miércoles, 8 de noviembre de 2006


Un día de furia... (O "volverse loco un rato")

Para alguien como yo, que siempre me he considerado pacífico y sosegado, resulta extraño convertirse en un energumeno completamente enajenado en solo 5 segundos y, de paso, producto de esa transformación, dejar la escoba en el inmobiliario de mi hogar.
Sí. Cual olla a presión rellena de hidrógeno, terminé por explotar después de una vida de quedarme callado, evitar la confrontación y soportar estoicamente aquello que me pareciese mal. Era obvio; algún día debía ocurrir. Y ocurrió.
Por una tonta discusión (como lo son la mayoría) que se produjo en mi casa, el desayuno del sábado pasado se me arruinó. En medio de palabras hirientes, acusaciones y recriminaciones mutuas y argumentos pueriles, yo quise intervenir en favor de la paz y el entendimiento, pero mi balbuceo no fue escuchado y las palabras se ahogaron en mi laringe.
Portazos más, portazos menos, cada uno se fue enojado y enrabiado por su lado. Yo no estaba enojado, sino más bien triste y con una especie de angustia, que es lo que siempre me ocurre en estos casos.
Me di a la tarea de intentar ordenar unos cables que siempre se enredan en el televisor del living y no sé por que extraño artilugio el dichoso cable no se desprendio de su enchufe con la facilidad que esperaba... entonces sucedió...
Todo me parece hoy como un sueño y a veces no estoy muy seguro de si me ocurrió en verdad. Recuerdo algo así como chispazos. Arrojé -creo- cables y todo lo que estuviese unido a ellos por los aires, desbaraté una silla de computación contra las paredes, tiré las flores (florero incluido) al suelo y, me dijeron, quise voltear la mesa del comedor con todo lo que tuviere encima. Al parecer gritaba como poseso quizá qué sarta de incoherencias. De lo único que me acuerdo bien es que desperté de una especie de transe en el suelo, con el rostro desencajado, medio ahogado y con mi madre abarazandome e intentando que calmarme.
No hubo después de eso enojos, regaños ni recriminasiones. Lejos de lo que esperaba, sólo hubo una comprensión que a mí me parecía inverosímil. Era si como todo el mundo hacía tiempo hubiese esperado algo así de violento de mi parte. Mis enojos nunca habían pasado de amoratarme y gritar un rato. Pero esto fue más de lo que nunca me creí capaz. Y saben qué; me sentí muy bien después.
Claro que me tardé unos días en ser capaz de volver a mirar a los ojos a mi familia, pues me avergoncé profundamente de mi brutal actitud, actitud que siempre critiqué en los demás. Pero realmente fue catártico y enmancipador. Creo que fue bueno, pues debo haber botado rabias acumuladas desde mi más tierna infancia. Disipé las golpizas escolares que recibí, los motes ofensivos, las humillaciones públicas, las injusticias de las que fui objeto, los malos ratos, las incomprensiones de 26 años, ¡Qué sé yo cuánto más!
Desde hoy trataré de ser más activo en cuanto a mis emociones, señalar con más arrojo y decisión mi enojo o inconformismo. Así, si Dios quiere, nunca más volveré a explotar de esa manera.
No sería bueno que algún día arroje a un alumno por la ventana del tercer piso...