viernes, 18 de abril de 2008



Defender la alegría.


¿Cuánto cuesta estar alegre?
Mucho y nada.

"Me cuesta la alegría", así le dije a uno de mis alumnos mientras viajábamos en el metro. Lo confesé con pena evidente, ante la más evidente alegría de mi interlocutor. Él, en cambio, sí estaba alegre. Y está alegre porque dentro de el habita la esperanza, de una manera que yo ya olvidé. "Compañero Tapia", así llamamos en el colegio al alumno de quien les hablo. Desde hace unos años es miembro de las Juventudes Comunistas y se le nota. En un mar de jóvenes a los que la política les importa tanto como el fin del mundo, obviamente el destaca por su discurso y sus argumentos. Y, por lo menos para mí, lo que más destaca de él es esa férrea esperanza que tiene en el ser humano. "Para mí siempre ha sido más fácil creer en Dios que en el hombre", le digo presa de mi habitual amargura a Tapia. Pero no, él sigue firme en la fe que posee en las personas, se da cuenta de sus vicios y errores, pero siempre cree en que algo puede cambiar para mejor. "Hubo un tiempo en que yo también lo creía". Pero con la experiencia me doy cuenta de que siempre son más los rebaños que los pastores y más los esclavos que los libres. Yo mismo ya no sé si considerarme un hombre que lucha por la justicia y la solidaridad o solo como un neo burgués de tomo y lomo.
Pero nada lo amilana. Él sigue alegre pese a todo. Pese a sus problemas (que no son pocos), pese a la injusticia, pese al hecho de que las personas se venden a diario por pequeñas dádivas, pese a que cada día nos hacemos más individualistas y duros de cabeza y corazón, pese a los desesperanzados, borrachos de sombra negra como yo. Él defiende su derecho a estar alegre, porque tiene manos, porque tiene boca, porque tiene piernas, porque tiene fe.
Nos separamos en la estación La Cisterna, allí debe emprender su viaje hacia San Bernardo. Mientras se aleja, me volteo a verlo y entonces me doy cuenta de que estoy alegre por él y creo, a pesar de todo, que hay esperanzas mientras existan jóvenes como él que defiendan el derecho de ser alegres.