martes, 24 de octubre de 2006


La indecisión

Estoy escribiendo al fin. Me ha costado bastante decidirme a hacerlo. Vencer la inmensa abulia que me carcome desde dentro, superar esa pesadez de mi alma, que contagia cada fibra de mi cuerpo.

Con el tiempo, me he ido convenciendo de que lo difícil no es emprender una tarea; lo difícil, lo realmente difícil, es decidirse a comenzar. Y mi vida ha estado llena de esa flagelante y culposa indecisión. Probablemente, este problema proviene de la formación de la que somos el resultado. Mi carácter pasó por el tamiz incierto del pacifismo; del no molestar. "No hagas lo que no quieres que te hagan" se transformó en mi consigna, pero también lo fue el "no molestes" "no hagas el redículo" "la risa abunda en la boca de..." "La inteligencia es proporcional a la seriedad" "el espíritu prevalece sobre la carne" y muchas otras más.

Por lo anterior, me convertí desde pequeño en un ser que se debatía entre el pasar desapercibido y el sobresalir, lo que a fin de cuentas, es una mezcla de agua y aceite, algo que a la postre no junta ni pega.

En consecuencia: nunca destaqué en nada. Probablemente, fui el alumno más perfectamente estándar de mi generación. Quizá también el más deseable por el modelo educacional chileno: lo suficientemente normal para no reprobar y lo suficientemente bruto para no opacar a nadie. Fui (aunque, casi con seguridad aún lo soy) un producto fácil de digerir, agradable al paladar, pero inocuo, que no deja regusto y, por sobre todo, fácil de olvidar. Mucha gente me conoció, conversó conmigo, me sonrió, pero no me recordarían ni aunque fuésemos vecinos.

No los culpo por olvidarme. Es muy sencillo echar al olvido a alguien que jamás tuvo la voluntad de ser "algo" en la vida. Y por algo, no me refiero a tener un título o comprarse una casa o un auto. Eso lo hace cualquiera con un poco de suerte y una pizca de esfuerzo. Por ser "algo" me refiuero a "hacer algo", bien o mal, pero a hacerlo, a actuar, moverse; a arrastrar y no simplemente flotar cómodamente.

¿Cuánto no me atrevo? ¿cuánto "mejor que no" ha habido en mi vida? ¿Cuántas oportunidades desperdiciadas? ¿Cuántos sueños infecundos?

¿Decir: "me gustas" es tan difícil? ¿decir "no", decir "sí"? Evidentemente, es más fácil decir "podría ser" o "lo voy a pensar"

La mayoría de los sueños se mueren porque no se atrevió alguien a realizarlos. Yo soy uno de ésos, que prefiere mirar el bosque antes de atravesarlo, por lo mismo, nunca será un gran hombre. Para mí, las cosas y las personas, son objetos de estudio, no de pasión. Ni la religión, ni la política ni las artes. De todo sé un poco, de nada me he hecho guerrero.

Los grandes hombres son los que se atrevieron a emprender el camino, aunque después se arrepientan de ello.

Nunca es tarde, dicen. El problema es: ¿me atreveré a tomar mi mochila y salir a caminar, algún día?

martes, 17 de octubre de 2006


Años

Ha pasado un año más en mi vida. Aquí estoy nuevamente. Me pregunto, como a diario, qué será de mí mañana. Me levantaré temprano e iré a trabajar. Por la tarde volveré a mi casa para pensar en qué será de mí pasado mañana. Así es la rutina, tal vez así es la vida.
Recuerdo que la víspera de mis cumpleaños, cuando era pequeño, no podía dormir. Era emocionante cumplir años, ser más grande, recibir regalos y saludos. Si tenías suerte, hasta el o los profesores te saludaban. Tus compañeros te daban una "capotera" o te hacían un manteo.
En la adolescencia, los cumpleaños comienzan a cambiar. Muy a mi pesar, se acabaron las piñatas, las sorpresas y la leche con chocolate. Ya eres "grande" y debes hacer "carretes" con baile y ojalá "copete". Quizá por eso desde los 15 hasta los 20 no volví a celebrar mi cumpleaños. Nunca me adapté a ser un adolscente normal.
En la universidad tuve mis mejores cumpleaños. Recuerdo uno en particular. Jamás había sido tan saludado como cuando cumplí 21. Sé que es una superficialidad, pero es muy agradable que te saluden, te abracen y te deseen cosas buenas. Se siente muy bien recibir tarjetas y algún lápiz o chocolate de añadidura.
Los años pasaron por mí, como pasan por la mayoría de las personas, dejando huellas imborrables. Buenos recuerdos, grandes dolores, remordimientos incurables, alegrías y etapas que no viví. Me cuesta creer que viví tantos años preguntándome si este año encontraría un amor... ¡Qué cosas!
No puedo evitar sentirme melancólico en este momento. Pienso en lo que he hecho, pero pienso más en lo que no he hecho. Siempre es difícil aceptar que no se puede recuperar el tiempo perdido. Cuesta resignarse a que lo que no se vivió, lo que no se hizo ya nunca podrá hacerse o vivirse. No puedo volver y decir lo que no dije, abrazar a quien no abracé, besar a quien debí atreverme a hacerlo.
¿Pude haber sido otro? Sólo Dios lo sabe. La gracia está en aprender a vivir con lo que somos y seguir intentando alcanzar nuestros sueños, porque en el fondo son éstos, los sueños, los que te dan la fuerza para vencer el desánimo y la indecisión.
Lo malo es que cada día, sueño menos.

martes, 3 de octubre de 2006


Los libros y yo

Hay olores que nos encantan. Todos tenemos nuestros preferidos. Por ejemplo, cuando era estudiante, muchas veces sentía el olor de las mujeres recién perfumadas en la mañana, cuando pasaba junto a ellas en la micro. Llegué a pensar, en una ocasión, "esta mujer huele a verano". ¿Qué cosas, no?
Sin embargo, otro de mis aromas favoritos no es tan sensual como el de las bellas mujeres, pero es igualmente poderoso para mí: el olor de los libros, el olor a biblioteca, a galería de la calle San Diego. Ese olor del papel amarillo y reseco, de las tapas desteñidas, de la negra tinta sobre el papel.
¿Cuándo nació este amor por los libros, por la literatura? No lo sé a ciencia cierta, pero creo tener una noción. Antes de la reforma, no existían todos esos libros infantiles que leen los niños hoy -léase Barco a vapor, por ejemplo-, por lo que leíamos los clásicos en cuanto a aventuras se refiere. Tocó, cierto buen día, que después de leer varios Papeluchos que sí me habían gustado, mi profesora nos mandara leer Colmillo blanco. Escuché a mis compañeros quejarse acerca de lo largo que era el libro, pero, por sobre todo, sobre lo aburrido que resultaba leer. Para mí, la lectura era algo habitual. Crecí en casa de mis abuelos, mi tata leía todo el tiempo, dos o tres libros a la vez. El diario, al menos los domingos, era sagrado. En mi casa, había una biblioteca abundante y añosa. Mi padres se encargaron de aumentarla, comprando enciclopedias, colecciones y diccionarios. ¿Por qué habría entonces de resultarme fome leer?
No obstante, quizá prejuiciado por los nefastos comentarios de mis compañeros, no conseguía avanzar en la lectura de Colmillo blanco. Mi madre se dio cuenta de esta situación, y en lugar de llamarme la atención por estar viendo Pipiripao en vez de leer, hizo algo de lo que estaré agradecido por toda mi vida: tomó el libro, me dijo que me tendiera juento a ella en la cama, y comenzó a leerme. Aún no podía concentrarme y me aburría, pero ella me dijo "imagina. Imagina que es una película. Cierra los ojos e imagina". Entonces la vi. Era la nieve, los bosque, los perros y los lobos. Era Kiche y sus cachorros que aparecían, de súbito ante mí. Por primera vez en mi vida me di cuenta de estar en un espectáculo creado para mí. Era el director de la película, tenía el guion, ahora solo debía filmarla. ¡Qué maravilla fue ese día!
Desde ese entonces, jamás dejé de leer, y mi apetito ante los libros solo era comparable con el de los helados.
Prácticamente todos los clásicos Zig-Zag pasaron ante mis ávidas pupilas. Julio Verne, Salgari, London, Manuel Rojas... ¡Qué humanidad hay en Manuel Rojas! ¡en sus personajes desarraigados y sufrientes, pero poseedores de una dignidad universal! Muchos años después, esas características las encontré en los personajes de Óscar Castro y su maravillosa La vida simplemente.
Fui reprendido duramente muchas noches a causa de mis deseos de leer hasta altas horas, y creo que debo usar gafas hoy, por el mal hábito de leer con la luz apagada y bajo la colcha. Y probablemente, mi papá nunca sabrá que fui tan feliz, cuando a mi hermano y a mí nos leía cada noche un fragmento de 20.000 leguas de viaje submarino.
Había leído a chilenos y europeos, pero a casi ningún hispanoamericano, pero cuando gané el concurso de cuentos de mi liceo, el premio fue un libro: Crónica de una muerte anunciada. ¡Aquello fue encontrarse con otra realidad, que a mis quince años, era incapaz de explicar!
En mi mente, todavía retumban esas palabras como si fuesen parte de un conjuro: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar la remota tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Tan maravillosa como Cien años de soledad es la novela de amor más humana que he leído, y también es de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera.
Perdón, ya sé que me estoy extendciendo demasiado, pero ¿Cómo dejar afuera a Borges y Cortázar?, ¿si son capaces con sus cuentos de ganarte por knock-out y dejarte en silencio y con los ojos abieros por largo rato? ¿Cómo no mencionar a Benedetti y su Tregua, que me dejo llorando una hora sobre la cama? ¿Cómo no nombrar a Kafka, a Carpentier, a Camus? ¿Cómo no contarles que yo también sufro de los mismos males de Martín Romaña, trasunto de Bryce Echenique? ¿De qué manera no hablar de los traumático y fascinate que resultó leer 2666 o Los detectives salvajes del finado Bolaño? ¿Cómo no hacer una pequeña referencia a un Gigante Egoísta, a Un Príncipe feliz o a un Fantasma de Canterville? ¿Es posible no hablar de la poesía alada de Neruda, la sensualidad de Garcilaso, la desasón de Mistral, la profundidad de Quevedo, la acidez de Parra? Imposible y doloroso resultaría para mí dejar a alguien fuera.

Favor no se molesten, ya me llevo mi boca.
Para terminar, solo quisiera hacer mención al mejor libro que existe (y si alguien no está de acuerdo, que se atenga a las consecuencias), y, lo siento Señor, no me refiero a la Biblia, sino a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Por ahí decía un famoso quijotista: "dichosos los que no han leído el Quijote, pues aún tienen algo importante que hacer en la vida".

Disculpen el apasionamiento, pero habló un hombre que sobre el papel, ha podido ser muchas veces, lo que nunca será en la realidad.
Vale.