jueves, 18 de noviembre de 2010

El Loco o la lección de dignidad



Sabe Dios que nunca he sido aquello que, en la jerga de los que saben del asunto, llaman "futbolero". No voy al estadio, no me amargo la existencia si el equipo de mis amores pierde un encuentro, y creo que con  suerte sé los nombres de uno o dos jugadores de ése equipo de mis amores. Ni me pregunten de estadísticas ni historia. Bastará, para convencerlos de mi poco conocimiento del balompié, que les confiese que mi club favorito es la Universidad Católica, sempiterna segundona en los campeonatos nacionales.
Debo señalar que en materia de fútbol, tengo varios prejuicios. Crecí viendo espectáculos deplorables. Imagínense que el primer partido del que tengo conciencia de haber visto con interés fue el de nuestra selección contra la de Brasil, aquel aciago día en que nuestro arquero, apodado "Cóndor" Rojas, se inventó una lesión más falsa que amigo de Facebook, producto de una bengala que ni lo rozó. 
Como si aquel engaño que costó años de no poder participar en eliminatorias a nuestra selección, no hubiese sido suficiente, también desde chico presencié papelones, "boletas" en jerga futbolística, que todos los demás equipos de verdad nos daban. Desde los clubes hasta la selección. Y claro, ¿Qué podía hacer Chile frente a esos mastodontes uruguayos? ¿O frente a un Maradona que, con mano o sin mano de Dios, ya era una especie de dios del balón? ¿O ante la alegría bailable en camisetas amarillas de un Brasil siempre talentoso?
No. Desde niño me di cuenta de que nuestro fútbol era tal y como somos nosotros los chilenos: grises y con complejo de inferioridad. 
Por eso me costaba entender que un grupo de hinchas termocéfalos fuese a celebrar porque empatamos con Venezuela o le sacamos tres puntos a Bolivia... de locales, claro.
Y qué decir de los jugadores. Tipos sin disciplina, cuyo único objetivo en la vida era un Ferrari y una modelo platinada y siliconizada en el asiento del acompañante. Jugadores que se arrancaban a burdeles durante las concentraciones, que se arrojaban jamón, mantequilla y pan en los hoteles, que desayunaban Piscolas, Cubas libres y Gin con Gin a las tres de la tarde.
Crecí viendo entrenadores que sabían mucho de como hacer asados, de tirar tallas, de fumar, pero que de fútbol sabían solo que poco pierde el que nada arriesga. Y esa fue la impronta que le dieron a nuestro fútbol ("júrgol" en su pronunciación), colgarse del arco si fuese necesario para obtener un empate que celebraban como triunfo. Esos simpáticos directores técnicos que se iban a los programas de farándula con el equipo completo hasta altas horas de la noche, los días anteriores a un partido.
¿Y los dirigentes? ¿Qué se puede decir? Mafiosos y mediocres que año tras año, escarbaban hasta encontrar algo que robarse de Quilín o de Juan Pinto Durán. 
Nada. Eso era nuestro fútbol. Nada.
Y de pronto, sin aviso, la revolución. Los clubes "chicos", esos perdidos entre los cerros, en pequeños pueblos, ésos que todavía juegan en canchas de tierra, se dieron cuenta de que podían ser algo más si elegían mejores dirigentes. Y eligieron bien. A un tipo responsable, educado, capacitado y, por sobre todo, honesto: Harold Mayne - Nicholls. 
Se hicieron auditorías, se sacaron los trapitos al sol, se mandó para la casa a los ladrones. Por fin, una luz de esperanza. Mayne Nicholls sabía que si queríamos de una buena vez salir del pozo, debíamos hacer una fuerte inversión y dejar atrás las viejas y mediocres fórmulas. Hizo lo impensado: llamó a un hombre que estaba en el "ostracismo futbolístico", a un tipo que muchos calificaban de "Loco". No tuvo que ir muy lejos, estaba al otro lado de la cordillera, era Marcelo Bielsa.
Pedro Carcuro, el comentarista de fútbol, lo resumió así: "Fue como comprarse un Ferrari en diez millones de pesos".
Y claro, ¿Por qué un técnico exitoso y de renombre iba a venir a pudrirse en un país que solo sabía de "triunfos morales", lindo eufemismo para derrotas? La plata era poca, las instalaciones y estadios malos, los jugadores con prontuario y la gente desconfiada y exitista... y, sin embargo, se vino.
Bielsa, el Loco, pidió quedarse a vivir en Juan Pinto Durán, dentro del mismo lugar de entrenamiento, en una humilde casita que había. Por las noches, se paseaba por las canchas pensando, imaginando. Por el día veía una y otra vez sus miles de video. Mucha gente lo vio en el teatro, en restoranes, comprando libros o películas. ¿Un entrenador de fútbol que disfruta de las artes escénicas, del cine y la literatura? ¡Válgame Dios! 
Continuando con sus locuras, le hizo ver a los futbolistas que debían seguir sus órdenes, que había que esforzarse, que no era bueno distraerse con farándula. Los convenció de que la mejor defensa era el ataque y de que éxito y felicidad no eran sinónimos. Los hizo creer en ellos, en sus capacidades. Nos hizo ver a todos que no era un sino trágico el de nuestro fútbol, que no estábamos condenados a ser siempre una pésima copia de nuestros hermanos mayores con vista al Atlántico.
Y mientras se mejoraba la infraestructura de Juan Pinto Durán y se construían después de décadas estadios nuevos, la selección chilena empezó a ganar partidos, ¡Y no solo eso!, sino que, cuando perdía, nos quedábamos con una sensación completamente nueva: realmente se había dado todo en la cancha. Por fin se había, de verdad, "mojado la camiseta"
Y el mensaje de ese Loco argentino, traspasó a la sociedad entera. Se podían hacer las cosas bien si uno se esforzaba y era paciente. Y en las universidades los alumnos iban a escucharlo en sus charlas. En las poblaciones más pobres y marginadas, el Loco aparecía de improviso a conversar con los niños, con los jóvenes que aún tenían sueños. A sacarse fotos, a conversar con la gente. No había cámaras, no había periodistas, no había políticos que se quisieran aprovechar.
La alegría brotó partido tras partido. Permeó incluso a tipos que, como yo, no "estabamos ni ahí" con el fútbol, porque no era solo fútbol, era una doctrina, una ideología, un ideal nuevo; era la constatación de que se puede ser mejor, siendo humilde, trabajando, luchando.
Pero la avaricia puede más. La ambición desmedida de dinero y poder pudieron más que muchos. "Es un monstruo fuerte y pisa fuerte".
Por algo así como cuarenta monedas de plata, los mismos clubes chicos que tanto habían mejorado con Mayne Nicholls, lo traicionaron, lo vendieron a cambio de promesas, de una mísera dádivas de los tres clubes más grandes que no querían igualdad para todos los clubes.  Oscuros empresarios, capitalistas burgueses, después de todo, no querían seguir ganando mucho... ahora querían ganarlo todo.
Mientras Bielsa, que no se vendió nunca, que no quiso que cierto candidato que después compró al presidencia del país se colgara de su fama ni de la de la selección, dando una clase de libertad y dignidad, se negó a ser un payaso más del baile, no iba a entrar en el juego del nuevo gobierno - coporación que ahora manejaba Chile. Eso molestó al poder. Molestó a quien, además de ostentar el poder político, ostentaba un enorme poder monetario y era dueño de más del 12% de las acciones del club más grande de Chile.
La suerte del Loco estaba echada. Un teléfono. Una conversación en las sombras. Un empresario oscuro era el nuevo presidente del fútbol chileno.
"Ahora podremos controlar al Loco" Pensaron estos empresarios cuyo corazón no late sino ante cosas metálicas y brillantes. Pero el Loco era demasiado "loco", demasiado necio, demasiado digno...
Nos dio su última lección, una lección de dignidad. Aunque nos duela, aunque lloremos... 
Se va el Loco. Se va porque no se vende. Se va porque no cree en el exitismo, se va porque cree en los procesos, en el trabajo a largo plazo. Se va porque empeñó su palabra y lealtad. Se va, finalmente, porque él siente algo que los empresarios capitalistas nunca conocerán ni podrán sentir y menos entender: se va porque él ama lo que hace, ama el fútbol. Porque el fútbol no debiera, no puede ser solo un negocio. Porque la alegría no se puede vender y menos comprar.
Y nos quedamos como huérfanos. Así como Segismundo despertando otra vez encadenado y en la torre, creyendo que los últimos años fue solo un sueño...
Mientras, los señores dueños de Chile, celebran. Mientras, hay un títere en la ANFP, pero el titiritero está en La Moneda. Mientras, todavía no nos resignamos. 
Porque esta vez si hubo indignación. Porque esta vez no se la van a llevar tan fácil los mismo de siempre. Esta vez pagarán, aunque no sea ahora, aunque no sea rápido. ¡Quién lo diría! La gente está despertando gracias al fútbol. Pronto no solo verán la injusticia de sacar a quienes hacían bien las cosas, sino que volcarán su vista a los hospitales, a las escuelas, a las fábricas, al comercio... más temprano que tarde recobraremos la vista, la fe, la esperanza.
Porque si algo aprendimos de Marcelo Bielsa Caldera es que la dignidad no se vende. Que hay que luchar y trabajar, así nos cueste muchos años. Pero los frutos vendrán un día. Sí que vendrán.
¡Gracias, don Marcelo!

martes, 9 de noviembre de 2010

Destino



¿Qué es el destino? ¿Existe acaso tal cosa? Mucho tiempo de mi vida me he dedicado a reflexionar sobre aquella cosa. Destino... casi imagino esa palabra escrita siempre con signos de interrogación, como una tarjeta del Monopoly o de La gran Capital.  No es algo sencillo, y estoy más que seguro, a varios además de mí,  le ha quitado el sueño muchas noches.
Si Dios existe, entonces existe el destino. Mas si no existe Dios, ni dioses, ni demiurgos que decidan por nosotros, quiere decir que no hay un destino y somos completamente libres de trazar nuestros caminos. Pero entonces... estaríamos destinados a construir nuestro destino, por lo que el destino seguiría existiendo... uf.
Ahora bien, demos por sentado que Dios existe. La mayor parte de los seres humanos cree en algún tipo de deidad o deidades o poderes superiores y creadores. Bien, digamos que hay Dios, ergo hay destino. Pero los cristianos creemos en el albedrío, por lo que somos libres y Dios no decide por nosotros; nosotros somos nuestros propios artífices... pero si Dios es omnisciente, quiere decir que conoce nuestro futuro, si lo conoce es porque ya existe ese futuro, por lo tanto, está escrito, es nuestro destino y el albedrío se nos va al carajo... uf x2.
Ya. Mejor me dejo de argumentaciones falaces y paradojas... no es en verdad de eso de lo que quiero escribir. No quiero probar o rebatir la existencia del destino, porque, no tendría como hacerlo. Lo que realmente me interesa es divagar sobre la posibilidad de un destino, sobre lo necesario que me resulta, pues es el destino, al menos para mí, lo que podría dotar de un sentido a las cosas que me ocurren en el día a día. 
Muchos de ustedes habrán leído El hombre en busca de sentido. Si no, es probable que hayan escuchado ese título. Yo lo leí hace algún tiempo ya, pero nunca dejó de impresionarme cómo, el narrador, sumergido absoluto horror, en el dolor, en el sinsentido de un campo de prisioneros nazi, fue capaz de ir dotando a las cosas de un sentido de una razón que le permitiera seguir viviendo y no rendirse, no dejarse morir. 
Se ha preguntado, usted querido lector, cuál es la razón de su existencia. en otras palabras, ¿Para qué vive usted? o más bien, ¿Por qué vive usted? Yo he vivido toda mi existencia racional preguntándomelo. No es algo muy tranquilizador, no es una pregunta que quizá uno debiese hacerse antes de dormir. Sin embargo, nunca he podido dejar de preguntarme por el sentido de mi existencia... ¿Se debe a una causa o solo al azar?
Me pregunto si estas preguntas estarán rondando la cabeza de la mayoría de las personas... espero por su salud que no.
Ya sé, desocupado lector, que quizá todo esto sea absurdo. Varias personas, incluso muy cercanas, me han invitado a dejar de pensar tonterías y a tratar de vivir  más relajado, más alegre. "¡La ignorancia es una bendición!" me dijo una vez alguien muy querido. Pero en mi caso creo que "el que nace chicharra, muere cantando" que extrapolado a mí persona sería "el que nace amargado muere penando".
En fin. Supongo que es en las pequeñas cosas dónde puede verse la acción de ese incierto destino de cada quien. Tal vez todo no es más que un ejercicio de imaginación. La micro que se me pasó, el tren al que no me subí, el café al que no entré... cómo esas acciones, esas oportunidades hubiesen cambiado lo que soy, mi historia... ¿Algo hubiese cambiado?
No puedo dejar de pensarlo cada vez que dejo pasar un metro lleno. Dentro hay cientos de personas. Quizá una de ellas cambiaría para siempre mi destino. Entonces siento el impulso de subir rápidamente, aunque sea a empujones, pero me detengo súbitamente... ¿Y si es en el siguiente tren donde viene esa persona que cambiará mi existencia? 
Supongo que últimamente ando tan perdido por la vida que necesito dotar de sentido incluso a cosas tan absurdas como el transporte público. De a poco me doy cuenta que tomar ascensores o subir escaleras, caminar una calle o la otra, dejar pasar un tren o no, salir a las 11 o a las 11:05, sentarme aquí o allá y un montón más de pequeñeces a las que intento encontrarles una razón, un sentido, son las que me han permitido seguir medianamente cuerdo y vivo hasta el día de hoy. Por lo menos hasta que encuentre a esa persona.
Vale.