viernes, 4 de julio de 2008


Facebook

¿Qué tiene de maravillosa la última moda de internet conocida como Facebook?
Muchas cosas, sin duda, se podrían decir. Yo mismo, lo tuve en un principio sin darle mayor uso. Hasta que comenzaron a llegarme las solicitudes de amistad de amigos que no veía hace muchos años. Ha sido maravilloso, pero a la vez, inquietante. No me había dado ni cuenta de cuánto tiempo había pasado ya desde la última vez que los vi o hablé con ellos.
Para mí, Facebook ha sido como una máquina del tiempo. Me ha permitido reencontrarme -virtualmente, claro está- con gente que ha significado mucho en mi vida, con quienes compartí anhelos, sueños, penas y felicidades.
Hoy salí a caminar después del trabajo. No sé bien por qué lo hice si estaba "molido" por esta semana de final de semestre, pero igual salí al frío de la noche. Caminé un tramo corto, pero me di cuenta de cuantas cosas había en esos espacios que recorrí quizá un millón de veces. La plaza en que jugué cuando niño a la escondida pelota, el pasaje donde aprendí a andar en bicicleta, el buen paradero que me cobijó en las mañanas de lluvia esperando la metrobús 11 rumbo al Pedagógico. Allí seguía el quiosco donde compré (y esperé) junto con casi cuarenta jóvenes más, La Nación que traía los resultados de la PAA. Sigue en pie el Ribeiro, que era lo único parecido a un supermercado en los alrededores de nuestra casa cuando pequeños. Y aún envejecen, juntos y torcidos, los dos pinos que están en la curva que hace avenida Gabriela cerca de la gruta a la Virgen, frente al hospital de niños.
Me detuve frente a esos lugares por un minuto e intenté verme a mí mismo en ellos. Allí estaba con uniforme, persignándome frente a la gruta camino al colegio. Me vi con la mochila al hombro en el paradero y conversando con la muchacha rubia que no alcanzó a comprar el diario para ver como le fue en la PAA. Me vi bajo la sombra de los pinos junto a mi abuelo, preguntándonos quién los habría plantado.
Claro que hay cosas que ya no están, como los potreros, las acequias y el canal troncal San Francisco. Ya no hay vacas, ni conejos, ni hombres montados a caballo. Ahora solo hay casas y edificios por doquier. Así es el progreso, no tiene consideración con la memoria.
Perdónenme, pero ya me desvié del tema. Gracias al Facebook volví a saber de Mario y Grisel, grandes amigos del liceo. Del "Pelao" David y su eterno alboroto de hormonas y su amor casi garciamarquiano por Carol. Y también me mantengo al tanto de mis amigos del presente, a quienes veo más a menudo.
Creo que el Facebook también desenmascaró un poco mi inmadurez. Yo, sigo viéndome muchas veces a mí mismo con si tuviera 16 ó 18 años. Pero, al saber de mis amigos de antaño, caí como del décimo piso: ¡Por Dios cómo hemos cambiado! Varios están casados, tienen hijos, casas, autos. ¿Y yo? ¿Qué he hecho con mi vida? Tengo un título universitario, un magíster que no terminé, un montón de libros que valen (monetariamente) muy poco, una consolas de videojuegos y... nada más. Hoy, no sé si hice todo mal, todo bien o, simplemente, no hice nada.
Ok. Me alegro de reencontrarme con mis viejos amigos, y de seguir todavía más conectado con los actuales. Ya tengo una no despreciable lista de amigos en mi Facebook y espero seguir sabiendo de ellos a menudo. Aunque, ojalá el Felipe de antes también me enviara una solicitud de amistad. Tengo varias cosas que decirle a ése...

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Canción de esta entrada: Un millón de amigos de Roberto Carlos y Como hemos cambiado de Presuntos Implicados