domingo, 8 de junio de 2008



El dolor
(o sentirse absurdamente vivo)

Para variar, me hallo convaleciente. Quizá aún enfermo. En fin, estar acostado me ha dado algo de tiempo para pensar -más de lo corriente- en mi vida. Sí, en mi vida, en el estado de mi existencia. Hace ya rato que la cosa se venía mal. No he podido ver claramente los objetivos de mi vida. Estaba viviendo sin grandes certezas. Algo me está pasando, que no me siento con las ganas de antes. Ya habrán notado por mis post anteriores que me siento cansado y hasta viejo (lo que probablemente no es bueno cuando uno aún tiene 27 años). Ok, para quienes me conocen de siempre saben que nunca he sido un hombre de grandes energías, pero ahora, ya ni salir mucho quiero. Mi trabajo hace rato no me está dando las satisfacciones que necesito y que solía darme. Me siento abatido, en una lucha que desde que empecé ya la tengo perdida.

Miro hacia atrás y solo veo una alegría pasada y pasajera. Miro hacia atrás y solo veo muchas oportunidades desperdiciadas que no se volverán a repetir. Miro el presente y compruebo con espanto como mis sueños de ayer no se han cumplido. Miro el futuro y no veo nada. Hasta mi fe, otrora el bastión que nunca me falló, se ha visto considerablemente mellada por esta crisis que estoy pasando.

En las mañanas, al salir del metro, veo a una joven que reparte los diarios. Es mucho más joven que yo y es bastante bonita. Durante este último tiempo está congelada por los fríos matutinos o mojada por la lluvia más frecuente de lo habitual. Se debe de levantar temprano para realizar esa tarea y con suerte le pagarán el mínimo. Yo fui a la universidad. Mi salario es mucho mejor que el de ella y no debo estar a la intemperie por horas. Pienso en ello como para sentirme mejor, pero solo consigo lo contrario, me siento aún más miserable, incapaz de alegrarme por lo que tengo sin pensar en lo que no tengo o definitivamente perdí.

Estoy lleno de deudas, preocupaciones y anhelos insatisfechos. Yo solo me busqué mis problemas y no tengo derecho a quejarme. Pero no es fácil.

Y he así que vine a caer en cuenta de que mi vida carece de sentido. Sí, tal como lo lees, mi vida no tiene sentido en este instante. O más bien, no le encuentro el sentido, porque si sigo vivo debe ser que algún sentido aún desconocido para mí debe tener mi existencia. No disfruto lo que hago, no disfruto lo que leo - cosa terrible para quien siempre gozó de leer- y no disfruto de mí. Paso cansado, aburrido, sufro de ataques de melancolía crónicos y arranques de mal humor. Mi cuerpo no me acompaña y ando enfermo tres cuartas partes del año.

Más encima, me siento incapaz de soportar el dolor. Y no me refiero al físico, que obviamente no me gusta, si no al dolor moral que me aqueja todos los días. Quisiera, igual que otras personas, pasar junto a un perrito hambriento y no preocuparme, no sufrir. Pasar junto a un mendigo y ni siquiera mirarlo. Ver como las personas dañan y se dañan y que eso no me amargase el día entero, pero no puedo. Como verán, amigos, una sombre negra me envuelve y se espesa a mi alrededor.

Quizá el médico tiene razón y yo simplemente sufro de una común y corriente depresión. ¡Fluoxetina y la vida continúa! Tal vez... siempre me negué a creer en la depresión. Siempre la vi como una excusa ante la vida. Ahora me siento no solo ridículo, sino además, prejuicioso.

Pero cómo no sentirse deprimido si gran parte de lo que veo es dolor en el mundo. Sufrimiento. ¡Cómo poder sentirse bien si hay tanto dolor! Hay quienes ven ese dolor y luchan a diario por consolarlo, acabar con él. Los otros, simplemente lo ignoran y siguen con sus vidas. Yo estoy al medio, y el dolor de los demás solo me pasma, me paraliza y desarma.

Sin sentido y agobiado, pero aún así quiero vivir. Lo sé, sé que quiero vivir, así sea solamente para hallar un motivo para esta vivo, para sacudirme la sombra negra de encima, para estar alegre solo porque sé que se puede estar mejor de lo que estoy. Aún no sé cómo, pero no quiero darme por vencido. Lo supe ayer, cuando caminaba al metro y pasé por la cancha donde jugaban fútbol las mujeres y se reían y el público con ellas. Lo supe ayer, cuando vi a la gente esperando la hora de visitas en la entrada del hospital y recordé que hace un año yo también era uno de ellos. Lo supe ayer cuando a la salida de la estación Vicuña Mackenna una mujer vendía unas ropas, una plancha, unas curitas y una gomitas de menta. A su lado, en un coche, su hijo demasiado grande para ese coche, con algún trastorno que le impedía hablar o coordinar su cuerpo. Lo supe cuando pude seguir de largo y no lo hice. Lo supe cuando le compré un paquete de gomitas y me fui sin esperar el vuelto. Lo tuve absolutamente claro cuando a lo lejos escuché "¡Gracias señor!" y lo confirmé cuando no pude controlar la humedad de mis ojos.

Ahora sé que mientras el dolor de otros me siga importando, habrá por qué vivir. Lo demás, vendrá por añadidura.

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Para D.: No quiero dejar de darte las gracias por estar conmigo, quererme tanto y hacerme sentir bien. La conversación de ayer me dio esperanzas. Tú sabes cuánto bien me haces y las fuerzas que me inyectas. Gracias, compañera, amiga y mujer.