martes, 11 de diciembre de 2007

Nuestras pequeñas miserias diarias

Época de Navidad. Otra vez. Con todo el ajetreo, casi ni me acuerdo qué se celebra. Tengo la cabeza como "papa" de tantas preocupaciones. Me gustaría decir "Tengo estos huesos hechos a las penas/ y a las cavilaciones estas sienes:/ pena que vas, cavilación que vienes/ como el mar de la playa a las arenas. / Como el mar de la playa a las arenas,/ voy en este naufragio de vaivenes". Me gustaría tanto ser poeta a veces, quizá por eso imagino que tal vez algún lejano e improbable parentesco tengo con Miguel Hernández. Total, si Huidobro decía que era pariente del Cid... en fin.

Perdón, pero me estaba alejando de lo que quería decir. A lo que iba es que siento que no me da para más ni el alma ni el cuerpo, en resumidas cuentas, estoy abatido; me siento derrotado. Quisiera dormir una siesta planetaria, de siglos. Dormir pensando solamente en que nada tengo que hacer al levantarme. Una buena siesta de niño. Pero debo vivir la vida que me tocó y que elegí, aunque en este lugar y en este instante, no me guste mucho.

Hoy, intentando hacer milagros con lo que me quedaba de sueldo, salí a pagar cuentas. Aunque mi presupuesto no lo contemplaba, decidí darme un gusto y beber un café en uno de esas cafeterías de mall que son todas iguales. No había mucha gente a esa hora, seguramente por la canícula inclemente, pese al aire acondicionado, pero los clientes que había no podían ser más disímiles. A mi lado, una pareja joven y "bella"; frente a mí, una joven de gafas y con un aire de "yo soy Bety, la fea", que acompañaba a dos ancianas que parecía habían sido compañeras de curso del presidente Balmaceda, una con bastones y la otra en silla de ruedas.

Como andaba con ganas de "no quiero contacto humano", saqué un libro e intenté leer un rato para no mirar ni escuchar a nadie. Me fue imposible. A mi lado, la pareja joven y bella, conversaban con el volumen muy elevado. Reían, y él le contaba a ella acerca de un negocio que un tal Guatón Pérez había arruinado. El tipo tenía bronceado de solarium, lentes de sol Armani (perdónenme, no sé como se escribe) y un reloj que seguramente era un excelente conductor de la electricidad. Ella era "Topísima" Buen cuerpo, bonito rostro, ropa que le sentaba de maravillas. Jugueteaba con su sandalia mientras coqueteaba con su interlocutor.

Las veteranas del frente, casi no hablaban. La muchacha hablaba pero no obtenía muchas respuestas. Las tres tenáin sendos helados, pero la joven debía dárselo a la de la silla de ruedas, que recibía la cuchara con avidez, pero que hacía un gesto como de asco al tragar. La otra señora, al parecer mucho más sana y lúcida, le daba ánimo a la otra. La muchacha les preguntaba a cada rato si tenían frío o si se sentían bien. La más joven contestaba. La otra, solo decía que ya quería irse, y acto seguido, lloraba con una pena que contagiaba a los demás. Nunca lo sabré, pero me parecía que lloraba de impotencia, de una impotencia que solo ella podía sentir, porque no podía ni llevarse una cuchara a la boca por sí misma.

La pareja de mi lado pidió la cuenta. 9.800 pesos. Él, solícito, sacó una enorme billetera negra de cuero, que dejaba ver todas sus tarjetas de crédito (unas diez, creo), todas Visa, Mastercard y American Express, sacó un billete de diez mil y pagó, sin dejar de sonreir con una sonrisa parecida a la del gato de Alicia en el País de las Maravillas, versión Disney.

Al frente, la joven, que decidí bautizar como Bety, abrazaba con ternura a la viejecilla en silla de ruedas, la consolaba como una madre a un hijo, le limpiaba con un pañuelo los ojos y le decía que ya se iban, que había que esperar a Martín, que debía estar por llegar. Realmente me conmovía ver como esa joven podía ser tan tierna y no perder la alegría al estar en contacto con tanta "miseria", pensaba yo, al estar con seres humanos a los que su cuerpo parecía abandonar sin liberar al alma primero.

La pareja joven recibió su vuelto. 200 pesos. Aunque las matemáticas no son mi fuerte, creo que el 10% de 9.800, son 980 pesos. Esa, me parecía, era la propina que gente tan exitosa debía dejar, como lo que correspondía en justicia. Pero no, él dejo solo los 200 del vuelto, y cuando se pusieron de pie, ella sacó cien más de la bandejita, arguyendo: "se demoró mucho con la cuenta", mientras se reía como si hubiese sido el mejor chiste del mundo.

Llegó Martín, finalmente, a la mesa del frente. Si hubiese estado con el uniforme de las SS alemanas no habría parecido tan nazi. Era alto, rubio y con un corte marcial en el cabello. Como para completar mejor el cuadro, llevaba en la mano un libro que en su portada tenía la foto de un militar y el título era algo como "La lucha heroica de Miguel Krasnoff", ¡Dios mío! Con un vozarrón déspota, igual que dando una orden, dijo sin mirar a nadie: "¡Vamos!" La viejita de la silla estiró los brazos hacia él, pero él ni se dignó a mirarla. La joven, que se veía asustada, tomó la silla y salió rápidamente detrás del hombre, pero antes me dio una mirada como pidiéndome perdón por tener un patrón como ése. En el apuro, no hubo propina tampoco.

A mí, me salió 1.000 el café y pagué con mi último billete de 5.000. Busqué alguna moneda en mis bolsillos para la propina, pero descubrí que solo andaba con veinte pesos. Mi vuelto eran cuatro billetes de mil como recién hechos. Me dolió, pero adivinen cuánto deje de propina.

lunes, 29 de octubre de 2007



Las cosas del júrgol



Después de mis arranques melancólicos, he regresado. Hace tiempo que no hacía un nuevo comentario en esta, mi bitácora personal, y he decidido hacerla acerca de un tema que sí que mueve multitudes: El fútbol.

Para comenzar, quiero dejar bien en claro que me gusta el fútbol. O más bien, me gusta verlo jugar. Me parece un deporte entretenido y, aunque verdaderamente no tengo un club favorito, ni me sé de memoria las fechas del campeonato ni menos me acuerdo de los nombres de todos los jugadores, podría decirse que sí me gusta el fútbol. Hago esta aclaración porque sé que alguien podría pensar que tal vez diré lo que diré por una aversión al balompié, cosa que no es efectiva para nada.

Habiendo hecho la salvedad anterior, quisiera señalar qué es lo que me molesta del fútbol (después de todo, este blog parece un muro de los lamentos), y no, no son las modelos que se casan con futbolistas ni la intromisión de la mal llamada farándula en el deporte, lo que realmente me molesta del fútbol chileno es el chauvinismo cultivado primero, por los medios de comunicación, y luego por los propios hinchas.

Claro que todos queremos que la selección nacional gane, que sea un buen equipo, que meta goles y ojalá fuese algún día (gracias a Dios soñar aún es gratis) campeona del mundo. Pero de ahí a decir que prácticamente los destinos de la nación dependen del resultado de las clasificatorias, me parece más que una exageración.

Para que hablar de la patriotería barata que significan los partidos, pareciese que a quien no le gusta el fútbol es menos chileno que a otro que sí le gusta. Los medios, para variar, nos han vendido la pomada de que ser chileno y patriota es alentar a la "roja" en todo. Sinceramente, no creo que nos haga más o menos chilenos ver o no ver los partidos de la selección.

Hay gente en nuestro país que lamentablemente, entiende que un partido de fútbol es prácticamente una guerra entre dos países. Que los jugadores son soldados, los entrenadores generales y la cancha el campo de batalla. ¡Cómo si por el resultado pudieramos probar que raza es superior!

Salir a celebrar a la Plaza Italia que Chile le haya ganado 2 a 0 a Perú, me parece fuera de todo foco. Yo guardaría ese festejo para cuando clasifiquemos si así Dios y Bielsa lo quieren. Pero no puedo dejar de decir que me parece que el fútbol muchas veces saca lo peor de lo nuestro. La violencia, la vulgaridad, la falta de respeto hacia nuestros hermanos (que ninguna seleccción extranjera intente canta su himno en Chile) y esa vieja superchería del patriotismo mal entendido.

El fútbol es un deporte, un juego. Nada más. El mundo no se acaba porque perdamos, ni serán más prósperas nuestras vidas porque ganemos.

A fin de cuentas, ser chileno, creo yo, es mucho más que una camiseta roja. No permitamos que también el fútbol sea un instrumento de dominación de nuestras mentes.
Vale.

miércoles, 17 de octubre de 2007





... Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando...

Hoy cumplí 27 años, y no recuerdo haber tenido nunca un cumpleaños tan triste, tan solo. Estuve tres semanas con licencia médica, viendo a mi papá enfermo y sufrir todos los días, como lo vengo viendo hace ya seis meses. Hoy, decidí volver a trabajar y allí estaba el colegio, igual que siempre, como si yo me hubiese ido ayer y hubiera vuelto hoy.

Nada cambió por mi ausencia.

Debo andar más melancólico que en otras oportunidades, pero me dolió desayunar solo. El café me supo amargo. No puedo culpar a nadie, en mi casa todos están cansados con lo de mi papá. ¿Iba yo a pedir a mi mamá que se levantase a tomar un café conmigo a las seis de la mañana?

No había salido en casi un mes a la calle no había hecho el trayecto al trabajo. No importa, pues todo estaba igual. Ayer, 16 de octubre, fue día del profesor. Me acuerdo que el primer año en que trabajé, todo el curso de mi jefatura me preparó una tarjeta, me regalaron un dibujo hecho por ellos y hasta flores recibí. Claro, coincidía mi cumpleaños casi con el día del profesor. Hoy todo fue tan diferente. No hubo discursos, ni flores, ni tarjeta. Apenas unos saludos esporádicos, algunas preguntas por mi ausencia y algunos comentarios acerca de los simpático que fue el profesor reemplazante en comparación a mí. Los adolescentes pueden ser brutalmente honestos.
Los alumnos más antiguos sí se acordaron más del día del profesor y de mi cumpleaños y me saludaron. ¡Qué tonto me he puesto con los años! ¡Miren que importarme esas cosas de saludos!

¡Pensar que solo hace unos años, recibía hasta treinta llamados telefónicos para saludarme! Recuerdo que nunca había tenido un cumpleaños donde me sintiese tan querido como en tercer año de universidad ¡Sí hasta los profesores me saludaron!, recibí tarjetas y muchos abrazos. Antes, mi abuelo me llamaba poco antes de las siete para desearme un feliz día. Nunca más volverá a llamarme. Antes, tenía amigos que me invitaban a almorzar, que me hacían "capoteras", tenía muchas amigas que me deseaban lo mejor de la vida y felicidad eterna. Hoy, debo ser sincero, me sentí profundamente solo...

Hoy, no me llamaron mis amigos, menos me visitaron. Nadie de mis colegas se acordó que estaba de cumpleaños y mi polola no me fue a buscar a la salida. Hoy, almorcé solo, a las cinco y media de la tarde frente a un televisor y la única persona que me sonrió fue el mozo para cobrarme la cuenta.

Los regalos que recibí, me los hice yo mismo. Los pagué a crédito por lo que, en estricto rigor, son del banco hasta que pague la última cuota.

No hubo mi comida favorita al llegar a la casa, y mi cama estaba tan sin hacer como cuando me fui. No hubo fotos, ni velas ni "que los cumplas feliz". Gracias a Dios, mi abuelita vino a visitarme. Dios bendiga a las abuelas.

Por favor, no quiero que me mal interpreten, ni que crean que soy un desagradecido. No culpo a nadie de nada. Todos tiene muchos problemas como para además, tener que andar recordando cumpleaños ajenos. Yo mismo le dije a mi polola, que tenía muchas cosas que hacer hoy, que ni se preocupara de andar viniéndome a ver. Total, yo no me iré a ningún lado y bien podrá saludarme otro día. Pero igual reconozco que me hubiese gustado un abrazo de ella.

Realmente, lo que me duele, es darme cuenta -nuevamente- de lo intrascendente que es mi existencia. Nada dejaría de funcionar sin mí. Si yo desapareciera nadie dejaría de respirar y todo seguiría funcionando como siempre. Es como este blog. A nadie le importaría nada si lo suprimiera ahora mismo. No he hecho nada para merecer mayor consideración, así que no tengo mucho derecho a quejarme. Soy otro más, soy uno más. Soy del montón que un día se dijo "no quiero ser del montón".

Es triste para mí, pero es verdad. Si no están de acuerdo conmigo, simplemente hagan el siguiente ejercicio: si nunca me hubiesen conocido o si nunca hubiesen visto este blog: ¿Cambiaría en algo sustancial su vida? ¿Verdad que no?

Bastante razón tenía Juan Ramón Jiménez en su "Viaje definitivo". Pero al menos a él, lo recordamos por su poesía. Yo, ni un árbol he plantado.

Bueno, mejor me voy a dormir, he tenido un semestre difícil, he dormido poco y ya ni sé que estupideces estoy hablando.

viernes, 5 de octubre de 2007



Nuestro Darth Vader de cada día

Pocos villanos en la historia del cine (o incluso en la historia de la humanidad) son tan reconocibles como el ya a estas alturas mítico Lord Vader. ¿Quién no ha dicho alguna vez la famosa frase de "Yo soy tu padre", intentando imitar la profunda y grave voz del malévolo Vader? Incluso quienes no han visto jamás alguna de las películas de Star Wars podrían identificarlo. Y es que no es necesario ser un fanático "cosplayero" de la Guerra de las Galaxias, para saber quién es el malo y quién es él. Así como no es necesario ser un literato para identificar a don Quijote o decir "To be or not to be..." aunque no se tenga ni idea de lo que quiso decir Hamlet.
Pero no es de cine de ciencia ficción que quisiera hablaros hoy, mis muy escasos, pero amados lectores, sino de lo que podría representar la oscura figura de Vader y de la analogía que podría hacerse a veces entre él y nosotros.
Por si no han visto completita la saga (le encanta esa palabra a los fans), recordemos que Darth Vader no siempre fue malo. Ni siquiera se llamaba así. Pero sus miedos y sus furias lo fueron transformando en alguien despiadado, sediento de poder y con ganas de venganza contra quién él sentía le había hecho mal. En pocas palabras, se dejó llevar por los "negativo" que había en él.
Todos tenemos nuestras flaquezas. Nuestros miedos e inseguridades que encubrimos de mal humor. Todos nos hemos desquitado con inocentes de nuestras frustraciones. Todos hemos querido vengarnos alguna vez. Todavía nos queda esa parte siniestra dentro de nosotros, tal vez como parte de lo que es la naturaleza humana.
Seamos honestos. A mí me pasa con los abusivos que más encima se creen lo máximo. ¡Qué ganas de arrojarlos desde la punta de la torre Entel! O en las pequeñas discusiones diarias, o con los flaytes que roban en las esquinas y en las micros. Siempre parece haber una ocasión para que nuestro lado oscuro quiera salir de nosotros. Pero, afortunadamente, la mayor parte del tiempo, se impone en nosotros la razón, y somos capaces de contar hasta diez, de perdonar y, en menor medida, hasta de olvidar.
Por eso, gracias a Dios, no somos unos seres vengativos. Al menos yo, no me considero vengativo. Las pocas ocasiones en que me he vengado -esa palabra es tan horrible, prefiero llamarla desquitado- me he sentido tan mal después que todavía me arrepiento. Es raro, pero siempre termino sintiendo pena por el que me trata mal.
La revancha que más recuerdo fue cuando estaba en 8º básico. Durante años mi curso, y particularmente yo, debió soportar los abusos y golpizas de un compañero que todos conocíamos simplemente como 'el choro Ernesto'. Me quitaba la colación, me sacaba los libros y los rompía, me robaba útiles, me hacía bromas pesadas y, por supuesto, me golpeaba con más frecuencia de la recomendada. Fueron varios años de soportar la situación. Mis padres, férreos creyentes en la razón humana, siempre me habían inculcado el absoluto rechazo de la violencia y el valor que el diálogo podía tener en la convivencia humana. Pero créanme, con tipos como el choro Ernesto, no había diálogo posible. De hecho, intentar dialogar con él solo acrecentaba el número de hematomas en mis brazos. Ni hablar de defenderme físicamente; una vez lo intenté y fui humillado públicamente frente a la niña que me gustaba. Pero llegó el día en que me cobré parte de los años de humillaciones recibidos. Si había algo que choro Ernesto cuidaba, era su presentación personal y en especial su vestón. El día anterior a nuestra licenciatura de octavo, mi amigo Mauricio y yo nos quedamos un rato más en la escuela. No recuerdo por qué, pero volvimos a la sala y, adivinen qué había colgado en el perchero: ¡Sí, el vestón impoluto del choro Ernesto! Mi hermano se encargó de hacer guardia, mientras Mauricio y yo jugábamos fútbol con la chaqueta del pobre choro. Limpiamos la pizarra -que entonces aún era de tiza-, le echamos yogur, trapeamos el piso y qué se yo cuántas otras atrocidades hicimos con ese pobre pedazo de género. ¡Fue catártico! Cuando ibamos saliendo del colegio, nos encontramos con el Choro que venía de su casa. Lo primero que hizo fue preguntarnos si habíamos visto la chaqueta. "No -respondimos- estábamos en la capilla" Jamás usé tanta hipocresía en mi vida. Ni les cuento lo que fue verlo llegar a la licenciatura con el vestón como repollo y lleno de manchas. Me sentí tan mal, que una de las tres veces que me he confesado en mi vida, fue sólo por eso.
Con los años, no mejoró mucho mi situación frente a los abusones de siempre. Yo hacía las tareas del grupo y seguí recibiendo como pago sus "buenos coscachos" de mis tiernos compañeros de colegio. Pero descubrí algo que podía causar más daño que un buen combo: la palabra. El sarcasmo y la ironía se volvieron parte de mi vida. La palabra afilada dicha en el momento preciso, podía desintegrar a mis enemigos. Un compañero de los que me molestaban más en la Media, me pidió con lágrimas en los ojos, que por favor no lo molestara más con mis "tallas" frente a los demás. Ese día llegué a mi casa sintiéndome poderoso, pero a la vez, muy mal...
He tratado desde entonces, de no ser vengativo, pero cuesta mucho, realmente. Sobre todo, con los que piden a gritos que alguien les baje los humos. Lo importante es intentar que no nos gane el lado oscuro de la fuerza y armarnos de paciencia. Mucha, muchísima paciencia. Después de todo, nosotros también debemos despertar la ira en otros a veces ¿o no?

Y tú, ¿tienes alguna historia de tu "lado oscuro" que quieras contar?

domingo, 30 de septiembre de 2007

Estar apestado...

Sí, amables blogespectadores, estoy hecho una peste. Tal es el poder que la dichosa primavera tiene sobre este humilde servidor. Mi refrío crónico se agravó, ergo, visita al médico, muchos antihistamínicos, exámenes varios y una nunca bien ponderada licencia por siete días.

Aquí me tienen ahora, detrás de este mesón inconfortable embrutecido por el sonsonete de las quinientas pruebas que me traje para corregir y de las tanta guías que confecciono para que se pueda hacer algo durante mi ausencia en las clases. Ya me siento mejor, es verdad, pero la primavera otra vez me tumbó. Pero estoy apestado por más cosas que solo las alergias. Estoy apestado de muchas cosas.

Estoy apestado de mal dormir, de levantarme temprano, de ser "amable" todo el tiempo, estoy apestado de los compromisos, de que falte tanto aún para las vacaciones, de no tener casi tiempo libre, de andar por horas en micro o metro, de soportar a la gente que fuma en la fila del bus, de mi responsabilidades, de mi contexto y de mis circunstancias, en fin, principalmente, estoy apestado de mí.

Sí, de mí, de mi mal genio, de estar cansado, de ser inseguro, blando e intolerante. Estoy harto de andar a patadas con la vida, solo porque creo que es la vida la que anda a patadas conmigo.

Estoy haciéndome muy viejo y muy rápido y los sueños se me van diluyendo como si nunca hubiese escuchado carpe diem en el colegio. Voy a cumplir 27 y me siento abatido, solo tengo ganas de dormir.

A veces, solo quisiera escabullirme una noche, salir por la puerta y largarme muy lejos y por mucho tiempo. Sin decir nada a nadie. Sin dar explicaciones. Irme y respirar profundo, acostarme tarde y relajado, sabiendo que no hay nada que hacer mañana. Quisiera volver a sentirme libre, dueño y señor de mi tiempo.

Perdónenme, debe ser la primavera lo que me tiene así, sintiendo que tengo estos huesos echos a las penas y a las cavilaciones estas sienes, es la cantidad de desloratadina que tengo en el sistema lo que me tiene soñando con fugas adolescentes al sur y hablando cabezas de pescado. Pero, ahora visito más las farmacias que las bibliotecas y eso me pone un poco angustiado.

Ya, mejor me voy a dormir, ni siquiera sé que tonterías hablo con sueño. Y no se preocupen (si es que se preocupan) no me iré a ningún lado, no me fugaré a Puerto Montt o Valdivia o a cualquier lugar del sur. Me conozco lo suficiente para saber que seguiré aquí, como siempre, atado a mí mismo.

P.D.: Para que recuerden los efectos de la "maldita primavera" que se hacen patentes en mí, visiten la entrada que hice el año pasado sobre ésta haciendo clic aquí

domingo, 23 de septiembre de 2007


El mono y la mona…


Viendo, hace unas semanas televisión, uno de mis pasatiempos más ejercitados, me encontré con el programa más exitoso entre los jóvenes por el momento, me refiero a Canal Copano de Vía X. La idea del programa no es nada nuevo, solo el rescate de viejas fórmulas, sin embargo entretiene y, a veces, sus conductores, los hermanos Copano, dan en el clavo con sus comentarios, sarcasmos, dobles sentidos y comentarios críticos. Hablaban de algunos videos sacados del Youtube y entre ellos de un tal «Niño Predicador» y como música de fondo escuché la chillona voz de un mozalbete gritando “¡El mono y la mona...!”

«¡Dios me guarde!», pensé. El dichoso pequeñín me pareció el anticristo en persona. Busqué en internet el video y es para morirse de espanto. Para muchos es un mero reírse con las palabras del pseudo predicador, pero yo no me reí, por el contrario, me horrorizó hasta la médula.

Si usted, amable lector, no ha visto el video, le conmino a verlo en el siguiente enlace, luego siga leyendo: http://es.youtube.com/watch?v=b8SHX7qfZf8

Horroroso, ¿No?

Pues bien, lejos de lo pintoresco que pueda parecer a muchos la figura de este rapaz al parecer poseso por el Espíritu Santo mismo, creo que más bien es para preocuparse. Entre ese niño y un terrorista kamikaze no ha de existir tanta diferencia en un futuro. Ese niño es la prueba viviente de lo que la manipulación de la fe puede hacer en los seres humanos.

Sería tal vez interesante debatir acerca de las curiosas afirmaciones del mocoso sobre el origen del hombre y las especies (verbi gracia: “yo no soy pariente del mono, pues el mono y la mona producen monitos… (¡!)”) y más interesante quizá conjeturar qué nos diría Darwin de que de un plumazo se borre toda su teoría de la evolución, porque un preescolar así lo afirma. Pero, que el creacionismo se ponga o no de moda no es lo que realmente me impacta (pese a que me parece absurdo), sino que la forma de hablar del joven predicador.

¿Qué es ese niño sino un pobre títere? Sé que quizá alguien piense realmente que es el mismísimo Dios quien habla a través de él, pero siendo bien objetivos, esa posibilidad es muy, muy remota. La otra posibilidad, las más factible, es más siniestra –no, no tiene nada que ver con el Malo- y es que sean los adultos quienes tienen ciento por ciento adoctrinado al chaval. Ese niño no debe tener más de diez años, y habla como el peor de los fundamentalistas. Que no les quepan dudas, si el mocoso tuviera el poder, haría quemar los libros, laboratorios y universidades, y MATARÍA A QUIEN OSARA SUGERIR CUALQUIER SEMEJANZA CON UN HOMÍNIDO.

¡Qué clase de padres permiten que un hijo sea así! Sé que uno tal vez no tiene el menor derecho de meterse en la crianza de hijos ajenos, pero cómo un padre puede transar la felicidad y el normal desarrollo de sus hijos de una forma tan aberrante.

Ese niño jamás tendrá una vida normal. No podrá salir a jugar, no asistirá a la escuela y tal vez ni monte una bicicleta, por ver en ella una invención del demonio. Ha sido adoctrinado en la peor cara de la fe: el fundamentalismo. Al igual que los niños mártires iraníes, entrenados para ser carne de cañón en la guerra, el chico no es más que una marioneta entrenada por sus padres y el supuesto pastor, para dejarse matar (o matar a otros) con tal de defender una creencia.

La fe sin libertad no puede ser una fe para el amor. El cristiano es por esencia libre, siempre me enseñaron eso. Dios nos ha regalado el mayor de sus dones, la Libertad, tanto así, que somos libres incluso, de no creer en Él. Para mí, y para muchísimos otros, las artes, la ciencia y la técnica, no son más que maneras de buscar las verdades de Dios, de intentar revelarlo. Cuando una fe te quita tu libertad, esa fe deja realmente de amar, pues no te ve más que como un objeto de fácil manipulación.

Así que, me lo he prometido. Cuando tenga un hijo –con la ayuda de Dios-, le transmitiré mis creencias, pero no por ello dejaré de enseñarle las de otros. Quiero que mi hijo viva lo más feliz posible, que vaya al colegio, juegue Nintendo, monte en bici, tenga polola, estudie, se cuestione las cosas, vaya a fiestas y sepa amar.

No quiero superdotados, no quiero moldearlo, manipularlo, no quiero que parezca un trofeo, como hacen esos padres que presentan a sus hijos con ese: “Este es mi campeón, un as del fútbol, puros sietes en el colegio, va a ser ingeniero”.

Quiero un hijo que crea en Dios, pero que no por ello reniegue de buscar respuestas. Un hijo que esté dispuesto a ver, a oir y hablar cuando sea necesario. Y ojalá mi hijo se diga, alguna vez: “el mono y la mona en un momento se pusieron a caminar erguidos…”

Vale.

jueves, 30 de agosto de 2007

En el Metro

"Me metí en un vagón del metro y no he podido salir de aquí.."

La verdad, la primera vez que escuché la canción El metro de Café Tacuba, me pareció una buena canción con una divertida hipérbole. ¿Cómo es eso de "He querido salir, pero siempre hay alguien que empuja para adentro"? No, no. Yo y la mayoría de los santiaguinos no conocíamos eso de andar en metro como en ciudad de México. Acá el metro siempre fue un medio de transporte cómodo y seguro, y hasta cierto punto elitista. Sí, ha escuchado bien, desocupado lector, elitista, porque para andar en metro había que poseer cierta cultura y ciertos conocimientos que muchos no poseían (la verdad, aún no la poseen). En el metro, no te levaban por 100, ni se subían vendedores ambulantes. La gente daba el asiento, había que pasar por torniquetes y saber orientarse en donde no hay señales orientadoras, es decir, la única manera de orientarse era interpretando instrucciones, capacidad bastante reducida en la mayoría de los chilenos.

En el metro, no sentía miedo de sacar mi reproductor de música e incluso mi Palm. La mayor parte del tiempo se podía viajar sentado y, salvo en los veranos a eso de la 15 horas, no era desagradable el ambiente. Pero todo eso cambió. Quizá para siempre. Viajar en metro se convirtió en una odisea. Más encima, el paro de ayer se transformó en el peor viaje en metro de mi vida. Vean por qué:

1. Hora y media para poder abordar un tren. Nos dejaron salir más temprano, y a las tres ya iba rumbo a la estación. Vaya uno saber por qué, se me ocurrió llamar a la casa y preguntar "¿hay pan?" Pasé a comprar. Todo bien. Acompaño a una colega hasta la estación Lo Vial (craso error), y descubro con horror, que la estación estaba cerrada: "Aviso de bomba". 15 minutos después la reabren. Mientras, y para aguantar el calor y mi resfrío crónico- me bebo un jugo de un sorbo.

2. Boletería llena. Trato de botar la botella del jugo. No encuentro ni un solo basurero en la estación(?). Paso mi Bip! por el torniquete, luz verde, ¡paj! el maldito molinillo no mueve, golpe en el bajo vientre y sin tiempo para sobarse: diez personas detrás de mí con ganas de pasar. El guardia, con cara de hastío trata de hacer girar el maldito aparato. Cinco minutos después paso por "el lado".

3. A esas alturas, mi hombro ya estaba adolorido por el peso del bolso -lleno de pruebas por corregir y el notebook-, y sujetando con una mano el pan y con la otra una botella vacía. Andén dos veces más lleno que la boletería. Primer tren: no cabía un alma. Cuando me paro frente a la puerta del carro que ilusamente quise abordar, siento el "compuesto" aire que sale del interior del carro. Algo así como vapor, pero formado del sudor y los gases de desechos de los pasajeros. espero, mejor, otro.

4. 15 minutos después, sigo esperando. ¿Qué hago con la botella? En el bolso no me cabe nada. Mi hombro ya estaba inflamado.

5. 20 minutos después sigo en el andén. Al igual que el típico quiltro que entra a la cancha en lo mejor del partido, aparece el típico "flayte" para mejorar aún más las cosas. Como él tampoco puede subir, amablemente y con un florido lenguaje que ya se lo hubiese querido Cervantes, comienza a vilipendiar a los pasajeros porque no se encogen y lo dejan subir. El guardia chaqueta amarilla, lo mira desde un más que prudentísima distancia, mientras silba.

6. A punta de codazos, don flayte a conseguido subir a un vagón. ¿y si hago lo mismo? A quién quiero engañar, no podría hacer eso. Como no puedo simplemente dejar la desgraciada botella en el suelo del andén. Mi profunda educación cívica me lo impide, como mi moral y los mil pesos que me costó, me impiden botar ese pan que se me ocurrió comprar.

7. Se abren las puertas de un carro. Estoy dispuesto a subir cueste lo que costare (sí, así se dice). Pero, cae de espaldas desde el interior una joven desmayada. Las piernas quedan adentro y el tronco fuera. Unos piden que la muevan, otros que mejor no, no vaya a tener alguna lección cervical. El guardia aparece cinco minutos después con la camilla, pero no sabe si moverla. Diez minutos después, se reanudan los viajes, pero yo sigo ahí.

8. Por fin me subo a un tren. como puedo me afirmo del techo. Sin querer, le pongo un bolsazo en las costillas un pasajero. Apenas si puedo decir "perdón". Me mira con cara de pocos amigos. A esas alturas el condenado jugo ha hecho efecto. La palabra "micción" aparece con frecuencia en mi cabeza.

9. Estación La Cisterna, combinación con línea 4A. El jugo no solo me tiene la vejiga hinchada, sino que también mis intestinos. Siento moverse algo dentro de mí, y no es un alien. Como si fuera poco, he comenzado a moquear, señal inequívoca de alergia. En el andén, hay múltiples peleas entre pasajeros.

10. Ya abordo, quiero estornudar, pero no me atrevo por miedo a que algo más que un ¡achú! salga de mí. Como va tan lleno, ni pensar en poder sacar un pañuelo de mi bolsillo para sonarme. Tengo la mano morada por el peso del pan y todavía con la dichosa botella.

11. Vicuña Mackenna. Me siento horrible, pero queda ya poco. Como sea, tomo el primer metro que viene. En la estación ningún basurero. Los han quitado, para que a nadie se le vaya a ocurrir poner una bomba dentro.

12. En el tren, quedo de espaldas a la puerta. A mi costado una ancianita que a mí y a varios otros nos pide en no muy buenos términos que nos hagamos más "flexibles", porque ella va muy incómodo. Pienso, "cómo le hago para ser más flexible". Frente a mí, a menos de diez milímetros, se sube una muchacha con un prominente escote. Mi dolor de guata aumente mientras intento con todas mis fuerzas mirar el techo.

13. Hospital Sótero del Río. Necesito un baño. Como no hay micros de acercamiento, debo caminar. No se ve un cochino taxi por ningún lado. Siempre pasa lo mismo cuando más se les necesita.

14. A las 18:35 horas llego a mi casa. Con una tortilla en lugar de pan, pues con el calor y el despachurramiento se fusionó cual Gokú con Vegeta y una botella de Néctar Watts boca ancha. Me saluda mi padre y me pregunta ¿Por qué esa cara?. Lo miro con saña mientras camino hacia el baño, giro el pomo, pero desde dentro me grita: ocupado. ¡Ley de Murphy!

martes, 28 de agosto de 2007



Se viene el estallido...

Mañana, después de mucho tiempo, al parecer seremos nuevamente testigos de una marcha nacional y un semi paro. Por lo que he escuchado en las calles, la cosa viene seria, y muchos serán los que se movilicen. En casi todos los sentidos me parece bien.

Y es que las cosas hace rato se venían mal en Chile. El modelo socio económico y cultural imperante no da para más. Era cuestión de tiempo para que el descontento, aplacado por años gracias al chorreo, brotara por los poros de los trabajadores del país. Cómo no, con la pésima distribución de la riqueza, la educación de peonaje en muchas escuelas, la crisis del sistema público de salud y, más encima, el malogrado Transantiago, guinda para una torta que nadie se quiere comer.

Yo voté por Bachellet, y a veces, siento vergüenza de reconocerlo. No es que hubiese votado por Lavín o Piñera, eso nunca, pero siento una profunda decepción de la concertación, por la que llevo votando desde mis tiernos 18.

Lo han hecho mal. Perpetuando lo que por siempre criticó. La concertación terminó por parecerse tanto a la derecha, que cuesta muchas veces saber cuál es cuál. La alegría no vino para la mayoría de los chilenos. Sí, recuperamos la libertad, tenemos una democracia, imperfecta, pero democracia al fin y al cabo, hemos avanzado mucho, pero a la vez, mucho menos de lo que podríamos ser.

El Estado, se desligó de sus responsabilidades intrínsecas. Se confió de los grandes grupos económicos, se dejó sobar el lomo por cuanto economista MBM se topaba en foros internacionales que le decía que lo estaba haciendo muy bien, That's the way, my bro!

Mientras, se desincentivaban los sindicatos, los sueldo se hacían eternamente bajísimos, y los avances en educación eran minúsculos y en muchos casos, retrocesos. La revolución pingüina, y las últimas huelgas son solo la antesala de lo que vendrá. La cosas van a tener que cambiar, solo así el descontento social dejará de crecer.

Los empresarios, mientras, en lugar de pedir mano de hierro contra los "subversivos" trabajadores que osan pedir más, debieran empezar a cuestionarse el rol social que le cabe, pues toda empresa, les guste o no, es más que un negocio; es una comunidad que debe velar por el bienestar de sus miembros. Pero ha habido empresarios que por los medios de comunicación, poco menos piden que la fuerza pública, "palomee rotos" (expresión usada por los dueños de las calicheras cuando pedían al ejercito acabar con el problema ametrallando la escuela Santa María de Iquique) a la entrada de las fábricas por esto de la protestas.

Y a nuestros gobiernos, cabeza del Estado, dejarse de hacer los tontos y venderle su alma al demonio. Cumplan la función que le corresponde, esto es, velar por el bien social de TODOS y no solo de quienes puedan pagarlo.

martes, 14 de agosto de 2007

Nuevamente, la derecha.

Hace tiempo que no se producía en Chile una discusión tan interesante como la del llamado "salario ético". En un país como el nuestro, que rápidamente se acostumbró a comentar como noticias temas como el tamaño de las pechugas de la Olivari o si tal o cual casquivana anda con tal o cual "jurgolista" new rich, discutir realmente acerca de cómo se está repartiendo la "súper torta" del Chile neoliberal es para mí un motivo de alegría.
Cómo serán las cosas que un obispo medio díscolo (palabra de moda) o al parecer abiertamente "rojo" se atrevió a señalar que tal vez, podría ser, es quizá factible, posible, probable y altamente beneficioso, establecer y pagar un sueldo "ético" a los trabajadores. ¡Habráse visto, Dios mío, tal falta de respeto! ¡Un cura proponiendo medidas económicas! ¡alguien que no sabe absolutamente nada de economía! Qué falta de respeto y que atropello a la razón... Por lo visto, los curas de Chile no aprendieron nunca que deben abocarse a sus altares, a sus sermones y a sus oraciones en vez de estar metiédose es la política del país.
Obviamente, y poniéndose a la altura de la situación, los verdaderos sabios en la materia, es decir, los empresaurios, digo, empresarios, hicieron ver al dicho obispo su poco tino y absoluta falta de razón. ¡Si aquí muchos empresarios se sacan el pan de la boca para darle su galleta, quise decir, sueldo a los peones, perdón, trabajadores!, ¡Muchísimos miembros de la SOFOFA sacrifican una semana de vacaciones en Europa para pagar un año de sueldos mínimos! ¡Innumerables socios de la CPC dejan de cambiar el four wheel drive todos los años para pagar 20 años de salarios mínimos a sus empleados subcontratados a una empresa subcontratista de subcontrataciones filial de una contratista!

¡No, Señor, no hay derecho a tanta injusticia!

Este es el pago de Chile. Después de que los grandes empresarios de la patria salvaron a este país de mal agradecidos de la debacle en que ellos mismos por su irresponsabilidad se habían metido, los atacan, diciendo que quizá podrían pagar mejores sueldos. ¡No es posible! Si fueron nuestros grandes empresarios los que han hecho progresar a Chile, ellos, hombres "hijos del rigor", que se han forjado solos, sin la más mínima ayuda de nadie; hombres que compararon a las ineficientes empresas estatales y las transformaron en las maravillosas empresas privadas que soy hoy en día, juntando pesito a pesito, con su limitada educación de colegio privado. ¡Qué injusto es este país!

Además, que le interesas a la iglesia, ¿que haya mucho trabajo o que haya poco trabajo, pero bien pagado? Ven... es más importante muchos trabajadores con sueldo mínimo que unos pocos con buenos salarios. Es una perogrullada, ¿no?

Lo más emocionante de toda esta discusión absurda es que la derecha volvió al redil. Nuevamente se mostró tal y cómo es; como una alianza de hombres liberales que entienden que es el lucro y sus afanes los que mueven y desarrollan las sociedades. Si daba gusto ver a esa gran mujer que es la senadora Matthei -miembro del partido popular- defendiendo el derecho de los hombres trabajadores de este país de fijar ellos lo que consideran justo o no. Después de todo, si la empresa es mía, yo veré lo que pago, ¿o no?

YA, BASTA DE BROMAS

Lejos de toda broma está el hecho de que el salario no es "ético" sino justo. TODOS sabemos que con 145.000 pesos una familia no sobrevive al mes. El Estado debe asumir su responsabilidad eludida por tantos años en esta materia, pero sobre todo deben hacerlo los grandes empresarios del país.

No hablamos de subir los sueldos en 100% de la noche a la mañana en todas las empresas, principalmente en las pequeñas, pero sí en aquéllas que facturan miles de millones de dólares de ganancias todos los años y que SÍ pueden pagar muchísimos mejores sueldos. Hablemos de aquélla temporera que recibe 10.000 pesos por romperse la espalda recogiendo fruta de exportación que es vendida en miles de dólares. ¿Es eso justo?

Este tema es complicado de resolver en su raíz, porque involucra fibras muy finas del ser humano, como son el egoísmo, la codicia y la ambición. Y porque la solución pasa también por el complejísimo proceso de hacer verdad la justicia y la solidaridad.

En fin, como país tampoco hemos sido capaces de exigir y construir lo justo. Tenemos la mente tan dormida por la farándula, las teleseries y el reggaeton que no vemos más allá. Como dijo Marañón, "Cada pueblo tiene lo que merece" y Chile se merece a sus empresarios y a sus políticos. Sobre todo a su derecha, que, al fin y al cabo, siempre ha sido la misma. Al menos, es "consecuente" en defender lo que considera suyo por derecho, en este caso, la riqueza.

A mí, al menos, me sigue viniendo a la cabeza una de las frases celebres del Padre Hurtado: "comencemos por practicar la justicia, pues mientras no se ha cumplido la justicia no se puede pensar en caridad".

Vale.



Perdón, Señor, perdón y clemencia...

Me disculpo con mis pocos, pero fieles lectores, por el escaso (más bien nulo) avance de mi blog, pero ha habido en mi vida una serie de situaciones desafortunadas en este último tiempo que no me dejaron escribir con la constancia y rapidez que debí.
Prometo hacerlo lo antes posible.
Mientras, perdón y clemencia, como dice esa clásica canción de Vía Crucis.

domingo, 6 de mayo de 2007

Mi abuelo



En abril, como bien habrán notado, desocupados lectores, no escribí nada, eso a pesar de que tenía tema para una nueva entrada.
Muchas veces antes me propuse hablar de mi abuelo; de mi tata Moisés. No lo hice porque nunca creí encontrar las palabras adecuadas para referirme a él. Este año se cumplieron, precisamente en abril, cuatro años desde que ya no está más en su casa. Cuatro años desde que no he vuelto a conversar con él, cuatro años de no acostarnos a dormir siesta escuchando la radio. Cuatro otoños sin sus historias, cuatro años de no sentir su colonia, de no verlo podar la parra, de no besar su mejilla. Se fue en abril, muy joven para mi gusto, pero como bien dicen por ahí, uno se va cuando no tiene nada más que hacer por acá.
Yo me crié con él. No es que viviera en su casa, pero después del colegio, me iba para allá. Mi hermano y yo, luego mi hermana. No iba a buscar. Comíamos con él, jugábamos, paseábamos, íbamos al cine. Lo acompañaba a comprar el pan o la parafina para su anacrónica estufa. Salíamos al parque he íbamos de vacaciones juntos. Él me hablaba de los libros que había leído, me contaba sus historias y yo me podía pasar horas escuchándolo, fascinado.
Sus relatos no eran de viajes o aventuras heroicas. Eran las historias de un niño huérfano, cuya madre murió cuando daba a luz. Eran las historias de alguien que a los quince años ya tenía ahorros para la pensión, que aprendió a leer y a escribir casi solo. Eran las venturas de quien vivió en conventillos, se iluminó con "chonchones" por las noches y pasó un año en el hospital por tener tifus sin ser visitado por nadie. Eran las historias de un carpintero, de un pintor de brocha gorda, de un obrero, de un dirigente sindical. La historia de un hombre que vivió el siglo XX como en primera fila.
Tal vez con su historia de vida, mi abuelo no debió ser feliz, sino todo lo contrario. Pero no, él fue feliz y un optimista crónico. Fue un luchador incasable, con una fe a toda prueba en el ser humano y sus posibilidades. ¡Cómo habría querido yo ser como él! La injusticia lo desbarataba, no podía soportarla, era de quienes se estremecían hasta la médula ante ella, y apretaba los puños, se remangaba la camisa y se ponía a combatirla. Creía en la unión de los trabajadores, en los sindicatos, en la justicia social. Admiraba a Clotario Blest, estudió, se capacitó, paso de obrero simple a calificado, de calificado a maestro, a empleado, a jefe de sección, sin jamás venderse a quienes el llamaba sus "patrones". Y ellos, lo respetaban, primero como hombre, luego como trabajador y finalmente, como presidente del sindicato.
Luchó contra la dictadura y su iniquidad, sus atropellos y su capitalismo inmoral. Formó sindicatos, cuando nadie se atrevía a hacerlo, cuando otros prefirieron la seguridad del exilio. Creía que el trabajador debía capacitarse, estudiar y ser un hombre culto. Él mismo, se dedicó a ello. Se hizo de una considerable biblioteca, leyó y leyó, nunca dejaba de leer los diarios ni escuchar las noticias.
Era encantador. Tenía un bigote de actor de cine. Hay que reconocer que era pretencioso, nunca aceptó sus canas. ¡A las mujeres les encantaba!, y en ese sentido, no era un santo. Se arreglaba por horas, se perfumaba y con que ternura, se repintaba las incipientes canas. Todos en la casa lo sabíamos, pero nos hacíamos los tontos.
Cuando mi abuela salía de vacaciones, yo me quedaba con él en su casa. Le cocinaba y el hacía el aseo. La pasábamos muy bien. Tomábamos once bajo el parrón, nos sentábamos a ver anochecer y a esperar las noticias de la televisión. Lo acompañaba a pagarse, primero para pasear con él, luego para ayudarlo a subir a las micros.
De un día para otro, se fue haciendo más pequeño, más flaco, más débil. Un día, en que fue a cobrar su pensión donde siempre había ido, se perdió y demoró horas en orientarse. Nunca más fue solo. Tenía dolores a toda hora y ya no podía dar sus interminables caminatas de antes. Sus ojos se fueron opacando. Yo lo veía y sabía que se nos acababa el tiempo de estar juntos.
Un día, con lágrimas en los ojos, me dijo que no podía leer más. ¡Ya no entendía lo que leía! Sus manos comenzaron a tiritar. Su pelo se hizo por fin gris.
Un día enfermó. "Es una indigestión", dijeron los médicos. Pero no mejoró más. Finalmente, hubo que llevarlo al hospital: tenía una neumonitis grave. Yo recién llevaba dos meses trabajando. Me avisaron de su muerte mientras volvía del trabajo.
Cosa rara, no lloré como siempre imaginé. Cuando llegué a su casa, me dirigí a su dormitorio y cumplí con mi promesa: él había dejado todo preparado para cuando le llegara la hora y yo me hice cargo de hacerlo cumplir. Escogí un ataúd, un cementerio, y debía ir a reconocerlo y retirar el cuerpo. Mi papá, en un gesto que agradeceré siempre, me libró de este último trago amargo: entró él a reconocerlo. Nunca vi a mi papá llorar tanto como ese día.
No entraré a detallar mis dolores. Sólo yo puedo saber cuánto lo quise y cuánto lo quisieron mis hermanos y mi mamá. Sólo puedo dar gracias por haber tenido en un abuelo. Por ser afortunado, y haberlo tenido 23 años conmigo. Por pasar mi infancia en esa casa que él levantó con sus propias manos, por haber sido mi amigo.
Después de muerto, no quise mirarlo. Sé que quizá debí acercarme a su féretro, pero no lo hice, porque desde un comienzo decidí recordarlo vivo y alegre, con sus manos pequeñas y fuertes, con su eterno peinado hacia atrás y sus ojos tristes y brillantes.
Algún día volveremos a vernos, él me estará esperando y nos abrazaremos y conversaremos todas las tardes bajo el parrón.
Hasta pronto, tata.



jueves, 29 de marzo de 2007

La peste




Ya en más de alguna ocasión he comentado aquí mi afición a los libros. Comenté también qué libros consideré que marcaron mi vida. Mas, una de las grandes gracias de leer, radica en que siempre podrá leerse algo nuevo y podrá pensarse entonces "Qué bueno es esto que he leído". Eso me pasó hace poco.

Muchas veces tuve la intención de leer La peste de Albert Camus, pero por uno u otro motivo no lo hice. De él, solo había leído algunos artículos y su novela más famosa: El extranjero. Ésta última, me parece una obra maestra y, de hecho, insisto mucho a mis alumnos su lectura. Y, sorprendentemente, muchos de ellos consideran que es uno de los mejores libros que les toca leer en el colegio. Sin embargo, quiero dejar claro que considerar a El extranjero como una obra fundamental, no significa que me suscriba plenamente a sus ideas. Para algunos Mersault es un héroe, pero para mí representa todo lo que no quiero en el ser humano. Es verdad que Mersault desenmascara mucha de las grandes hipocresías de nuestra sociedad, pero también puede hacernos ver cuán peligrosa puede ser la libertad desprovista de todo sentimiento que podríamos llamar "noble".

Pero en La peste, descubrí (o confirmé) una nueva faceta de los seres humanos que, lejos de lo que pasa en El extranjero, me llenó de esperanza. Valiéndose del argumento de una supuesta peste que afecta a la ciudad de Orán, Camus logra que podamos ver cómo la adversidad logra grandes cosas en las personas.

Sin llegar a ser héroes, las personas pueden (y en cierta forma están obligadas) hacer cosas grandes y nobles. No hay santos ni ascetas, sino hombres comunes y corrientes, como cualquiera de nosotros, que puestos en la encrucijada de escoger, escogen el camino de la lucha, de la resistencia, el camino de la "no muerte", solo porque el hombre está hecho para la vida y no para la resignada muerte.

Eso es lo que a veces me cuesta entender: ante un problema en mayor o en menor medida grave, tenemos varias opciones: entregarnos y bajar los brazos, sin hacer nada y esperar, solo esperar a que el tiempo u otras personas solucionen las cosas; también podríamos sacar provechos personales del problema, aprender a ganar con las desgracias, hacer crecer nuestros negocios, acaparar para luego revender, unirse a nuestro enemigo, cambiarse de fila. Y está la tercera alternativa, la más difícil siempre: pelear. Luchar, rebelarnos, poner todas nuestras fuerzas, porque es nuestro deber, porque podemos conseguir las cosas o al menos haberlo intentado hasta el cansancio. Y la lucha de uno, poco a poco se irá transformando en la lucha de muchos, porque todos descubriremos más temprano que tarde que el problema de uno es el problema de todos. Quizá no como santos y mártires, tal vez no como héroes, pero sí como ciudadanos, personas, seres humanos comprometidos con nuestra realidad, comprometidos con el mundo, con la vida.

Parece que cuando más crecemos de verdad es cuando estamos obligados a enfrentarnos a algo más grande que nosotros, ya sea una enfermedad, ya sea un invasor o nuestro propio destino. La peste es una gran metáfora sobre eso, sobre la lucha y la resistencia.

"No hay otro mundo que el que nos ha tocao..." dice Serrat en una de sus canciones, y tiene razón, pues el mundo que no ha tocado es el que construimos nosotros mismos, con nuestros valores y nuestros egoísmos.

No hay fórmulas fáciles para superar nuestros problemas, es pelear o morir. Nada más. Dios quiera que nunca deje de luchar y si he de perder, que sea peleando.

Para terminar, quisiera citar el final de la novela, pues el comentario que hace allí el narrador o cronista está tan pleno de verdad que no debiera ser olvidado nunca por ninguna persona:

"Oyendo los gritos de alegría que subían desde la ciudad, Rieux tenía presente que la alegría está siempre amenazada. Pues el sabía que la muchedumbre dichosa ignoraba lo que puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa".

Atentos siempre a "las ratas" que nos acechan mucho más cerca de lo que creemos.

viernes, 16 de febrero de 2007


"TRANSANTIAGO"



Vaya, hacía tiempo ya que no escribía. No importa, no son muchos los que me leen. En fin, vamos a lo que vinimos, es decir al tema que guarda relación con el título de esta entrada.

Desde el sábado pasado somos testigos del tan esperado y anunciado cambio en el transporte público de nustra querida Capital. Debo reconocer que era yo uno de los más entusiastas defensores del plan y, cómo no, si habiendo sido un asiduo usuario de "micros", tuve el placer y privilegio de ser no sólo una, sino varias veces, el objeto del afecto de algún simpático homínido a cargo de la conducción de una Metalpar amarilla. Frases como "Pasen pa'trás, sha, sha, rapiíto, atrah hay ehpacio" eran las más suaves, y eso que "atrás" no cabía ni el alma de una modelo anoréxica. Pero había otras más cariñosas como: "¿Escolar, shushtuma**? ¿Me'stai viendo la cara, guasho cul****?" No vale la pena seguir recordando tan floreado léxico, sé que más de alguno de ustedes, amables lectores, debe haber recibido tan cándidas palabras en algún bus de nuestra ciudad. Y eso que no quiero entrar en detalles acerca del comportamiento animalesco (que me perdonen los animales) de estos individuos, que gozaban no parándote en el paradero, corriendo carreras con otras líneas, pasando el cambio o frenando antes que lapobre abuelita se siente, como para que ojalá saltara volando por la puerta que nunca cerraban.

Por fin eso iba a acabar. Por fin no más payasos cumas, no más chocopanderos cómplices de los lanzas, por fin no más sapos de micro, adiós a esos autoadhesivos "Dios es mi copiloto", "Papito no corras", "No, sin aceite no", nunca más esas palancas de cambio con una jaiva dentro o luces estroboscópicas en el pasillo. Soñaba con no tener que ir con el paraguas abierto en las micros cuando llovía, coñaba con ventanas que se podían abrir y cerrar y motores silenciosos. ¿Cómo no anhelar recibir siempre tu boleto cuando pagas y no un "Si no te gusta, bajate" cuando se alegaba?

Llegó transantiago, como tenía que llegar. Con un caos y una confusión propia del culto y ordenado pueblo de Chile. Yo aún creo en él (Pese a la leyenda negra que los medios, controlados por la derecha, han ido creando), pero no soy tan ciego como para no darme cuenta de que tiene falencias. Verbi gracia:

1. Estamos en Chile. La gente, pese a la "era digital", aún le tiene fobia a las máquinas con luces y botones en lugar de palancas y perillas. El metro llevaba años usando la Multivía y ni la mitad de los usuarios tenía una.

2. Estamos en Chile, otra vez. Basta que alguien hable mal de algo, para que todos hablemos mal. "Esto es una lesera", "No va a funcionar", "Va ha ser un caos", "Marzo", "Nosotros los pobres..." La mayoría de la gente a conseguido llegar a sus destinos, solo que antes tenía como diez recorridos para un mismo destino y ahora solo tienen uno o dos. Que hay que caminar, ¡pues claro!, ¿qué querían, seguir como antes? ¿Que los choferes te pararan en la puerta de la casa?

3. En tercer lugar, Estamos en Chile. La gente no entiende el titular del diario e iba a entender el mapa. Había que tener claro que cualquier texto de más de tres líneas que contenga además códigos y números iba a ser indesifrable para el común del santiaguino.

4. Adivinen... ¡Estamos en Chile! Sólo aquí, en el país de las oportunidades y la misericordia, se le podía otorgar una concesión a un mafioso del antiguo sistema, con micros viejas y "enchuladas" para que operara el sistema que siempre quiso destruir. ¡Por Dios! A ese tipo ya debieron hace tiempo expropiarle las micros. ¡No cumple con ninguna ley laboral y lo dejan operar!

5. Como es costumbre, en Chile, copiamos un experimento fallido de otro país. Antes fue la reforma educacional (Made in Spain) que permitiría crear buena y fácilmente dominable mano de obra barata y luego copiamos el "Transmilenio" de Colombia, que tiene más de cinco años sin funcionar... (!) Parece que, obviamente, es más barato comprar malos proyectos.

Sin embargo, sucede, sin embargo, que al menos yo aún le tengo fe al vapuleado "Transantiago", después de todo, nada puede ser peor que lo de antes y ahora solo puede mejorar. Espero. Pero para eso, hace falta que todos "Atornillemos para el mismo lado", que la gente aprenda a comportarse como ciudadano, que los opositores (principalmente la UDI) dejen de criticar por criticar, que los "psudorevolucionarios trasnochados molotovforever" se dejen de llamar a la quema de micros y el gobierno se ponga de una vez los pantalones y castigue a los empresaurios saboteadores y sinvergüenzas de siempre.

Así, quizá algún día, diremos "qué rico pasear en micro".
(Soñar no cuesta nada)

viernes, 12 de enero de 2007

"Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio"



Hace algún tiempo hablé de la fe y los problemas que a veces tengo con ella. He hablado también de mi negra envoltura, que no sólo es oscura, sino también amarga. Confesé también por allí mis altos y mis bajos, este péndulo entre la felicidad y la amargura que es la vida. ¿Qué se puede hacer?A todos los seres humanos se nos está encomendado aprender a vivir, o más bien, a sobrevivr a pesar de todo. A pesar de que hace cinco minutos se nos inflamaba el corazón de alegría, orgullo o pasión y luego, una fracción de tiempo solamente, no encontramos de nuevo con todo lo fútil que es nuestra existencia. Y así como ayer creíamos en la vida y sus posibilidades, hoy podemos estar pensando en que bien haría Dios con borrar a los seres humanos de su infinita memoria. Eso, claro, si es que ya no lo ha hecho.

Todo lo que he dicho no tiene nada de nuevo. Lo sé. Otros lo han señalado o estudiado antes y mucho mejor. Pero nunca está de más recordar que, a pesar de existir, no somos casi nada. De que somos casi como un suspiro, nadie podría asegurar con certeza que estuvo en la boca de alguien alguna vez. Todo en lo que creemos, nuestras esperanzas y nuestra fe, podría venirse abajo en un parpadeo, desmoronarse como un castillo de arena. ¿No es acaso eso, un castillo de arena nuestra existencia? Como los niños en la playa, vamos pala y balde en mano intentando levantar los muros y las torres, dándoles forma, construyendo almenas y cavando fosos. Algunos consiguen edificar un castillo precioso. Casi como si éste fuera real. Otros, los más, apenas si lograrán levantar una mediocres torres que se resquebrajan y amenazan con caer a cada instante. Pero eso no importa. No. De todas formas, pese a nustras prevenciones, pese a nuestro orgullo, pese al empeño que pusimos en construir nuestro castillo, siempre, SIEMPRE vendrá el mar y lo derribará. O quizá el viento, o tal vez alguien lo pisará, ¡Qué se yo! Todo es inútil. No podremos quedarnos con el castillo para siempre. Quizá alguien le tome una foto al castillo. La gente verá el castillo en los libros, las revistas, en alguna nota veraniega en la tele. Así conseguirá estar de pie un poco más, por lo menos en la memoria de algunas personas. Pero será sólo eso, un impulso nervioso en alguna neurona perdida.

También, y no conformes con construir nuestros propios castillos de arena, tenemos muchas veces la mala costumbre de construirles castillos a los demás. Ponemos nuestra fe en ellos. Confiamos ciegamante. ¿Cómo podrían fallarnos? Conversamos sobre nuestros proyectos, sobre la vida y los sueños. A veces, colocamos en los altares a esas personas y no nos damos ni cuenta que son ellas mismas las que botan sus propios castillos. Y generalmente, derriban una buena parte del tuyo.

"Nunca es triste la verdad..." No dice es gran cantautor que es Serrat. Tiene razón "La verdad os hará libres" Nos dice el Maestro. La verdad siempre es buena, es como la luz, que siempre es buena, apesar de que nos permita ver lo feos que somos o podemos llegar a ser. También nos muestra las pocas cosas buenas que van quedando. A mí, la verdad, me mostró lo equivocado que estaba. No es algo nuevo, ya me había desengañado unas cuantas veces antes. No, no es triste la verdad, lo que no tiene es remedio... cuando se quiebra una copa de cristal no tiene arreglo. Se puede pegar, pero nunca será lo mismo.

En fin, me gustaría saber, para terminar: ¿Qué se puede hacer con el amor, la esperanza, la confianza y la fe, cuando éstas se rompen y se quedan dentro de ti, pudriéndose lentamente? No creo que exista una respuesta para eso. Mejor, me voy a reparar mis muros, pues esta semana una ola se llevó la mitad de mi castillo...