artificiales que pronto estallarán, al menos, me di el tiempo de hacer algo que me permitiera estar en contacto con mi interior y con la realidad que representa diciembre. Aparté un poco de mi aguinaldo y compre una figuras de yeso del Nacimiento. Desempolvé pinceles, compré témpera y barniz y pinté mi propio pesebre. Quedó horrible. Pero, por lo menos, me acordé que en esa tosca figura de yeso de un niño nacido en un establo, estaba la razón de muchas cosas. Allí estaba la Verdad, esa con mayúsculas. Ahí estaba la raíz primera de mi querer estar con mi familia y seres queridos, de mi querer regalar cosas. En el fondo de mi corazón ( y en el de muchas otras personas) estaba Jesús recién nacido, quizá cubierto de algo de egoísmo y vanidad, pero presente aún.

No permitas, Niño, que te saque alguna vez de allí.