domingo, 13 de febrero de 2011

Como un rayo



Lo despertó un trueno. Las paredes vibraron y los objetos de la habitación dieron tumbos, cambiando su acostumbrada inercia. Le tomó un instante volver en sí, a la realidad, a la vida. Estaba en su cama, en su dormitorio, en su casa. Había almorzado tarde y después decidió dormir una siesta. No había prisa ni nada que hacer. Febrero corría lento y estaba de vacaciones. Dejó los platos sucios en el lavaplatos y subió a su habitación. El día estaba nuboso y más frío que los anteriores. Desde la cama, miró un rato las nubes oscuras moverse con rapidez contra un fondo azuloso, pero no tardó en dormirse. Dormir, para él, resultaba fácil y grato. Dormir y escaparse un rato de la vida. Soñar, soñar que era lo que no era y que hacía lo que nunca hizo. Soñar, en fin, que era otro y no él, que vivía otra vida.
En eso soñaba cuando lo despertó el inmenso trueno. Se incorporó para terminar de despertar. Escuchó. Las gotas de lluvia empezaron a caer sobre el cinc del tejado. Primero con intervalos, después con rapidez. Llovía en febrero sobre Santiago. Recordó que había ropa tendida en el patio. Mientras bajaba las escaleras, un segundo trueno remeció la casa. Al llegar al primer piso, sintió ganas de orinar, pero creyó más prioritario encargarse de la ropa tendida primero.
La lluvia caía en gotas gruesas. El olor a tierra húmeda ya ascendía abarcando todo el ámbito del patio. A pesar de la tormenta -o gracias a ella- el cielo se veía hermoso, casi completamente blanco. Movió la ropa hasta abajo del cobertizo, sin prisas, dejándose mojar. La lluvia se sentía tan bien, tan refrescante. Miró hacia el cielo, pero cerró los ojos, para disfrutar de las gotas sobre su cara. Se sintió profundamente bien, como hacía mucho que no se sentía. No había nadie más allí, nadie lo miraba, ¿Por qué no orinar allí, bajo la lluvia? Y mientras se empapaba la ropa, orinó. Y quizá por primera vez en muchos años, se alegró de estar despierto, de ser él, de estar ahí y en ese momento, de estar vivo y poder disfrutar de la lluvia. Lo supo justo a tiempo: la felicidad puede ser un instante, como una lluvia en verano, un trueno o un rayo; un pequeño rayo celeste, veloz, como el que lo alcanzó en el patio, justo después de orinar. No un gran rayo, de esos para fotografiar, sino uno pequeño, pero capaz de detener su corazón, capaz de dejarlo muerto en el instante, con una mueca que pareció una sonrisa según quienes lo encontraron.