miércoles, 17 de diciembre de 2008



Tengo miedo

Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
del cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidada en el fondo de un palacio desierto.

Tengo miedo -Y me siento tan cansado y pequeño
que reflejo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella.)

Sin embargo en mis ojos una pregunta existe
y hay un grito en mi boca que mi boca no grita.
¡No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste
abandonada en medio de la tierra infinita!

Se muere el universo de una calma agonía
sin la fiesta del Sol o el crepúsculo verde.
Agoniza Saturno como una pena mía,
la Tierra es una fruta negra que el cielo muerde.

Y por la vastedad del vacío van ciegas
las nubes de la tarde, como barcas perdidas
que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.

Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.


(Pablo Neruda)

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La inquietud me embarga cerca del final de este año. Tengo miedo... sí, tengo miedo, porque quisiera saber y no conozco. Quisiera tener y no tengo. Quisiera estar seguro, pero me rodea la niebla profunda.
Tengo miedo.

martes, 28 de octubre de 2008


Carta abierta a un amigo desencantado

Estimado amigo:

Sin querer, este comentario tuyo se nos transformó en un foro de discusión. Creo que está bien que sea así de vez en cuando, porque hasta ahora, Facebook es un "poquitín" trivial. He decidido responderte en mi blog, ya que mi respuesta será más extensa y me siento más cómo respondiéndote aquí que en Facebook.

Hay muchos puntos que quiero despejar respecto a lo que ambos hemos dichos. No seguiré un orden en especial, sino como venga mi inspiración.

Quiero aclararte, que nunca he querido menospreciar tu opinión ni poner en duda tu libertad de decidir. Que no esté de acuerdo con ella no significa que no la respete. Pero con la misma vehemencia, te reitero que no creo votar por quienes tienen la "cagá" en el país, sino por quienes pueden hacer algo mejor por él. Es cierto, varias veces he tenido que optar no por lo mejor, si no, por el mal menor. Pero eso es parte del juego. ¿Cuándo compraste tu PC elegiste el mejor, el que tú querías? ¿O solo el que "pudiste" comprar? ¿Ves? muchas veces no escogemos todo lo que queremos, sino lo que podemos. Yo no creo en la política de corruptos y ladrones, yo creo en la política de poder soñar con un mundo mejor y de luchar por hacerlo. Yo creo en la democracia. Tú me dices que la historia reconocerá a los jóvenes que demuestran su descontento no participando. Creo que cometes otro error en ello: la historia la escriben los vencedores, en otras palabras, los que ostentan el poder. Si los jóvenes (o cualquiera en realidad) no participan en los procesos democráticos (imperfectos, pero democráticos al fin y al cabo) solo permiten el mantenimiento del "stato quo" que tanto bien le hace a quienes se mantienen en el poder.

Por supuesto que es loable que tú o cualquier otra persona participe de acciones sociales benéficas para su comunidad. Eso no está en duda, pero ¿y las raíces de esos problemas que aquejan a parte de nuestros compatriotas y prójimos? Hay un sistema entero detrás de nosotros que muchas veces perpetua esas iniquidades. Y la única forma real de mejorar ese sistema es a través de los procesos políticos. Es cierto que puedes demostrar tu descontento con el sistema no participando, pero y mientras ¿Qué? Todo sigue igual.. ¿da lo mismo quién gobierne? No lo creo. Estoy seguro que no. Siempre habrá diferencias, matices.

Respecto a considerarte ignorante... no sé bien que quisiste decir. Ignorante no creo que seas, o al menos, no más que yo. Por eso mismo, no tengo derecho a decirte por quién votar o no votar, eso es una decisión personal. Yo tengo mi postura y mis creencias y claro que soy un "homo Político", porque para mí, decir que alguien es "apolítico" es el equivalente de decir que es "asexual" o simplemente no vive sobre esta tierra. Tú debes ser mucho más político de lo que crees, solo que no te das cuenta. Dices la verdad: voté por Lagos. Creí en él. Y no me arrepiento de ese voto, pese a que no fue lo que esperaba. Pero entre votar por un candidato de la derecha (de la cual sí que desconfío plenamente) prefiero votar por Lagos y, créeme, si tuviera que elegir de nuevo, votaría otra vez por él que por Piñera. ¿Fue Lagos tan malo en verdad? ¿Estás seguro que los medios de comunicación -controlados mayormente por la derecha- no han tenido nada que ver en esa percepción? Yo creo que Lagos no fue tan bueno como muchos esperamos y soñamos, pero no fue el peor presidente de Chile. Ese título ya lo tiene cierto caballero que nunca fue realmente electo presidente.

Permíteme criticar tu argumento de meter a los musulmanes en esta discusión. Cometes un falacia (no lo busques en Wikipedia, mejor anda a tu viejo diccionario) llamada "envenenar el pozo" y otra llamada "generalización apresurada". ¿Todos los musulmanes maltratan a sus mujeres? No sé, pero me pareció ver hace unos días a la reina de Jordania (musulmana por los demás) sin burka y sin su marido azotándola por atrás.

El fanatismo religioso claro que va de la mano con la política, pero en este orden: religión, después política. Por eso en Chile la iglesia está separada del Estado. Y cuando Marx dijo que la religión es el opio del pueblo, se refería precisamente a que muchas veces la religión nubla la capacidad de las personas de luchar por sus derechos, con discursos como: "los pobres son pobres porque Dios lo quiere, resignación resignación" o inclusive peores: "No luchéis en esta tierra, vuestra recompensa está en el reino de los cielos". Para mí, la recompensa en el cielo se nos dará por nuestra lucha aquí en la tierra. Y claro que Dios no nos quiere miserables, por eso nos dio la manos y la razón, para luchar por hacer su reino acá en la tierra.

Querido amigo, no me sorprende tu desencanto. Muchas veces me he sentido así. Lo que me preocupa es que ese desencanto pueda terminar transformándose solo en desconfianza. No podemos vivir creyendo que todos solo quieren perjudicarnos, como no podemos vivir tampoco creyendo que el que no piensa como yo es mi enemigo. Los seres humanos somos de muchas tonalidades, pero nunca ni completamente negros ni completamente blancos. Que yo, y ocho millones más de Chilenos votemos solo significa que creemos que nuestro voto sí importa, que sí podemos conseguir un Chile mejor. El voto es, quizá, la única instancia en que todos los chilenos somos iguales. El voto de un campesino de Tirúa vale lo mismo que el de cualquier senador. Si tú no quieres votar, estás en tu derecho, pero desperdicias una oportunidad para elegir cómo quieres que las cosas pasen a tu alrededor. Lo que no puedo aceptar es que generalices. Yo no soy títere de nadie y si lo fuera, me rebelaría hasta reventar por desasirme del titiritero.

Para ir terminando, te cuento que mi hermana votó por primera vez y está muy contenta, pese a la fila que tuvo que hacer. Lo hizo también su pololo y como 20 alumnos del cuarto medio del año pasado. Ellos tienen sus ideas acerca de cómo poder hacer mejor su comuna y acerca de quién puede representarlos mejor. De hecho, no me extrañaría que alguno de ellos abriera un nuevo frente social, si no encuentra quién apoye sus ideas. ¿No crees que esos jóvenes podrían hacer un poco mejor su entorno?

Con esto me despido, amigo. No pido que creas en mis palabras, solo que les des unas vueltas en tu cabeza y veas, de corazón, si algo de lo que he dicho tiene todavía sentido para ti.

La foto... bueno, qué paradójico. Estamos en el congreso, en la testera...

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P.D.: Sí sé lo que es el nihilismo. Cuando quieras saber el significado de una palabra, búscala en el diccionario y no en una enciclopedia. La enciclopedia viene después, cuando quieres profundizar en algo.


martes, 7 de octubre de 2008


"... Y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo".
César Vallejo

Inevitablemente hay días en que nos sentimos solos. Suele ocurrir. Pero hay días en que nos sentimos profundamente solos, hondamente solos. Sentirse solo no es igual que tener la certeza de estarlo.
Mi soledad de hoy está acompañada de gente, y eso la torna más patética. Quisiera abrirme el pecho, la cabeza y la garganta. Quisiera mostrar mi corazón al cielo. Quisiera tanto la mano amiga y el silencio.
Quisiera tanto que me dejaran, un momento, solo un momento, a solas con mis dolores y mis angustias, que son mías y de nadie más. Y ya que no me he dado el derecho a ser feliz, esta vez, al menos, dejadme estar con mi tristeza.

Hoy me sobra el corazón.

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Me sobra el corazón

Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato.

Hoy reverdece aquella espina seca,
hoy es día de llantos de mi reino,
hoy descarga en mi pecho el desaliento
plomo desalentado.

No puedo con mi estrella.
Y busco la muerte por las manos
mirando con cariño las navajas,
y recuerdo aquel hacha compañera,
y pienso en los más altos campanarios
para un salto mortal serenamente.

Si no fuera ¿por qué?... no sé por qué,
mi corazón escribiría una postrera carta,
una carta que llevo allí metida,
haría un tintero de mi corazón,
una fuente de sílabas, de adioses y regalos,
y ahí te quedas, al mundo le diría.

Yo nací en mala luna.
Tengo la pena de una sola pena
que vale más que toda la alegría.

Un amor me ha dejado con los brazos caídos
y no puedo tenderlos hacia más.
¿No veis mi boca qué desengañada,
qué inconformes mis ojos?

Cuanto más me contemplo más me aflijo:
cortar este dolor ¿con qué tijeras?

Ayer, mañana, hoy
padeciendo por todo
mi corazón, pecera melancólica,
penal de ruiseñores moribundos.

Me sobra corazón.

Hoy, descorazonarme,
yo el más corazonado de los hombres,
y por el más, también el más amargo.

No sé por qué, no sé por qué ni cómo
me perdono la vida cada día.


(Miguel Hernández)

miércoles, 1 de octubre de 2008


¡Y dijimos que no!

Hay cosas que permanecen en nuestras mentes y nuestros corazones para siempre. Hermosos o terribles recuerdos indelebles (aunque como bien dice García Márquez, nuestra memoria tiende a purificar los malos recuerdos) que llevaremos dentro querámoslo o no. Tal vez el recuerdo de esa Navidad y tu primera bicicleta. O tal vez ese primer amor que no te dejaba dormir y donde eras feliz regodeándote en el sufrimiento. Tu examen de título, una campaña publicitaria, esas vacaciones memorables. Todos tenemos algo para no olvidar. Yo tengo muchas cosas que no olvido y una de ellas es la campaña del NO y el plebiscito del año 1988.
Claro que no voté. Por mi edad, ni siquiera debí, tal vez, haberme preocupado de una cosa llamada dictadura o de ese monstruo abstracto que era Pinochet. Pero en una casa como la mía, con una familia como la mía, nadie, ni lo niños, podíamos sustraernos a acontecimientos de la trascendencia del plebiscito de 1988.
Como no, si desde siempre me inculcaron que el mayor orgullo, el máximo honor para cualquier chileno era ser presidente de la República y que cualquier chileno podía serlo si se esforzaba y era honesto y deseaba, antes que nada, el bien para sus compatriotas. En el colegio también nos lo decían. Eran otros tiempos, donde aún celebrábamos el 21 de mayo, donde cantábamos la canción nacional todos los lunes (aunque nunca con la estrofa aquélla). A pesar de que no había partidos políticos, congreso o elecciones períodicas, había una cultura que nos educaba, nos impelía hacía la democracia y la civilidad. Volvería un día, sí volvería.
Y volvió en octubre, un mes especial para mí. Y todas las noches no me perdía la franja, no me perdía a Patricio Bañados y su voz profunda invitándonos a no tener miedo. Junto a mi abuelo vi la cara de desesperación de Raquel Correa cuando no podía hacer callar a Lagos. ¡Y yo que tenía solo ocho años me acuerdo de eso!
Me acuerdo de que durante el plebiscito, dieron el Correcaminos casi toda la tarde, que mis padres y mis tíos y mis abuelos se paseaban de un lado para otro. Y me acuerdo que ya bien entrada la noche vi llorar a mucha gente de alegría y yo estaba alegre porque sabía que algo bueno había pasado aunque no lo tenía muy claro todavía, pero a los ocho años intuí que palabras como exilio, secuestro, degollado, quemado, dictadura, dejarían de escucharse tanto.
Y después, uno años después, un estadio nacional repleto, una cancha cubierta con la bandera de Chile, un civil llevando después de 17 años la banda de los presidentes.
Muchos se han quejado de que la alegría no llegó como quisiéramos. Les concedo eso, pero la alegría llegó en pequeñas dosis y claro que falta mucho más. La concertación es culpable, pero no es la única culpable. Tanto no querían cometer los errores del pasado que terminaron por no soñar demasiado y llevarle el amén a quienes llevan la batuta de la economía. Eso es responsabilidad de la concertación. Pero también nosotros, todos los chilenos, en nuestra apatía, en nuestra decidía, en nuestro interminable echarle la culpa a los demás que "no abren los espacios", hemos sido cómplices de no construir un Chile más justo para todos.
¿Sabrán los jóvenes, los adolescentes, los niños de hoy lo maravilloso que es poder decir lo que se piensa? No saben que tesoro tienen y por eso lo malgastan. Ya lo decía don Quijote: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida..."
Hace 20 años los chilenos se aventuraron en la libertad.

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La canción de la franja del No aquí
Denle un vistazo a la del Sí, porque es horrible.

lunes, 22 de septiembre de 2008




Grandes chilenos:
absurdos concursos


Ad portas del bicentenario de Chile como nación independiente de monarca alguno (Bush no cuenta como rey), nos hemos visto bombardeados de programas televisivos, publicaciones y manifestaciones culturales de toda índole que nos recuerdan (en la medida de lo que los medios quieren) nuestra chilenidad. Se han entregado grandes esfuerzos y buenas producciones que, sin duda, contribuyen al rescate de nuestra identidad e historia. Un ejemplo son la mayoría de las series Bicentenario de Canal 13, los microprogramas Fragmentos de Chilevisión o las series de cuentos televisados dirigida por Raúl Ruiz en TVN. Sin embargo, creo que la televisión estatal de Chile (sí, estatal aunque a muchos les disguste esa palabra) ha cometido un profundo error al realizar su propia versión del programa de la BBC Great Britons, o por lo menos lo cometió al realizar una votación popular para elegir a quienes debiesen llevar el rótulo de "gran chileno".
Probablemente mi crítica no sea muy novedosa (he escuchado a varios que piensan como yo), pero no puedo dejar de manifestar mi parecer ante lo que yo considero "tamaña falta de sentido común". Y es que no se puede comparar peras con manzanas. O, más bien, no debiera una madre elegir entre sus hijos al que considera gran hijo en desmedro de los otros.
No es posible que se intente comparar a Lautaro con Gabriela Mistral, simplemente no hay comparación entre ambos, pues no existe un punto de comparación. Ambos con grandes, grandísimas figuras de nuestra historia y no es justo hacerlas competir por la mediocre fama, fama por lo demás entre gente que se deja llevar por las opiniones de otros y que raramente tiene un criterio absolutamente formado.
¿Qué la peleas fue entre el presidente Allende y el capitán Prat? ¡Por Dios!, no podemos generar ni amparar tal disputa. Ningún chileno debiese estar decidiendo algo como quien fue más importante, pues los dos lo fueron en determinados contextos históricos que no tienen un punto de comparación. Más aún, si no se discutían puntos como la calidad de la poética de Parra, Neruda o Mistral. O las tácticas militares de Lautaro, Carrera, Rodríguez o Prat. Grandes Chilenos no era más que un concurso efectista e inmediato. Yo diría hasta cierto punto, tendensioso, que se prestó para la controversia desinformada y sin argumentos. La pelea entre Allende y Prat terminó siendo comparada por algunos como la pelea entre la izquierda y la derecha, y no faltó quien dijera que tras Prat estaba Pinochet escondido. ¡Qué falta de respeto con un héroe como Prat! Compararlo con Pinochet... Y es que Prat no es de la izquierda, ni de la derecha ni del ejército o la armada siquiera: ¡Prat es de los chilenos todos! Como todos los chilenos de la lista en ese concurso, chilenos que no podemos estar comparando con mezquinas y mediocres varas. Como los grandes chilenos que se quedaron fuera, como O'Higgins (a quien se le ha hecho una leyenda negra horrible), como el presidente Aguirre Cerda o Balmaceda, como Clotario Blest, como el cardenal Silva Henríquez y tantos otros grandes con quien la historia no ha sido todo lo justa que debiera.
Por eso no voté por ninguno, porque para mí, todos eran ganadores desde el principio.
¡Viva Chile!
¡Vivan los chilenos todos!

lunes, 8 de septiembre de 2008



This is the end

¿Y si el mundo se acabase mañana?
No es una pregunta nueva. Muchas veces la he escuchado, pero como nunca me he considerado muy apocalíptico, no le había tomado el peso. La verdad, el fin de mundo me sigue pareciendo lejano. ¿O no?
Las visiones agoreras de un final catastrófico donde un Dios lejano y vengativo (como si Dios necesitase vengarse de nosotros, ja) se desquitase de estos pecadores que somos, me causaba una mueca entre fastidio y risa. Nunca creí en cielos que se abrían arrojando fuego a los hombres ni en océanos de sangre (como el Blood Pond del infierno en Dragon Ball, con ogros y todo). Para mí, todos esos eran cuentos de predicadores chapuceros, ávidos del diezmo con que se sustentan a costa del miedo y la ignorancia de mucha gente. Tampoco le di mucha importancia a las amenazas de la ciencia, que tantas veces vimos en el cine y la televisión. Robots que se vuelven contra sus creadores (así como Mega Man contra los robots del doctor Wily), demasiado lejanos. Asteroides que nos impactan, los detectaríamos a tiempo -creo-. Bombas atómicas, tal vez como en Dr. Strangelove, pero difícil sin la Urss en el camino. Además, si nos hubiésemos matado con las bombas, lo habríamos hecho en la Guerra Fría y no ahora en el posposmodernismo. ¿Alienígenas? Sí, seres capaces de surcar el universos, con tecnología infinitamente superior, que consiguieron no exterminarse ellos mismos, vendrían a la tierra solo para matarnos por matar. No me cuadra. Nada me preocupó. Hasta ahora.
En unas horas, en Europa, comenzará a funcionar un acelerador de partículas que durante años se ha estado construyendo en el subsuelo de Suiza. Sí funciona como es debido, significara comprobar o echar por tierra años de teorías en el campo de la física. Un gigantesco avance para la ciencia y la humanidad. Si funciona...
Porque si no funciona...
No son pocos los físicos que han planteado sus temores respecto al LHC (que así se abrevia el acelerador). Sostienen que puede formar agujeros negros que, al igual que los que existen en otras regiones del cosmos, podrían tragarse todo. Eso, claro, nos incluye a NOSOTROS. Glup.
Es la primera vez que me siento un poco inquieto ante la posibilidad del fin. Y no tanto por mi posible muerte, sino más bien por la desaparición de la humanidad completa. Al cabo, yo solo soy un hombre y si desaparezco nada cambiaría mucho. Pero, ¿todo los que fuimos los humanos, borrado de un solo golpe? ¿Quién nos recordará? ¿quién guardará nuestras obras de arte? ¿nuestras humildes construcciones? ¿una copia del Quijote? ¿Quién dirá: este es el fruto del cerebro humano? o ¿Alguien, en algún lugar, sabrá que existieron alguna vez los seres humanos?
No sé si realmente estemos solos en el universo, ni menos los planes que Dios (que al igual que Einstein no creo juegue a los dados) tiene para nosotros. Solo sé que no quisiera que desapareciéramos del todo. No se me ocurre algo más terrible. No imagino un destino más angustiante. Morir es una cosa. Desaparecer, otra muy diferente.
Por si acaso, fue un placer conocerlos. Hasta siempre.

martes, 26 de agosto de 2008


"El chistecito ése"

"Es que el chileno es así". Muchas veces escuché a varios humoristas de poca monta referirse de esa manera a la idiosincrasia nacional para intentar -como si hiciesen un sesudo análisis sociológico- justificar la mayoría de sus chistes de mal gusto. "el chileno pícaro", "el chileno astuto (por no decir sinvergüenza)", el "chileno ladino", todas formas de representar a través del supuesto humor de nuestros supuestos humoristas el cómo somos.
Yo tampoco pretendo hacer una cuenta atropo -psico -sociológica del humor chileno, pero tengo mi opinión acerca de éste. Y este es el espacio que me he reservado para comentarlo. Lo primero que tengo que decir es que, salvo honrosas excepciones, lo considero pésimo. Anclado (anquilosado, quizá sería más apropiado) es viejos clichés y estereotipos, recurriendo siempre a lo vulgar y mostrándonos como patéticos personajes amorales. Tal vez me dirán "pero en eso consiste la comedia, en motrar los defectos morales de las personas" Es verdad, lo concedo, pero no podemos comparar una obra de Molierè con un chistecito de Dino Gordillo. En el drama, son las acciones las que nos hablan de los personajes, en el humor chileno son hombres que hablan de otros y qué, la verdad, no asumen una postura crítica de lo que cuentan, sino que más bien, hasta lo justifican.
No, querido y ocupado lector, no es que quiera pasar por tonto grave (auque es muy probable que lo sea), pero hasta el humor no tiene por que ser siempre light. Menos aún si se trata de una de las armas más poderosas de combatir. Quizá una de las pruebas más claras del paupérrimo estado del humor chileno es que no se hace humor político (excluyamos a The Clinic, que no sé aún si es humor político o de plano solo escatológico). Es más nos conformamos con el chiste o la situación cargados de vulgaridad, principalmente, de dos tipos: coprolálico (me siento como el profesor Banderas) y sexual. Nos reímos de los garabatos por segundo que puede decir alguien tanto como del nuevo diámetro del pecho de tal o cual modelo cero % cerebro que se puso 950cc de silicona con algún doctor como de Nip/Tuck.
Pero, queridos y escasos amigos, el humor más detestable que se da en Chile es el racista. O más bien, no solo racista, quizá hay que hablar del humor de la discriminación. Se hacen en nuestro país, chistes que en otros países mandarían derechito a la cárcel a quienes los profirieran. Y no me refiero solo a los chistes de homosexuales, enanos, negros, gordos o discapacitados. Me refiero incluso a los chistes profundamente machistas que se hacen y que hasta las mujeres celebran. He escuchado a humoristas comparar a personas negras con monos. Señalar que los peruanos se comen las palomas de la Plaza de Armas, y a varios otros que se pasan la dignidad de las personas por muchas partes pudendas haciendo comparaciones ofensivas y soeces.
Por suerte, no todo está perdido, y por ahí han aparecido nuevas formas de hacer humor en Chile que no necesitan recurrir a la grosería fácil o al estereotipo repetido para hacer reir. Un aporte a sido el Club de la comedia, que aunque tiene lugares comunes con otras formas de humor y a ratos quieres ser como Seinfeld, a refrescado un poco el ambiente. Series como La ofis que es una adaptación de The Office de la BBC tal vez nos enseñen a reirnos también de la mediocridad y realmente de nosotros mismos más que de los demás. Y en el humor gráfico, Juanelo, que aparece de lunes a viernes en Publimetro y tiene su propio blog acá.
Ojalá que en un tiempo no tan lejano, no solo nos riamos del porrazo del otro, sino que también de los nuestros. Por lo menos yo soy un convencido de que el mejor chiste es el que después de la risa, no deja pensando.
Vale.

viernes, 8 de agosto de 2008



Agua fría

Hace tiempo que no escribía. Tuve tiempo para hacerlo, pero no lo hice. Perdón por eso (yo pido perdón igual, aunque lo más probable es que nadie me lea). Pero quisiera referirme a una noticia ya vieja -se ha vuelto una costumbre en mí-: El famoso jarro de agua sobre la Ministra de Educación.
Reconozco que ya había prácticamente olvidado ese asunto, pero ayer durante la reunión de apoderados, salió otra vez a colación, junto con la supuesta humillación pública de una alumna por parte de un profesor en el norte del país. De esto último, mejor no hablaré, porque hasta ahora no he escuchado el audio completo, así que no puedo opinar de aquello que no conozco.
Los apoderados de ayer, siempre puntuales, casi filosos, deseaban saber mi parecer acerca de la actitud de la tristemente célebre Música por mojar a la doblemente triste célebre Ministra Jiménez. Noté, claro está, que aquella pregunta no era inocente, sino intencionada a generar una controversia y determinar si este profesor que habla era o no consecuente con lo que predicaba. Pues bien, les respondí: No estoy de acuerdo con la actitud de Música.
No puedo estar de acuerdo con que se agreda en ninguna forma a una autoridad de la República, incluso una como la señora ministra, intransigente e intolerante, que cree ser dueña de la verdad y que no sabe escuchar. Claro que a mí no me gusta, pero eso no me da derecho a arrojarle un litro de agua en la cara. ¿Se imaginan si todos hiciéramos eso cuando no nos escuchan o alguien nos cae mal? Claro, quizá no necesitaríamos tantos psicotrópicos, armonil o sesiones con el psicólogo, pero nuestra sociedad no podría mantenerse en base a las agresiones y menos, sin respetar a la autoridad.
Vivimos en una democracia -imperfecta quizá, pero democracia al fin y al cabo- y por lo mismo debemos cuidarla, respetarla y perfeccionarla. Eso debemos enseñar a nuestros jóvenes, debemos (es un deber moral) hacerlos partícipes de ella, a través del diálogo, el voto, la participación política y social. Debemos mostrarles que durante 17 años en este país hubo quienes incansablemente lucharon por tener el derecho inalienable de la libertad, el derecho de vivir en una democracia. Gente que inclusive murió (y desapareció) por ello.
Hoy tenemos democracia, llena de yerros tal vez, pero perfectible. No la ensuciemos con la violencia. La democracia no es hacer lo que uno quiere, sino hacer ejercicio de la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene. Quemar neumáticos, destruir faroles, agredir ministros no es vivir conforme a la democracia, es solo ser irresponsables y viscerales. Fanáticos, tal vez.
¿Debe ser expulsada Música? No, pero cancelarle la matrícula es una decisión que el colegio debe tomar si lo estima conveniente, pero que termine este año. Solo así, el ministerio de Educación no se pisará la cola a sí mismo, pues ellos son los primeros en protestar e impedir que un colegio expulse a un alumno, inclusive si comete un delito dentro del colegio.
La ministra recibió un refrescante mensaje, pero lamentablemente ese mensaje solo consiguió darle la razón a ella por sobre los estudiantes y los profesores. Cabe preguntarse ¿Quién salió más mojado? ¿La ministra o el movimiento estudiantil? El agua fría no fue solo para una ministra, fue para todos quienes queremos una mejor educación, por el bien de Chile, por el bien de los chilenos.

viernes, 4 de julio de 2008


Facebook

¿Qué tiene de maravillosa la última moda de internet conocida como Facebook?
Muchas cosas, sin duda, se podrían decir. Yo mismo, lo tuve en un principio sin darle mayor uso. Hasta que comenzaron a llegarme las solicitudes de amistad de amigos que no veía hace muchos años. Ha sido maravilloso, pero a la vez, inquietante. No me había dado ni cuenta de cuánto tiempo había pasado ya desde la última vez que los vi o hablé con ellos.
Para mí, Facebook ha sido como una máquina del tiempo. Me ha permitido reencontrarme -virtualmente, claro está- con gente que ha significado mucho en mi vida, con quienes compartí anhelos, sueños, penas y felicidades.
Hoy salí a caminar después del trabajo. No sé bien por qué lo hice si estaba "molido" por esta semana de final de semestre, pero igual salí al frío de la noche. Caminé un tramo corto, pero me di cuenta de cuantas cosas había en esos espacios que recorrí quizá un millón de veces. La plaza en que jugué cuando niño a la escondida pelota, el pasaje donde aprendí a andar en bicicleta, el buen paradero que me cobijó en las mañanas de lluvia esperando la metrobús 11 rumbo al Pedagógico. Allí seguía el quiosco donde compré (y esperé) junto con casi cuarenta jóvenes más, La Nación que traía los resultados de la PAA. Sigue en pie el Ribeiro, que era lo único parecido a un supermercado en los alrededores de nuestra casa cuando pequeños. Y aún envejecen, juntos y torcidos, los dos pinos que están en la curva que hace avenida Gabriela cerca de la gruta a la Virgen, frente al hospital de niños.
Me detuve frente a esos lugares por un minuto e intenté verme a mí mismo en ellos. Allí estaba con uniforme, persignándome frente a la gruta camino al colegio. Me vi con la mochila al hombro en el paradero y conversando con la muchacha rubia que no alcanzó a comprar el diario para ver como le fue en la PAA. Me vi bajo la sombra de los pinos junto a mi abuelo, preguntándonos quién los habría plantado.
Claro que hay cosas que ya no están, como los potreros, las acequias y el canal troncal San Francisco. Ya no hay vacas, ni conejos, ni hombres montados a caballo. Ahora solo hay casas y edificios por doquier. Así es el progreso, no tiene consideración con la memoria.
Perdónenme, pero ya me desvié del tema. Gracias al Facebook volví a saber de Mario y Grisel, grandes amigos del liceo. Del "Pelao" David y su eterno alboroto de hormonas y su amor casi garciamarquiano por Carol. Y también me mantengo al tanto de mis amigos del presente, a quienes veo más a menudo.
Creo que el Facebook también desenmascaró un poco mi inmadurez. Yo, sigo viéndome muchas veces a mí mismo con si tuviera 16 ó 18 años. Pero, al saber de mis amigos de antaño, caí como del décimo piso: ¡Por Dios cómo hemos cambiado! Varios están casados, tienen hijos, casas, autos. ¿Y yo? ¿Qué he hecho con mi vida? Tengo un título universitario, un magíster que no terminé, un montón de libros que valen (monetariamente) muy poco, una consolas de videojuegos y... nada más. Hoy, no sé si hice todo mal, todo bien o, simplemente, no hice nada.
Ok. Me alegro de reencontrarme con mis viejos amigos, y de seguir todavía más conectado con los actuales. Ya tengo una no despreciable lista de amigos en mi Facebook y espero seguir sabiendo de ellos a menudo. Aunque, ojalá el Felipe de antes también me enviara una solicitud de amistad. Tengo varias cosas que decirle a ése...

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Canción de esta entrada: Un millón de amigos de Roberto Carlos y Como hemos cambiado de Presuntos Implicados

martes, 24 de junio de 2008




El túnel



Pensaba, en esta ocasión, escribir acerca de lo que está ocurriendo en el país, principalmente con lo que está pasando en el tema de la educación y ese error histórico que se quiere cometer remplazando una nefasta LOCE por una enmascarada LGE. Y hablo en pretérito, porque hasta ayer ese era mi tema central. Pero ayer, al parecer Blogger estaba en mantención y no pude acceder a él. Pero hoy, ya sé que escribiré de otra cosa.
Como les conté antes, me encuentro en una crisis existencial. Una crisis "blue, blue, blue", diría Martín Romaña, ese gran personaje trasunto de su creador: Alfredo Bryce Echenique. Solo que yo, ni estoy en París ni he conseguido un sillón Voltaire donde sentarme a pasar mi melancólica vida. Eso, y el hecho concreto de que mi vida no es tan interesante como para hacer de ella una novela.
En fin. Regresé al fin mi trabajo, a ese "mesón inconfortable" a embrutecerme con el sonsonete de las "quinientas horas semanales" No ha sido fácil. Los casi diez días de descanso me hicieron sentir todavía más horror del regreso. Pensaba en la torre de pruebas por corregir que me aguardaban, en las pruebas y planificaciones que construir, en los cada vez más molestos apoderados que atender, en los interminables viajes en un metro cada vez más lleno. Y en ellos, sí, en ellos. Los alumnos; esos que cada vez me escuchan, respetan y quieren menos. En ellos que convierten la sala en un chiquero. En ellos que no se callan nunca, que asisten a clases con aros y piercings pese a lo que diga el reglamento. En ellos que no se leen los libros que le doy, que bajan resúmenes de resúmenes de personas que leyeron resúmenes desde el Rincón del vago. Pienso en los fotolog donde se exhiben e insultan entre ellos, en las amenazas que se hacen con el otro curso, en los celulares perdidos que cual Sherlock o Padre Brown debo intentar encontrar, pese a que los celulares no son materiales de estudio. ¡Pienso en las horrorosas reuniones de apoderados donde debo escuchar todo -recalco- TODO lo que los apoderados quieran decir de mi persona, las personas de mis colegas y el colegio. Aceptar estoicamente que personas que no sabe nada de educación cuestionen lo que se les dé en gana y respirar profundo, cerrar los ojos y soñar por una fracción de segundo que uno es libre de todo y está sentado frente al mar, con la única certeza de que mañana no hay nada más que hacer que sentarse otra vez frente al mar.

Tal es mi nivel de neurosis.

Hoy, mi jefe directo me citó a su oficina. Yo ya me imaginaba para qué. Amablemente me hizo ver su preocupación por mi pobre desempeño del último tiempo. ¿Qué te pasa? ¿A qué se debe esa desmotivación? Acepté cual reo rematado los cargos. Tenía razón. Ya no soy el mismo de hace tres años, que se levantaba a las cinco y media de la mañana y a las siete y diez ya estaba corrigiendo pruebas en la sala de profesores. "Este trabajo es ingrato, y muchas veces no se ven los frutos. No esperes las gracias". Me dijo. Es verdad. Tiene razón. Pero todavía no logro entender que ser profesor es un trabajo como cualquier otro y sigo viéndole el lado romántico a la cuestión. Todavía creo que tengo personas en la sala y no seres inferiores que no saben comportarse.

¿He equivocado el rumbo? Todo me dice que sí. Ruego, pido, imploro por un cambio en mí. Pero todavía parece que recién entro en el túnel y el puntito de luz al final casi no se ve. Como yo, cuando me miro al espejo. No me reconozco. Sé que soy yo, pero pareciera que el espejo siempre está empañado.

Me comprometí a cumplir con mis obligaciones más expeditamente e intentar no desalentarme tanto frente a cursos, como el 8º o el 4º, que casi no trabajan. Sé la inmensa responsabilidad que tengo en mis manos y cumpliré mi trabajo de la mejor forma. Son personas, al fin y al cabo y siguen siendo más importantes que una fotocopiadora o cualquier máquina con que otros trabajan.

Sigo firme en mi intención de salir cuanto antes del túnel oscuro que atravieso, pero sé que si no lo logro de aquí a diciembre deberé dar un paso al lado. Por esos "ellos" y por mí. Será triste, otra vez, porque será una nueva confirmación de la seguidilla de errores que ha sido mi vida. Otro sueño más que no fue verdad.

Vale.

domingo, 8 de junio de 2008



El dolor
(o sentirse absurdamente vivo)

Para variar, me hallo convaleciente. Quizá aún enfermo. En fin, estar acostado me ha dado algo de tiempo para pensar -más de lo corriente- en mi vida. Sí, en mi vida, en el estado de mi existencia. Hace ya rato que la cosa se venía mal. No he podido ver claramente los objetivos de mi vida. Estaba viviendo sin grandes certezas. Algo me está pasando, que no me siento con las ganas de antes. Ya habrán notado por mis post anteriores que me siento cansado y hasta viejo (lo que probablemente no es bueno cuando uno aún tiene 27 años). Ok, para quienes me conocen de siempre saben que nunca he sido un hombre de grandes energías, pero ahora, ya ni salir mucho quiero. Mi trabajo hace rato no me está dando las satisfacciones que necesito y que solía darme. Me siento abatido, en una lucha que desde que empecé ya la tengo perdida.

Miro hacia atrás y solo veo una alegría pasada y pasajera. Miro hacia atrás y solo veo muchas oportunidades desperdiciadas que no se volverán a repetir. Miro el presente y compruebo con espanto como mis sueños de ayer no se han cumplido. Miro el futuro y no veo nada. Hasta mi fe, otrora el bastión que nunca me falló, se ha visto considerablemente mellada por esta crisis que estoy pasando.

En las mañanas, al salir del metro, veo a una joven que reparte los diarios. Es mucho más joven que yo y es bastante bonita. Durante este último tiempo está congelada por los fríos matutinos o mojada por la lluvia más frecuente de lo habitual. Se debe de levantar temprano para realizar esa tarea y con suerte le pagarán el mínimo. Yo fui a la universidad. Mi salario es mucho mejor que el de ella y no debo estar a la intemperie por horas. Pienso en ello como para sentirme mejor, pero solo consigo lo contrario, me siento aún más miserable, incapaz de alegrarme por lo que tengo sin pensar en lo que no tengo o definitivamente perdí.

Estoy lleno de deudas, preocupaciones y anhelos insatisfechos. Yo solo me busqué mis problemas y no tengo derecho a quejarme. Pero no es fácil.

Y he así que vine a caer en cuenta de que mi vida carece de sentido. Sí, tal como lo lees, mi vida no tiene sentido en este instante. O más bien, no le encuentro el sentido, porque si sigo vivo debe ser que algún sentido aún desconocido para mí debe tener mi existencia. No disfruto lo que hago, no disfruto lo que leo - cosa terrible para quien siempre gozó de leer- y no disfruto de mí. Paso cansado, aburrido, sufro de ataques de melancolía crónicos y arranques de mal humor. Mi cuerpo no me acompaña y ando enfermo tres cuartas partes del año.

Más encima, me siento incapaz de soportar el dolor. Y no me refiero al físico, que obviamente no me gusta, si no al dolor moral que me aqueja todos los días. Quisiera, igual que otras personas, pasar junto a un perrito hambriento y no preocuparme, no sufrir. Pasar junto a un mendigo y ni siquiera mirarlo. Ver como las personas dañan y se dañan y que eso no me amargase el día entero, pero no puedo. Como verán, amigos, una sombre negra me envuelve y se espesa a mi alrededor.

Quizá el médico tiene razón y yo simplemente sufro de una común y corriente depresión. ¡Fluoxetina y la vida continúa! Tal vez... siempre me negué a creer en la depresión. Siempre la vi como una excusa ante la vida. Ahora me siento no solo ridículo, sino además, prejuicioso.

Pero cómo no sentirse deprimido si gran parte de lo que veo es dolor en el mundo. Sufrimiento. ¡Cómo poder sentirse bien si hay tanto dolor! Hay quienes ven ese dolor y luchan a diario por consolarlo, acabar con él. Los otros, simplemente lo ignoran y siguen con sus vidas. Yo estoy al medio, y el dolor de los demás solo me pasma, me paraliza y desarma.

Sin sentido y agobiado, pero aún así quiero vivir. Lo sé, sé que quiero vivir, así sea solamente para hallar un motivo para esta vivo, para sacudirme la sombra negra de encima, para estar alegre solo porque sé que se puede estar mejor de lo que estoy. Aún no sé cómo, pero no quiero darme por vencido. Lo supe ayer, cuando caminaba al metro y pasé por la cancha donde jugaban fútbol las mujeres y se reían y el público con ellas. Lo supe ayer, cuando vi a la gente esperando la hora de visitas en la entrada del hospital y recordé que hace un año yo también era uno de ellos. Lo supe ayer cuando a la salida de la estación Vicuña Mackenna una mujer vendía unas ropas, una plancha, unas curitas y una gomitas de menta. A su lado, en un coche, su hijo demasiado grande para ese coche, con algún trastorno que le impedía hablar o coordinar su cuerpo. Lo supe cuando pude seguir de largo y no lo hice. Lo supe cuando le compré un paquete de gomitas y me fui sin esperar el vuelto. Lo tuve absolutamente claro cuando a lo lejos escuché "¡Gracias señor!" y lo confirmé cuando no pude controlar la humedad de mis ojos.

Ahora sé que mientras el dolor de otros me siga importando, habrá por qué vivir. Lo demás, vendrá por añadidura.

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Para D.: No quiero dejar de darte las gracias por estar conmigo, quererme tanto y hacerme sentir bien. La conversación de ayer me dio esperanzas. Tú sabes cuánto bien me haces y las fuerzas que me inyectas. Gracias, compañera, amiga y mujer.

domingo, 18 de mayo de 2008



Homo Flaite


Lo recuerdo bien. Debe haber sido por el 97. Estaba en segundo medio y mis compañeros y yo usábamos el término "cuma" para referirnos a todo aquello que nos pareciese vulgar o para las personas que generaciones anteriores llamaban "patos malos". Pero luego apareció una nueva clase de cumas, que no eran como los otros, porque sin darnos cuenta, muchos compañeros de curso se fueron transformando en ellos: eran los "flaites".
He escuchado varias explicaciones acerca de la etimología de esta palabra, pero ninguna me parece acertada, pues yo si sé de dónde salió el término: gracias a una zapatillas. No recuerdo la marca con exactitud (parece que eran Nike o Converse), pero el modelo era "Fly" y era un modelo que no conocía los colores sobrios o la distribución apolínea de sus componentes. El caso es que se transformó en el tipo de zapatillas favoritas de una clase de "cumas", los más jóvenes. Muchas veces eran falsificaciones o símiles, pero se diversificaron tan rápido que no nos dimos ni cuenta cuando una parte de los "cumas" evolucionaron (o involucionaron, no sé) a "flaites". Después de las zapatillas, los buzos anchos, los gorros de viseras curvas, las cadenas gruesas al cuello y teníamos el conjunto. Ojalá esto solo hubiese sido una moda de pésimo gusto, pero el cambio mayor no estuvo en la ropa, sino en la cultura, nació la cultura "flaite" que hoy por hoy (y, por favor, perdónenme lo que digo) es la que impera en Chile.
Sí, amabilísimos lectores, Chile es un país de flaites. Y no se espanten de mis dichos, porque no me refiero a un tipo de personas, ni a una clase social (de hecho hay muchos flaytes de Plaza Italia para arriba), sino a una clase de cultura que se impuso y que no sé si alguna vez dejará de reinar. Como será, que hasta es bien visto ser flaite y los medios de comunicación los ensalzan y los invitan a sus matinales y talk-shows.
Cuando estaba en el colegio, no había nada peor que ser confundido con un flaite. Era una ofensa que te dijeran que tenías "chocos" o "choco pandas" (esa especie de 'cola' de pelo que te crecía en la nuca y te tocaba el cuello de la camisa). Hablar mal daba vergüenza. Fumar mariguana estaba muy mal visto. Rayar los vidrios del metro era impensable, menos subirse con una radio a la micro o el metro y molestar a los demás pasajeros con música que quizá no quieren oír. Beber cerveza en la calle, no dar el asiento a las viejitas, hablar a gritos. Todo eso no era parte de la cultura en la que fui criado. Nosotros podíamos ser del Colo, la U o la Cato, pero nuestra vida no cambiaba mucho si nuestro equipo ganaba o perdía. Nuestros objetivos en la vida pasaban más allá del partido del domingo. Pero esa clase de cultura se debilitó, y ahora respira tristemente, casi sofocada.
Ahora, el individualismo la lleva. Sí, porque para ser flaite de tomo y lomo hay que ser profundamente individaulista, sino la cosa no funciona, porque hay que perder absolutamente el respeto por los demás para llevar a cabo las pretensiones falites. Por ejemplo: ¿Qué clase de flaite dejaría de fumar droga o beber cerveza en una plaza solo porque hay niños cerca? ¿O que falite sería uno si dejara pasar la oportunidad de rayar los vidrios del metro para escribir su "tag" que solo Dios sabe que quiere decir?
Y ser flaite no pasa solo por lo folclórico de estas acciones. Las mujeres flaites (que nunca han oído hablar de Simone de Bouvier) se desacreditan a sí mismas, transformándose en los objetos que tantas otras mujeres lucharon por liberar. Todavía me cuesta creer que haya mujeres a las que les encante el reggaeton, a estas alturas himno oficial de Banana Republic y Faitesburgo.
Al flaite no le preocupan los problemas del mundo, solo vive y saca provecho de él. Mientras pueda comprarse Zapatillas con resortes y con un espectro cromático desde el ultravioleta al infrarrojo, todo bien. Mejor si las combina con ropa deportiva (que no es para hacer deporte) Nike o Adidas.
El flaite no vota, no lee, no ve noticias. El faite va a trabajar y le importa un carajo reventar las puertas de la micro en la mañana para poder subirse sin pagar. El faite no tiene tendencia política, no forma sindicatos y si enferma, le basta con insultar a los funcionarios en el hospital para acelerar su atención.
Al flaite no le importa que Chile tenga mal distribución de la riqueza (mientras haya chorreo), que exista ley de subcontratación, menos. Le da lo mismo la gente de Chaitén y los animales de Chaitén. No se preocupa por el calentamiento global ni por la alfabetización electrónica, mientras sepa usar el Messenger y su Sony Ericsson Walkman o su Nokia 5300, todo bakán.
El flaitee stá orgulloso de ser flaite, esto es, de ser ignorante, de que le importe solo él y su entorno, de beber cerveza hasta reventar, de vivir sumido en el presente continuo.
Es Chile un país de flaites, y lo peor es que ya no es necesaria la ropa para serlo. Basta con vivir como estamos viviendo para ir transformándonos lentamente: ver (y disfrutar) la basura que da nuestra televisión, usar el computador solo para chatear, no agarrar jamás un libro, comprar películas piratas que, más encima, son pésimas, leer las Últimas Noticias, ensuciar y destruir nuestra ciudad, no reclamar jamás y desquitarse haciendo todo de mala gana y mal.
Así, el stato quo sigue y seguirá, porque para quienes tienen y seguirán teniendo el poder, los flaites son una bendición.


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Para "distender un poco" este oscuro comentario, un vídeo (como dicen los españoles).
http://www.youtube.com/watch?v=le7Pfdoo_rU


viernes, 18 de abril de 2008



Defender la alegría.


¿Cuánto cuesta estar alegre?
Mucho y nada.

"Me cuesta la alegría", así le dije a uno de mis alumnos mientras viajábamos en el metro. Lo confesé con pena evidente, ante la más evidente alegría de mi interlocutor. Él, en cambio, sí estaba alegre. Y está alegre porque dentro de el habita la esperanza, de una manera que yo ya olvidé. "Compañero Tapia", así llamamos en el colegio al alumno de quien les hablo. Desde hace unos años es miembro de las Juventudes Comunistas y se le nota. En un mar de jóvenes a los que la política les importa tanto como el fin del mundo, obviamente el destaca por su discurso y sus argumentos. Y, por lo menos para mí, lo que más destaca de él es esa férrea esperanza que tiene en el ser humano. "Para mí siempre ha sido más fácil creer en Dios que en el hombre", le digo presa de mi habitual amargura a Tapia. Pero no, él sigue firme en la fe que posee en las personas, se da cuenta de sus vicios y errores, pero siempre cree en que algo puede cambiar para mejor. "Hubo un tiempo en que yo también lo creía". Pero con la experiencia me doy cuenta de que siempre son más los rebaños que los pastores y más los esclavos que los libres. Yo mismo ya no sé si considerarme un hombre que lucha por la justicia y la solidaridad o solo como un neo burgués de tomo y lomo.
Pero nada lo amilana. Él sigue alegre pese a todo. Pese a sus problemas (que no son pocos), pese a la injusticia, pese al hecho de que las personas se venden a diario por pequeñas dádivas, pese a que cada día nos hacemos más individualistas y duros de cabeza y corazón, pese a los desesperanzados, borrachos de sombra negra como yo. Él defiende su derecho a estar alegre, porque tiene manos, porque tiene boca, porque tiene piernas, porque tiene fe.
Nos separamos en la estación La Cisterna, allí debe emprender su viaje hacia San Bernardo. Mientras se aleja, me volteo a verlo y entonces me doy cuenta de que estoy alegre por él y creo, a pesar de todo, que hay esperanzas mientras existan jóvenes como él que defiendan el derecho de ser alegres.

viernes, 11 de abril de 2008



Padre

Hoy, en uno de mis inagotables viajes en metro, vine a caer en cuenta que por estos días debe haber sido la última vez que vi a mi padre bajar del metro caminando solo y seguro, como solía ser. Recuerdo que yo iba unos carros adelante y lo distinguí a lo lejos, con su parka color crema y en compañía de mi hermano que trabajaba junto con él. Traía la cara que comparten la mayoría de los pasajeros del metro al volver de sus trabajos, cara de rutina, de fatiga, pero a la vez de alivio por la jornada concluida. Me quedé esperándolo, lo saludé y caminamos juntos a casa la buena distancia que hay desde la estación. Como casi siempre en su bolso traía algo de alimento para los pobres perros callejeros que viven dentro del hospital Sótero del Río, el que repartió lo mejor que pudo entre los hambrientos canes. Quién habría pensado que solo unas semanas más tarde, no volvería a ver a esos perros sino desde la ventana de su cuarto de hospital.

Hoy sí sé que es verdad eso de que la vida puede cambiarte en un segundo, y que eso que te dicen de siempre irte de casa en "buena" con quienes amas es verdad, porque la hermana muerte puede darte una sorpresa en cualquier momento. Mi padre, gracias a Dios, está vivo, pero nunca será el mismo del que me despedí una mañana antes de partir al trabajo. Si es que me despedí realmente de él ese día...

No quiero en esta ocasión hablarles de su enfermedad, ni de las experiencias extraídas del largo y a ratos doloroso proceso que significó sobrellevarla. Es verdad que he prometido en otras ocasiones hablar de ese tema, pero no será hoy. Quiero ahora hablar solo de mi padre. Poner por escrito algunas cosas de él, y la verdad, no sé bien por qué lo quiero hacer.

No sé, en realidad, si podría decir que la relación que tengo o tuve con él ha sido cercana. Para ser sincero, creo que nunca conversé con él temas para mí muy personales y sensibles. Nunca le conté acerca de mis primeros amores y no recuerdo haber hecho esas típicas preguntas de sexo que dicen que uno hace al papá.

Cuando pequeño, creo que mi papá me despertaba un sentimiento que era mezcla de fascinación y miedo. Lo veía lleno de seguridad, capaz de hacer lo que se propusiera, pero a la vez distante y ajeno. No era como los papá de mis amigos. Nunca me llevo al estadio ni jugó a la pelota conmigo, aunque me llevó a pescar varias veces. No era fácil equivocarse o ser torpe en su presencia, pues era más que severo ante el error. Sentí muchas veces un tremendo pavor ante cualquier tarea encomendad por él, solo porque sabía que podría no hacer las cosas como se esperaba de mí.

En mi adolescencia, creí que lo odiaría por el resto de mi vida. Aunque nunca fui rebelde, sentía un profundo rencor por ese padre de mi infancia que tantas veces denostó acerca de mis capacidades. Pensaba en las constantes peleas con mi mamá, en sus bruscos, y muchas veces injustos, retos, en su poca preocupación por lo que me pasaba, en sus eternas jaquecas, en lo que me faltaba y él no podía -o no sabía- darme. Por muchos ratos, creí que era el peor padre sobre la tierra. Y, sin embargo, habría dado parte de mi vida por ser como él. Por poseer esa lógica para resolver los problemas, por manipular las herramientas como él, por cocinar como él. Por ser capaz de hacer un nudo o clavar un clavo derecho en la pared.

Mas los caminos de Dios son misteriosos.

Un Viernes Santo, me despertó el teléfono. Nunca supe muy bien por qué o cómo, pero yo ya sabía lo que era, pero lo confirmé después, cuando los cimientos de la casa se remecieron y los perros de todo el barrio aullaron al mismo tiempo por un minuto. Mi abuelo Fernando, el padre de mi padre, estaba muy enfermo y había fallecido en el auto de mi papá mientras él lo llevaba al hospital. Cuando regreso, sin derramar una lágrima ni mover un músculo, respondió a las preguntas de mamá con un escueto: "falleció". Eso fue todo... por el momento.

Sólo en el cementerio lo vi palidecer y sus ojos se humedecieron. Desconozco si la verdad lloró. Quizá con mamá sí, pero no recuerdo haberlo visto, pero un año después, y para la misma fecha, también falleció su hermano mayor. También recibió la noticia por teléfono. Esa vez, solo agachó la cabeza y mirando el suelo preguntó: "por qué", mientras mi mamá lo abrazaba. Entonces sí lloró y mucho. Lloró por su madre, muerta hacía años, por su hermano Emilio que había muerto cuando él era un niño, por su papá no llorado como se debía y ahora por su hermano mayor que también decidió partir en abril. Y lo que hasta hoy me marca para siempre, lloró conmigo, abrazado a mí. Por vez primera, supe que era tan frágil como cualquiera y también supe que yo si era importante para él. Ese día aprendí que estaba lejos de ser el súper hombre que un día creí.

Acepté con el tiempo que no debía ser perfecto, ni como los demás y, por sobre todo, me reconcilié con su figura y conmigo, pues supe que no necesitaba ni debía ser como él. Que yo era alguien muy distinto a él y eso, no era malo, solo era diferente.

Fui descubriendo su presencia en muchas cosas. En las pequeñas conversaciones de sobre mesa, en los arreglos del auto, en ver las noticias juntos, en el pan amasado que a veces nos prepara. Descubrí que mucha gente lo quiere y lo valora más de lo que él mismo piensa. Descubrí que siente una pena enorme por los animales abandonados, que es malísimo para los chistes, que el cigarro lo envejeció más rápido, que el café es maravilloso, que los problemas pueden arreglarse si uno analiza detenidamente las cosas.

Por eso me dolió tanto verlo enfermo. Por eso sufrí tanto por él. Por eso pasaba a verlo al hospital después del trabajo y me arrodillaba ante la Virgen en la capilla del hospital.

Todavía hay muchas cosas que no me gustan de él y en las que no quiero parecerme. Nuestra relación no es de plenitud, pero sí de bellos momentos: la lectura de 20.000 leguas de viaje submarino, mi primer pejerrey pescado en Rapel, armar una carpa, pasarle una llave o una tuerca, un viaje por la carretera de noche como copiloto, un abrazo en el momento más doloroso.

No creo que él llegue nunca a leer esto. Es mejor así. Me basta saber que me quiere y que lo quiero, sin necesitar grandes razones. Creo que mi papá es un hombre bueno, pero por sobre todo un hombre y por lo mismo imperfecto como todos los hombres. Doy gracias, otra vez, porque está con nosotros, porque volvió a caminar, porque está lúcido y, doy muchísimas gracias, porque una vez que termine de escribir, bajaré y podré darle un abrazo.



lunes, 31 de marzo de 2008




¡Me hierve la...!

Con idiganción, con rabia malsana, con furia, con cólera. Con todas mis tripas y crujir de mis huesos, siento el inminente fin de los Ferrocarriles del Estado. Ya sé que quizá soy repetitivo y que esta queja es de plano inútil y yo no soy más que un tonto soñador con alma de poeta frustrado, pero que le voy a hacer. Me da rabia y me siento del todo impotente porque sé que nada puedo hacer. Que yo, más todos los románticos que aman el tren, más los ferroviarios, más las personas de los pueblos que vivían gracias al tren, ni nos acercamos al peso de un economista que nos ve como bichos raros.

¡Si no hay rentabilidad no sirve! esa es la consigna en este país dominado quizá para siempre por los Chicago boys que no tienen alma ni corazón, si les abriéramos el pecho solo encontraríamos algo parecido a un batracio negro y viscoso y en sus frentes tienen algo parecido a la marca de Caín, solo que es un tatuaje que dice: in dolar we trust. Ellos no ven personas, solo cifras, porcentajes.

Me da rabia haber confiado mi voto y mis esperanzas a quienes prometieron un Chile mejor y hoy solo nos entregan un Chile mejor solo para ellos, un Chile cada día mejor solo para quienes han vivido siempre de la mejor manera. Recuerdo haber leído por ahí, alguna vez, acerca de un "Estado docente", de una "Función social del Estado", pero ya ni sé si eso fue verdad, hoy solo sé que cada uno se rasca como puede y si no puede, no importa, uno menos en la perfecta inecuación del Chile del siglo XXI. ¡Y yo voté por usted señor Lagos, yo creí en usted, confié en verdad de corazón en su "estoy contigo"!

Quizá nunca cumpla mi sueño de viajar hasta Puerto Montt en tren. Es lo más probable. Pero la esperanza es imposible de matar, si la perdiéramos, seríamos los seres más desdichados de la tierra. Quizá otros hombres mejores que éstos que nos gobiernan hoy (concertación y derecha son prácticamente lo mismo para mí ya), menos egoístas y más humanos, vuelvan a acordarse de esa tontería que dice la constitución: "El Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo que debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible..."

Yo, me tragaré mi rabia y seguiré soñando que recorro el sur a través de una vía férrea...
Un día más, un sueño menos.
Vale.


sábado, 8 de marzo de 2008



Al colegio otra vez

Como un leve soplo del viento estival, pasaron las vacaciones de este año. Ya estamos nuevamente en marzo y con él, hemos de regresar la mayoría, otra vez, a nuestras obligaciones habituales después de la tregua que nos dan los meses del verano. Yo, que a mis tiernos 5 años un día ingresé a una sala de clases, por lo visto, no saldré más. Y es que yo mismo, al decidirme a estudiar pedagogía, libremente escogí ligar mi vida a las aulas, los recreo y los estudiantes.
Para no pecar de hipócrita, queridos lectores, debo confesar que en los cinco años que llevo de profesor, me he cuestionado en más de una ocasión la decisión profesional que tomé. Para mí, por lo menos, resultó bastante traumático darme cuenta de que lo que aprendí en la universidad acerca de pedagogía me sirvió bastante poco a la hora de afrontar a los jóvenes de verdad. No sé realmente, a qué estudiantes conocieron mis profesores del departamento de formación pedagógica en la universadad, pero sin duda, no se parecen en nada a los que me ha tocado tratar. Aunque la verdad, mis profesores hace años que no ponían un pie en la sala de clases de un colegio, y vivían, más bien, en el etéreo mundo de los libros de la editorial Paidós o Kapeluz. De eso me di cuenta en mi primera práctica real en aula, cuando al llegar al colegio donde escogía hacer la práctica me encontré con un alboroto gigantesco y una ambulancia entrando rauda por el portón, y es que un alumno del primero medio había clavado un puñal en el corazón de otro compañero, como venganza por una rencilla que habían tenido con anterioridad. En esa primero práctica supe también lo miserables que pueden llegar a ser los sostenedores de colegios y lo malo que es el sistema de financiamiento municipal y subvencionado de la educación.
Afortunadamente, después llegué a otro colegio que es donde aún trabajo hoy, que si bien no es una maravilla, es un lugar decente y bueno donde ejercer. Claro que le faltan muchas cosas, pero al menos realmente es un colegio y no un negocio.
Sin embargo, parece que la sociedad entera ha dejado de ver a la educación como un derecho fundamental y cómo la mejor contribución al desarrollo social y económico del país. La mayoría hoy ve en la educación un bien de mercado y un lucrativo negocio. Para que decir en qué se han transformado los profesores; meros empleados de apoderados, sostenedores y alumnos.
Con tristeza me ha tocado recibir las críticas de algunos apoderados en las reuniones o citaciones. "¡Resultados, resultados!" eso es lo que importa. Y no vaya uno a incurrir en el grave delito de llamar la atención a alguno de sus alumnos, porque es casi como ser un torturador: "¡Con qué derecho reta usted a mi niño, si yo le doy permiso para hacer lo que quiera!, ¡Yo misma le digo que no se quede callado cuando un profesor le diga algo!".
Tan triste como lo anterior resultan las políticas estatales para elevar los resultados. ¿Sabían que se premia a los colegios que menos repitientes tienen? ¡Ok!, ¡Arreglemos notas! Nada cuesta hacer que el 2 que Juanito sacó se transforme milagrosamente en un 5. He tenido colegas que llegan a palidecer si en una prueba hay más de diez rojo. Ya sé que usted, desocupado lector dirá que si en una prueba hay muchos rojos, debe ser porque se ha enseñado mal. Yo mismo era de esa opinión antes de saber cómo estudian los escolares chilenos. He llegado a presenciar inclusive, como cursos enteros se organizan y ponen de acuerdo para entregar pruebas en blanco solo porque les dio "lata" leer un libro.
Todo, finalmente, se transforma en un círculo vicioso. Los apoderados exigen solo resultados, achacando la mayoría de sus responsabilidades a la escuela, los profesores presionados, deciden exigir lo menos posible a los alumnos, y éstos últimos, al ser poco exigidos, también entregan muy poco de sí mismos. Por eso es que hay alumnos que en educación media tienen un promedio de notas 6,5 y en la PSU no llegan a los 500 puntos.
La educación chilena está hace años en crisis, y lamentablemente, no va a mejorar mientras se confunda cantidad con calidad, mientras continúe la municipalización, mientras los apoderados sigan abandonando a su suerte a sus pupilos, y mientras los profesores no despertemos del letargo y el miedo que muchas veces nos consume.
Yo mismo me he dado el trabajo de colocar hasta 30 rojos en una prueba, pese a los reclamos y los retos, pero una cosa sí les aseguro: la segunda vez solo tengo unos pocos rojos, porque los estudiantes chilenos no tienen una pizca de tontos y saben que cuando se le aprieta deben dar más.

sábado, 16 de febrero de 2008


Volver

Podría decir, amables lectores, que este verano me hallo más meláncolico que nunca. He visitado varios lugares que me han traído gratos recuerdos y quizá ahora comprendo lo que García Márquez señalaba acerca de la memoria y su capacidad para filtrar los recuerdos; para mí hasta los malos recuerdos hoy son buenos.

Como les comenté en mi última entrada, estuve en Pichilemu, que se llevó una buena parte de mi niñez. Casi sin quererlo, regresé hace unos días también a otro de los estivales lugares de mi infancia: Angol. Allí vive la hermana de mi abuela, y solíamos visitarla a menudo hace unos veinte años. Como sabrán, Angol es una ciudad de la IX región, pero más cercana de Los Ángeles que de Temuco, y para quiénes busquen un lugar altamente turístico, no les recomiendo Angol. Sin embargo, es una ciudad que para mí está llena de memoria.

Después de casi 20 años sin verse ni hablarse, mi abuela y su hermana decidieron reencontrarse, así que mi hermana y yo fuimos elegidos para acompañar a mi "bueli" en este periplo de la senectud. Tristemente para mí, que soy un amante de los trenes, el ferrocarril ya no llega a Angol, así que debimos abordar un bus desde la Alameda. ¡Cómo odio viajar en bus! Detesto no poder parar donde se me antoje o no poder pararme siquiera a estirar las piernas un rato. En fin, como me lo esperaba el viaje fue horrendo. De noche, sin aire acondicionado, escuchando ronquidos lejanos, el baño sin agua y sin la posibilidad de comprarse un café siquiera. Y eso que era un bus de una empresa grande y respetable como Tur Bus, pero en fin...

Llegamos a Angol a las seis y media de la mañana. Desde ese instante volví a sentir el olor del sur, de los ríos y los volcanes, de los bosques y los lagos. La ciudad estaba más moderna, pero seguía siendo la misma. Sin embargo, mi más grande impresión, fue pisar nuevamente la casa de mi tía abuela. Fue ver la casa y reconocerla. Es raro, pero sentí que el tiempo se había detenido en ese lugar. El olor fue lo que más me sorprendió. Apenes crucé el umbral y lo respiré, volví a tener seis años por una milésima de segundo, volví a sentirme feliz y seguro, con todo el tiempo del mundo para dejarme querer y dormir sin pensar en las horas del eterno mañana. El patio lleno de frondosos naranjos y durazneros, la cocina oliendo a leña y pan amasado, los dormitorios de techos altos y camas mullidas, el baño enorme y frío. Todo estaba igual, quizá más viejo, pero era ese pequeño espacio de la tierra en que con mi hermano jugábamos a ser quiénes nunca fuimos, con mi abuelo conversabamos hasta bien entrada la noche y con mi mamá entraba al baño, porque me daba miedo entrar solo a ese espacio húmedo de un eco que me parecía sobrenatural.

Es asombroso como uno se va haciendo viejo tan rápido. Los días se suceden con una prisa malévola. Pero, como ya lo he dicho varias veces antes, sigo estando convencido de que envejecer es ante todo añorar. Cuando el tren nocturno salía de Temuco con dirección a Santiago, y yo volvía en él, descubrí que me siento muy viejo, pero me queda el consuelo de que el niño que yo fui sigue corriendo por el patio de la casa de mi tía abuela en Angol.

domingo, 3 de febrero de 2008



Pichilemu, mi amor

Confieso que nunca he sido muy fanático de la playa, pero sí del mar. O más bien no gran entusiasta de lo que la mayoría de las personas gusta hacer en la playa. Para empezar la prefiero en invierno, ojalá con algo de frío y con ese mar alborotado y espumoso que azota las rocas, horadándolas por siglos. Prefiero las playas solitarias y silenciosas, donde solo la mar o el viento interrumpan mis pensamientos con sus naturales sonidos.
Afortunadamente, para la mayoría de las personas, el verano no permite que las playas estén solitarias y frías, sino atestadas y cálidas, y en ellas retocen las familias, chapoteen los niños, exhiban sus dorados cuerpos las mujeres y muestren los músculos (o los rollos) los hombres. En verano y principalmente en la V región, alcanza su paroxismo esta situación, donde además de de personas, se le debe sumar a la playa, toneladas de basura, melones con vino y radios con reguetón (si es que así se escribe, pero yo lo castellanizo) o cumbias de dudoso valor hermenéutico.
Gracias a Dios, existe Pichilemu.
Y no es que en Pichilemu no se den grandes grupos de gente más dispuestas a disfrutar la vida que este humilde narrador, sino que en Pichilemu aún se puede disfrutar de la tranquilidad, sobre todo en la mañana, pues para mí, las mañanas más hermosas de Chile están en los fríos y húmedos despertares de Pichilemu.
El amor por este balneario me viene de chico. Por muchos años mi familia y yo veraneamos allí, en los tiempos en que era difícil llegar a él desde Santiago. Me parece todavía increíble que en el viejo Peugeot 404 que tenía mi papá hubiésemos viajado tan cómodos seis personas. Era toda una travesía por caminos de tierra y cuestas interminables. En mi memoria siempre permanecen vivos los recuerdos de esa entrada a Pichilemu: después de la última cuesta, de fondo el mar y a un lado, el pueblo y esa copa de agua que era lo primero que uno podía ver. Mi hermano y yo eramos muy pequeños, pero aún hoy nos parece que las lunas más grandes y hermosas se veían en Pichilemu.
Con mi abuelo, nos levantábamos muy temprano para salir a caminar. Íbamos a los enormes bosques que rodeaban el pueblo, bordeábamos la laguna, caminábamos por la vía férreo y jugábamos a dar vuelta los trenes en la tornamesa de la estación. Mi papá salía solo a pescar lenguados de madrugada (y por Dios que atrapó uno inmenso, como de siete kilos) y por las tardes y al anochecer, lo acompañábamos a la laguna Petrel a pescar pejerreyes que le sirvieran de carnada para la pesca matutina. Por las noches, un paseo por la calle Ortúzar o por Aníbal Pinto, para comerse unos churros o apostarle a que cajita iba a entra el cuy. Claro que igual ibamos en las tardes a bañarnos a la playa, pero yo, por lo visto, desde siempre he sido más contemplativo que de acción.
Luego, por años no visité Pichilemu.
Volví con mis hermanos y mi polola hace un par de años para un feriado largo y lo encontré cambiado, pero con el mismo aire de tranquilidad que tanto me gusta. Volví otra vez este verano y lo noté aún más cambiado, pero en esencia sigue siendo el Pichilemu que tanto quiero.
Me preguntó alguien con cuál me quedaba, si con el de antes o con el de ahora. Obviamente yo, románticamente, dije que con el de antes, con el de casa antiguas, con caminos de tierra y "cabritas" celestes. Con el de balseo en Cáhuil y el de grandes bosques que lo cercaban. Pero es inútil intentar ganarle al tiempo. Ya muy pocas calles de tierra quedan. Hoy los puentes reemplazaron a las balsas. Ya no hay rieles ni durmientes. Ya no camino con mi abuelo ni pesco con mi papá. Todo a cambiado, pero le doy gracias a Pichilemu porque allí he sido feliz, porque allí soy feliz también ahora, en otras circunstancias.
Por eso, si me preguntaran dónde prefiero sentarme a pensar, diría que en las arenas de Pichilemu, frente al mar.