jueves, 4 de febrero de 2010

Trabajos de oficina


De a poco me voy acostumbrando a esta nueva vida de oficina. He dejado voluntariamente las salas de clases y las he reemplazado por carpetas, escritorios y teléfonos que suenan constantemente. Reemplacé las campanadas y los recreos por "coffee breaks" y "after office", y ya no imprimo y corrijo cientos de pruebas, sino que imprimo, ordeno, fotocopio y archivo miles de documentos. Y cambié las tranquilas calles de San Miguel y la Gran Avenida, por la Plaza de Armas y el atestatado centro de Santiago.

Hasta ahora me ha ido bien. El trabajo es tan mecánico que se aprende rápido. Tiene hasta algo de romántico; sumergido entre estas miles de carpetas que componen el archivo me siento un poco Benedetti, y hasta me he dado el tiempo para intentar escribir algo en mis ratos libres. Y beber buen café que sirven las buenas muchachas del café que está frente a la oficina y que se pasean coquetas en sus minifaldas anaranjadas, sonrientes a toda hora. Yo las miro, y apesar de lo que cree todos, pienso en que sus pobres pies deben terminar reventados al final del día con esos enormes tacos que les obligan a usar.

Mis compañeros de trabajo son simpáticos y nos repartimos los tres bastante bien el trabajo. Todos somos jóvenes y conversamos harto mientras trabajamos. Después de tantos años, he vuelto a trabajar con hombres más que con mujeres, aunque para variar, mi jefe es jefa. No tengo problemas con ello, ya estoy acostumbrado. Hasta se podría decir que me gusta tratar con mujeres para los menesteres del trabajo diario.

Pues bien, al fin encontré el tan ansiado trabajo, tengo más tiempo libre, ya no me caliento la cabeza con reuniones de apoderados negligentes, con pedagogos de biblioteca, directores con alma de economista y polícticas educativas salidas de la facultad de ingeniería de alguna prestigiosa universidad plagada de tecnócratas... pero...

Sin embargo, sucede, sin embargo que tengo extraños sueños por las noches. Sueños agobiantes en que me veo otra vez frente a una pizarra rodeado de los aborrecidos adolescentes de los que escapé. Y me veo escribiendo con plumones de colores, explicando, leyendo, respondiendo preguntas. Otras veces, sin darme cuenta, estoy recomendando libros a la gente, inclusive a los desconocidos, o corrigiendo los errores de ortografía de mis compañeros. Inclusive, me he visto dentro de librerías, cotizando libros de padagogía, manuales de PSU, textos de lingüística, sin saber cómo es que llegué a esos lugares. Bueno, bien dicen que somos animales de costumbres...

Mas, lo raro de esos sueños es que siempre me veo feliz, y yo no suelo soñar cosas felices. Pero, ¡Bah! los sueños sueños son... ¿Los son?