viernes, 29 de diciembre de 2006


Diciembre
Fin de año ¡Uf!

Así es, ciudadanos de la tierra. Se va el viejo (el año, no el otro viejo) y como siempre, al igual que todos los otros años que se han ido, este 2006 no puede irse tranquilo y ser un "low profile", tiene que irse dando problemas. Diciembre es para mí, sin duda, el mes mas contradictorio, esperado, amado y odiado del año.

Cuando se es pequeño, se ansía diciembre. Sinónimo de vacaciones, regalos y juegos. Cuando pequeño, sentía una emoción pocas veces vivida a medida que se acercaba el día 25. Tus padres y abuelos, se esmeraban por hacerte sentir mágica la fecha. Todo te parecía bello en esa época y ni siquiera caminar por el paseo Ahumada el día 23 podía agriarte el ánimo.

Cuando se es adulto y se trabaja, se ansía diciembre porque falta menos para las vacaciones, pero se repele porque es sinónimo de compromisos, deudas y viajes interminables del trabajo a la casa y viceversa. Y se vienen esas latas de "amigos secretos2, "Saque un papelito de la bolsa, vea el nombre de quien le tocó. Regalos mínimo, desde 5.000 pesos". ¡Qué lata! Los almuerzos o desayunos corporativos, con discursos acerca de "La misión cumplida" y las "Metas para el 2007". Se viene el terrible día "28" para los profesores, los finiquitos y las cartas de despido. Los alumnos implorando por una nueva oportunidad y uno explicándoles que ni aunque se saque un 9,5 en una prueba le alcanza para subir el promedio a cuatro. Luego vienen los apoderados, primero humildes y gentiles, luego desafiantes y, finalmente, descorteses, agresivos y amenazantes. "Voy a ir la ministerio. Voy a ir, usted discriminó a mi niño, si es casi un santo". El amor de madre debe ser algo increíble, el mocoso puede haber quemado a lo bonzo a un compañero, pero siempre es un querubín.

Es la época de las graduaciones y licenciaturas, del desfilar de gladíolos y fotógrafos, de los discursos y los "Llegó la hora de decir adiós, decir adiós...", las misas eternas con letanía, incienso y curas que si de ellos dependiera, hablarían en latín.

Y ni se te ocurra ir a comprar. Compras pan en el supermercado, te demoras cinco minutos en envasarlo y pesarlo y unas dos horas en pagarlo. Y eso que es la caja expreso. Cuando se era estudiante, se recurría al ingenio para regalar algo. Papel lustre, poemas, cola fría, cartulina, flores secas ¡Cualquier cosa! Pero después, casi inevitablemente y aunque reniegues de eso, te conviertes en alguien de absolutos gustos burgueses. Y no te basta un saludo y una tarjeta. Debes comprar, regalar "alegría" envuelta en papel dorado y cintas. Si antes eras feliz con las papas cocidas, ahora no aceptas otra cosa que papas duquesas. Antes bebías vino o cerveza, luego pides un Baileys. Y hay quienes piensan que hasta el cuesco de la aceituna es de rotos. Diciembre, el mes de los créditos de consumo, las tarjetas y la guerra de las tiendas. Y uno, cual tonto que es, dentro de esa centrífuga sin poder (o querer) escapar.

Debo reconocer que me gasté casi todo el aguinaldo en regalos. Me he defendido de mi sentido común y mi conciencia diciéndole que al menos, no he sido egoísta, pues no compré nada para mí, sino que para otros. Pero es no es tan así. En el fondo, aunque nos duela, regalamos porque queremos ser más queridos, valorados. Nos gustan los "¡Gracias, para qué te molestaste!" Nos gusta saber que nuestro regalo es mejor que el de alguien más. Así somos, lamentablemente. Eso no nos hace malos, solo imperfectos.

Dentro de toda esta vorágine, entre la champaña puesta a enfriar y los fuegos artificiales que pronto estallarán, al menos, me di el tiempo de hacer algo que me permitiera estar en contacto con mi interior y con la realidad que representa diciembre. Aparté un poco de mi aguinaldo y compre una figuras de yeso del Nacimiento. Desempolvé pinceles, compré témpera y barniz y pinté mi propio pesebre. Quedó horrible. Pero, por lo menos, me acordé que en esa tosca figura de yeso de un niño nacido en un establo, estaba la razón de muchas cosas. Allí estaba la Verdad, esa con mayúsculas. Ahí estaba la raíz primera de mi querer estar con mi familia y seres queridos, de mi querer regalar cosas. En el fondo de mi corazón ( y en el de muchas otras personas) estaba Jesús recién nacido, quizá cubierto de algo de egoísmo y vanidad, pero presente aún.

No permitas, Niño, que te saque alguna vez de allí.


miércoles, 13 de diciembre de 2006


Adiós general...
(Sí, sin coma)

Es raro, pero lejos de lo que creí, al enterarme de la muerte de Pinochet no sentí lo que durante años creí que sentiría. Se produjo en mi una total indiferencia, como si el otrora dictador ya hubiese estado muerto desde hacía años y no fuese más que un mal recuerdo. Pero no, como escuché por ahí, el ansiado "Día del níspero" fue el domingo 10 de noviembre del 2006.

¡Qué cosas hemos visto a causa de la acertada ocurrencia de Pinochet de morirse! Personalmente, no me alegré de que muriera, no puedo alegrarme de la muerte de ningún ser humano, incluso de alguien como el Capitán general II (Pobre O'Higgins, debe revolcarse es su tumba), que hizo méritos suficientes para escapar a la categoría de "ser humano". Pero, obviamente no sentí ni una pizca de pena. Aunque a momentos casi me conmovía con esa expresión de "tata bueno", me bastaba con acordarme de los degollados, de los quemados, de los exiliados, de los desaparecidos y de muchas señoras con una foto colgando en el pecho que se murieron esperando encontrar a su hijo o a su marido, para volver a la realidad de que detrás de esa máscara beatífica no había más que un tirano reducido a escombros.

Es cierto que cristianamente no era quizá correcto destapar champaña en la Plaza Italia, pero me produce mil millones de veces más horror ver a la clase de adherentes pinochetistas que se agolpaban a las puertas del Hopital Militar. ¡Cuánto odio, Dios mío! Viéndolos a ellos, no me cabe duda que la tortura y los homicidios de Estado podrían vover a sucederse. Viendo y escuchando a quienes formaron parte del gobierno militar, justificando lo injustificable. ¡Señores, ningún avance económico vale lo que una persona! Aquí, simplemente se mató e hizo desaparecer a quienes no le llevaran el amén al gobierno.

He escuchado también a muchos que dicen que Pinochet hizo tantas cosas malas como buenas. Con el respeto que me merece esa opinión, disiento de ella por los siguientes motivos:

1. El supuesto "milagro económico" de Chile, impuso un modelo que nos alejó de los valores humanistas y cristianos que teníamos. Ahora se valora la competecia y el éxito por sobre la solidaridad y el estoicismo. El modelo de los "Chicago boys" hizo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, acrecentando las diferencias en la distribución de la riqueza. Si ahora tenemos más cosas no es necesariamente porque seamos más ricos o mejor valorados, sino porque el "chorreo" es muy grande.

2. La "modernización del Estado", que en el fondo fue una reducción. Es cierto que el Estado no tiene por qué participar en todos los sectores productivos, pero también es cierto que eso no justifica las privatizaciones "dudosas" de empresas estatales vendidas a "precio de huevo". Además, el estado se desligó de sus responsabilidades más básicas de una manera atroz, como sucedió con la educación, la salud y la vivienda.

3. De la constitución, mejor ni hablar. A Dios gracias, pudo ser reformada. Los militares SIEMPRE deben estar subordinados al poder civil. El sistema binominal es casi decir: "puedes ser gris claro o gris oscuro, pero nunca negro o blanco". Nada más antidemocrático.

Podría enumerar muchas más razones pero no tiene sentido hacerlo aquí y ahora. Lo importante es decir que siempre que el mundo tiene un dictador menos, se convierte en un lugar un poco mejor. Querámoslo o no, nuestra vida fue, es y será por mucho tiempo más, influenciada por Pinochet y lo que hizo. Los jóvenes que dicen que no "están ni ahí" con él porque no lo conocieron se equivocan: muchachos, la sociedad en la que viven en gran medida es producto de 17 años de dictadura, por lo mismo, valoren y aprovechen su libertad.

Con Pinochet se muere un trozo doloroso de nuestra historia. Que nos sirva de lección para no cometer los mismos errores, para valorar la democracia y la libertad. Para respetar a nuestros hermanos, para aceptar las diferencias. Para trabajar juntos por la verdad, por la justicia, por la solidaridad. Para que nunca exista el olvido, pero sí el perdón. Solo así, algún día, podremos sentirnos ciento por ciento orgullosos y dichosos de ser chilenos.

Y que Dios, en su infinita misericordia, se apiade de esa pobre alma... porque lo va a necesitar.

lunes, 27 de noviembre de 2006


La fe

Nunca he podido llegar a la certeza plena acerca de si la fe es una cuestión fácil o difícil. Hay días en que creo que no existe nada más sencillo que tenerla, basta con entregarse, con tener la mente y, sobre todo, el corazón dispuesto a creer. No cuestionarse las cosas, simplemente recibir, percibir, decirse "sí, todo es verdad, no necesito ver. Me basta con sentir". En Dios creo pues, aunque jamás lo he visto, veo todo los días su sombra, que es la vida; la mía, la de todos.

Sin embargo, en otros días la fe se me complica. Necesito pruebas, necesito la empírica. Ver, tocar, probar. Saber que nada es un sueño, una quimera. Tener la escritura y no sólo el compromiso. Esto me pasa menos con cosas trascendentes que con las pequeñas cosas de todos los días. No sé que nombre darle, pero para mí es más fácil cree en Dios que creer en el cariño que alguien me profese (palabra que tiene relación con fe). Debe ser, sin duda, la inseguridad.

Como somos los seres humanos imperfectos -y yo en mayor escala- tendemos a dudar de los demás. Aún cuando sabemos que esa duda es irracional y, lisa y llanamente, estúpida. Lamentablemente, ese dudar va de la mano con la falta de acciones y, en gran medida también, con la autocomplacencia.

Me di cuenta de lo anterior sólo el sábado recién pasado. Durante una comfirmación a la que fui invitado, viendo a esos jóvenes confirmar su fe en Cristo y la iglesia, recordé que un día también yo lo hice. Me sentí bien, otra vez entoné las canciones que tanto me gustaba cantar (verbigracia, "aclaró", o la "Canción del misionero") y en ese ambiente de la iglesia estaba cómodo, contento. Me sentí así porque estaba en contacto con mi fe, porque la fe no se pierde, lo que sucede es que se atrofía, igual que los músculos que no se ejercitan. Al menos a mí eso me pasa. Si no estoy cerca de lo que creo, mi creer pierde la vitalidad. No sé si es un defecto o no. Creo que sí.

¿Y si no me llaman una noche? ¿Cuál será mi reacción? ¿Podría alguien medianamente inteligente como yo, creer que porque a uno no lo llaman una noche, ya no lo quieren? ¿Podrán mis sentimientos falquear in absentia?

Debo ejercitar mi capacidad de creer, de tener fe inquebrantable. Hasta ahora soy como una llama que arde fuertemente cuando está cerca de otro fuego, pero que comienza a extinguirse cuando se separa de la otra flama. Es mi fuego el que debe acrecentarse para alcanzar al otro. Arder y arder, para nunca apagarse.

Después de todo, el combustible siempre está más cerca de lo que uno cree.

P.D.: Un poema muy hermoso, que algo tiene que ver con esto.

"Qué alegría vivir" (Pedro Salinas)


Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida —¡qué transporte ya!—, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.

(de La voz a ti debida)


lunes, 20 de noviembre de 2006


"Press start to play..." Video juegos y yo....

No me da para nada vergüenza reconocerlo. Sí, me gustan los videojuegos, y en particular los de consola. Más bien, los de Nintendo (sí, nunca me ha terminado de convencer el PlayStation).
Todo comenzó con la (hasta altura no sé si afortunada o aciaga) idea de mi padre de adquirir un computador por el 85. Ese fue mi primer encuentro con los compuatadores y los videojuegos. Para mi decepción, no era un Atari, como pensaba, sino un computador completamente desconocido para mí: Commodore 64. Hasta hoy, el C64 es el computador más vendido de todos los tiempos, y superaba con creces al Atari más moderno de la época, pues tenía la increíbe cifra de (tomen asiento, por favor) 64 kilobytes de memoria ram ¡Oh my God!. Pensar que solo años después tuve una agenda personal Casio con esa memoria y cabía en mi bolsillo.

En el viejo C64 mi hermano y yo aprendimos los fundamentos de la computación y los juegos electrónicos. En ese ordenador y cargándolo desde casetes jugué por primera vez Donkey Kong (aún recuerdo que se escribía Ready: load "DK"). En ese entonces jamás hubiese creído que existiría un juego como el Donkey Kong Country para Snes. En fin, pasó el tiempo.

Mi fervor por los juegos no creció mucho sino hasta por allá en el 92. Mi amigo Mauricio recibió un regalo inesperado: una extraña consola que su padre le trajo de la zona franca de Iquique; su nombre "Family": la versión pirata de la Nintendo Entertaiment System (Nes). No había mucho que llamara mi atención hasta que vi a un bigotudo personaje que saltaba, crecía al ingeriri hongos y podía arrojar conchas de tortugas a sus enemigos: Super Mario Bross. ¡Realmente increíble! Nunca había vsito algo así: música, movilidad, enemigos, gráficos, etc...

Por un año ahorramos con mi hermano, hasta que nos compramos en Almacenes Paris (no me pregunten como me acuerdo de esos detalles) la original Nintendo, con el SMB y el juego de matar patos Duck Hunt. Buscamos un videoclub donde arrendaran juegos (Videoclub "Gómez", tenían una credencial de chiste) y los fines de semana trasnochabamos para sacarle el jugo a los 300 pesos que costaba arrendar un cartucho. ¡Noches sin dormir para terminar los 6 Megaman de Nes! ¡Qué tiempos!

Después vino la Super Nintendo: 16 bits de entretención: Super Mario World, Mario Kart, DK Country, Megaman X, The legend of Zelda: A Link to the past, y tantos otros...
Llevarse la entretención en el bolsillo fue el siguiente paso: un GameBoy usado, para jugar al verdadero Tetris (¡vaya música la de ese juego!), y años después encontrarse con los amados y odiados Pokémon.

Después, ya en la universidad, me encontré con el que creo es el mejor juego que he jugado nunca: The legend of Zelda: Ocarina of time, para Nintendo 64. ¡Me demoré 6 meses en terminarlo y 8 en encontrar todos los ítemes. Mención honrrosa para el Mario 64 y el Mario Kart 64.

En el GameCube no he encontrado muchas maravillas (quizá porque insisto en mi fidelidad a Nintendo sin cambiarme al PlayStation), aunque el Zelda Wind Waker no deja de ser un gran juego, al igual que el Super Smash Bross.
Lo único que me queda en concreto, es que esta Navidad, tendrá que hacer grandes esfuerzos para no gastarme el 90% de mis sueldo en una Wii, sobre todo después de ver el Zelda Twinlight en video.

Recen por mí (o mejor, regálenme la Wii...)

miércoles, 8 de noviembre de 2006


Un día de furia... (O "volverse loco un rato")

Para alguien como yo, que siempre me he considerado pacífico y sosegado, resulta extraño convertirse en un energumeno completamente enajenado en solo 5 segundos y, de paso, producto de esa transformación, dejar la escoba en el inmobiliario de mi hogar.
Sí. Cual olla a presión rellena de hidrógeno, terminé por explotar después de una vida de quedarme callado, evitar la confrontación y soportar estoicamente aquello que me pareciese mal. Era obvio; algún día debía ocurrir. Y ocurrió.
Por una tonta discusión (como lo son la mayoría) que se produjo en mi casa, el desayuno del sábado pasado se me arruinó. En medio de palabras hirientes, acusaciones y recriminaciones mutuas y argumentos pueriles, yo quise intervenir en favor de la paz y el entendimiento, pero mi balbuceo no fue escuchado y las palabras se ahogaron en mi laringe.
Portazos más, portazos menos, cada uno se fue enojado y enrabiado por su lado. Yo no estaba enojado, sino más bien triste y con una especie de angustia, que es lo que siempre me ocurre en estos casos.
Me di a la tarea de intentar ordenar unos cables que siempre se enredan en el televisor del living y no sé por que extraño artilugio el dichoso cable no se desprendio de su enchufe con la facilidad que esperaba... entonces sucedió...
Todo me parece hoy como un sueño y a veces no estoy muy seguro de si me ocurrió en verdad. Recuerdo algo así como chispazos. Arrojé -creo- cables y todo lo que estuviese unido a ellos por los aires, desbaraté una silla de computación contra las paredes, tiré las flores (florero incluido) al suelo y, me dijeron, quise voltear la mesa del comedor con todo lo que tuviere encima. Al parecer gritaba como poseso quizá qué sarta de incoherencias. De lo único que me acuerdo bien es que desperté de una especie de transe en el suelo, con el rostro desencajado, medio ahogado y con mi madre abarazandome e intentando que calmarme.
No hubo después de eso enojos, regaños ni recriminasiones. Lejos de lo que esperaba, sólo hubo una comprensión que a mí me parecía inverosímil. Era si como todo el mundo hacía tiempo hubiese esperado algo así de violento de mi parte. Mis enojos nunca habían pasado de amoratarme y gritar un rato. Pero esto fue más de lo que nunca me creí capaz. Y saben qué; me sentí muy bien después.
Claro que me tardé unos días en ser capaz de volver a mirar a los ojos a mi familia, pues me avergoncé profundamente de mi brutal actitud, actitud que siempre critiqué en los demás. Pero realmente fue catártico y enmancipador. Creo que fue bueno, pues debo haber botado rabias acumuladas desde mi más tierna infancia. Disipé las golpizas escolares que recibí, los motes ofensivos, las humillaciones públicas, las injusticias de las que fui objeto, los malos ratos, las incomprensiones de 26 años, ¡Qué sé yo cuánto más!
Desde hoy trataré de ser más activo en cuanto a mis emociones, señalar con más arrojo y decisión mi enojo o inconformismo. Así, si Dios quiere, nunca más volveré a explotar de esa manera.
No sería bueno que algún día arroje a un alumno por la ventana del tercer piso...

martes, 24 de octubre de 2006


La indecisión

Estoy escribiendo al fin. Me ha costado bastante decidirme a hacerlo. Vencer la inmensa abulia que me carcome desde dentro, superar esa pesadez de mi alma, que contagia cada fibra de mi cuerpo.

Con el tiempo, me he ido convenciendo de que lo difícil no es emprender una tarea; lo difícil, lo realmente difícil, es decidirse a comenzar. Y mi vida ha estado llena de esa flagelante y culposa indecisión. Probablemente, este problema proviene de la formación de la que somos el resultado. Mi carácter pasó por el tamiz incierto del pacifismo; del no molestar. "No hagas lo que no quieres que te hagan" se transformó en mi consigna, pero también lo fue el "no molestes" "no hagas el redículo" "la risa abunda en la boca de..." "La inteligencia es proporcional a la seriedad" "el espíritu prevalece sobre la carne" y muchas otras más.

Por lo anterior, me convertí desde pequeño en un ser que se debatía entre el pasar desapercibido y el sobresalir, lo que a fin de cuentas, es una mezcla de agua y aceite, algo que a la postre no junta ni pega.

En consecuencia: nunca destaqué en nada. Probablemente, fui el alumno más perfectamente estándar de mi generación. Quizá también el más deseable por el modelo educacional chileno: lo suficientemente normal para no reprobar y lo suficientemente bruto para no opacar a nadie. Fui (aunque, casi con seguridad aún lo soy) un producto fácil de digerir, agradable al paladar, pero inocuo, que no deja regusto y, por sobre todo, fácil de olvidar. Mucha gente me conoció, conversó conmigo, me sonrió, pero no me recordarían ni aunque fuésemos vecinos.

No los culpo por olvidarme. Es muy sencillo echar al olvido a alguien que jamás tuvo la voluntad de ser "algo" en la vida. Y por algo, no me refiero a tener un título o comprarse una casa o un auto. Eso lo hace cualquiera con un poco de suerte y una pizca de esfuerzo. Por ser "algo" me refiuero a "hacer algo", bien o mal, pero a hacerlo, a actuar, moverse; a arrastrar y no simplemente flotar cómodamente.

¿Cuánto no me atrevo? ¿cuánto "mejor que no" ha habido en mi vida? ¿Cuántas oportunidades desperdiciadas? ¿Cuántos sueños infecundos?

¿Decir: "me gustas" es tan difícil? ¿decir "no", decir "sí"? Evidentemente, es más fácil decir "podría ser" o "lo voy a pensar"

La mayoría de los sueños se mueren porque no se atrevió alguien a realizarlos. Yo soy uno de ésos, que prefiere mirar el bosque antes de atravesarlo, por lo mismo, nunca será un gran hombre. Para mí, las cosas y las personas, son objetos de estudio, no de pasión. Ni la religión, ni la política ni las artes. De todo sé un poco, de nada me he hecho guerrero.

Los grandes hombres son los que se atrevieron a emprender el camino, aunque después se arrepientan de ello.

Nunca es tarde, dicen. El problema es: ¿me atreveré a tomar mi mochila y salir a caminar, algún día?

martes, 17 de octubre de 2006


Años

Ha pasado un año más en mi vida. Aquí estoy nuevamente. Me pregunto, como a diario, qué será de mí mañana. Me levantaré temprano e iré a trabajar. Por la tarde volveré a mi casa para pensar en qué será de mí pasado mañana. Así es la rutina, tal vez así es la vida.
Recuerdo que la víspera de mis cumpleaños, cuando era pequeño, no podía dormir. Era emocionante cumplir años, ser más grande, recibir regalos y saludos. Si tenías suerte, hasta el o los profesores te saludaban. Tus compañeros te daban una "capotera" o te hacían un manteo.
En la adolescencia, los cumpleaños comienzan a cambiar. Muy a mi pesar, se acabaron las piñatas, las sorpresas y la leche con chocolate. Ya eres "grande" y debes hacer "carretes" con baile y ojalá "copete". Quizá por eso desde los 15 hasta los 20 no volví a celebrar mi cumpleaños. Nunca me adapté a ser un adolscente normal.
En la universidad tuve mis mejores cumpleaños. Recuerdo uno en particular. Jamás había sido tan saludado como cuando cumplí 21. Sé que es una superficialidad, pero es muy agradable que te saluden, te abracen y te deseen cosas buenas. Se siente muy bien recibir tarjetas y algún lápiz o chocolate de añadidura.
Los años pasaron por mí, como pasan por la mayoría de las personas, dejando huellas imborrables. Buenos recuerdos, grandes dolores, remordimientos incurables, alegrías y etapas que no viví. Me cuesta creer que viví tantos años preguntándome si este año encontraría un amor... ¡Qué cosas!
No puedo evitar sentirme melancólico en este momento. Pienso en lo que he hecho, pero pienso más en lo que no he hecho. Siempre es difícil aceptar que no se puede recuperar el tiempo perdido. Cuesta resignarse a que lo que no se vivió, lo que no se hizo ya nunca podrá hacerse o vivirse. No puedo volver y decir lo que no dije, abrazar a quien no abracé, besar a quien debí atreverme a hacerlo.
¿Pude haber sido otro? Sólo Dios lo sabe. La gracia está en aprender a vivir con lo que somos y seguir intentando alcanzar nuestros sueños, porque en el fondo son éstos, los sueños, los que te dan la fuerza para vencer el desánimo y la indecisión.
Lo malo es que cada día, sueño menos.

martes, 3 de octubre de 2006


Los libros y yo

Hay olores que nos encantan. Todos tenemos nuestros preferidos. Por ejemplo, cuando era estudiante, muchas veces sentía el olor de las mujeres recién perfumadas en la mañana, cuando pasaba junto a ellas en la micro. Llegué a pensar, en una ocasión, "esta mujer huele a verano". ¿Qué cosas, no?
Sin embargo, otro de mis aromas favoritos no es tan sensual como el de las bellas mujeres, pero es igualmente poderoso para mí: el olor de los libros, el olor a biblioteca, a galería de la calle San Diego. Ese olor del papel amarillo y reseco, de las tapas desteñidas, de la negra tinta sobre el papel.
¿Cuándo nació este amor por los libros, por la literatura? No lo sé a ciencia cierta, pero creo tener una noción. Antes de la reforma, no existían todos esos libros infantiles que leen los niños hoy -léase Barco a vapor, por ejemplo-, por lo que leíamos los clásicos en cuanto a aventuras se refiere. Tocó, cierto buen día, que después de leer varios Papeluchos que sí me habían gustado, mi profesora nos mandara leer Colmillo blanco. Escuché a mis compañeros quejarse acerca de lo largo que era el libro, pero, por sobre todo, sobre lo aburrido que resultaba leer. Para mí, la lectura era algo habitual. Crecí en casa de mis abuelos, mi tata leía todo el tiempo, dos o tres libros a la vez. El diario, al menos los domingos, era sagrado. En mi casa, había una biblioteca abundante y añosa. Mi padres se encargaron de aumentarla, comprando enciclopedias, colecciones y diccionarios. ¿Por qué habría entonces de resultarme fome leer?
No obstante, quizá prejuiciado por los nefastos comentarios de mis compañeros, no conseguía avanzar en la lectura de Colmillo blanco. Mi madre se dio cuenta de esta situación, y en lugar de llamarme la atención por estar viendo Pipiripao en vez de leer, hizo algo de lo que estaré agradecido por toda mi vida: tomó el libro, me dijo que me tendiera juento a ella en la cama, y comenzó a leerme. Aún no podía concentrarme y me aburría, pero ella me dijo "imagina. Imagina que es una película. Cierra los ojos e imagina". Entonces la vi. Era la nieve, los bosque, los perros y los lobos. Era Kiche y sus cachorros que aparecían, de súbito ante mí. Por primera vez en mi vida me di cuenta de estar en un espectáculo creado para mí. Era el director de la película, tenía el guion, ahora solo debía filmarla. ¡Qué maravilla fue ese día!
Desde ese entonces, jamás dejé de leer, y mi apetito ante los libros solo era comparable con el de los helados.
Prácticamente todos los clásicos Zig-Zag pasaron ante mis ávidas pupilas. Julio Verne, Salgari, London, Manuel Rojas... ¡Qué humanidad hay en Manuel Rojas! ¡en sus personajes desarraigados y sufrientes, pero poseedores de una dignidad universal! Muchos años después, esas características las encontré en los personajes de Óscar Castro y su maravillosa La vida simplemente.
Fui reprendido duramente muchas noches a causa de mis deseos de leer hasta altas horas, y creo que debo usar gafas hoy, por el mal hábito de leer con la luz apagada y bajo la colcha. Y probablemente, mi papá nunca sabrá que fui tan feliz, cuando a mi hermano y a mí nos leía cada noche un fragmento de 20.000 leguas de viaje submarino.
Había leído a chilenos y europeos, pero a casi ningún hispanoamericano, pero cuando gané el concurso de cuentos de mi liceo, el premio fue un libro: Crónica de una muerte anunciada. ¡Aquello fue encontrarse con otra realidad, que a mis quince años, era incapaz de explicar!
En mi mente, todavía retumban esas palabras como si fuesen parte de un conjuro: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar la remota tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Tan maravillosa como Cien años de soledad es la novela de amor más humana que he leído, y también es de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera.
Perdón, ya sé que me estoy extendciendo demasiado, pero ¿Cómo dejar afuera a Borges y Cortázar?, ¿si son capaces con sus cuentos de ganarte por knock-out y dejarte en silencio y con los ojos abieros por largo rato? ¿Cómo no mencionar a Benedetti y su Tregua, que me dejo llorando una hora sobre la cama? ¿Cómo no nombrar a Kafka, a Carpentier, a Camus? ¿Cómo no contarles que yo también sufro de los mismos males de Martín Romaña, trasunto de Bryce Echenique? ¿De qué manera no hablar de los traumático y fascinate que resultó leer 2666 o Los detectives salvajes del finado Bolaño? ¿Cómo no hacer una pequeña referencia a un Gigante Egoísta, a Un Príncipe feliz o a un Fantasma de Canterville? ¿Es posible no hablar de la poesía alada de Neruda, la sensualidad de Garcilaso, la desasón de Mistral, la profundidad de Quevedo, la acidez de Parra? Imposible y doloroso resultaría para mí dejar a alguien fuera.

Favor no se molesten, ya me llevo mi boca.
Para terminar, solo quisiera hacer mención al mejor libro que existe (y si alguien no está de acuerdo, que se atenga a las consecuencias), y, lo siento Señor, no me refiero a la Biblia, sino a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Por ahí decía un famoso quijotista: "dichosos los que no han leído el Quijote, pues aún tienen algo importante que hacer en la vida".

Disculpen el apasionamiento, pero habló un hombre que sobre el papel, ha podido ser muchas veces, lo que nunca será en la realidad.
Vale.

miércoles, 20 de septiembre de 2006

La "Maldita" primavera.

Como todos los años ha llegado la primavera. Ya sé que en este momento, desocupado lector, está pensando en que lo que acabo de señalar es una obviedad, pero permítame esa licencia.
Durante años -tal vez por 20 años-, me dediqué a maldecir la estación de la flores. Desde el momento en que una brisna de viento llegaba a mi rostro trayendo el perfume de las flores en ciernes, mi ánimo, si es que aún era posible, empezaba a disminuir. Y es que me quedaba tan bien el frío y la lluvia. La hojas secas, la tierra húmeda, los vidrios empañados, los abrigos largos y los paraguas. Pero no, por más que lo deseara, la vida a la que tanto temía avanzaba avasalladora ante mí, sobre mí.
Escucahaba a la gente decirse, amorosamente, "¿Escuchaste a los pajarillos cantar hoy en la mañana?" "¿Oíste al zorzal trinar?". Y claro que lo había oído, cochinos pajarracos, despertándome a las cuatro de la mañana con su estridente gritar y gritar. Y qué decir de las policromáticas flores: ¡que bellos colores, qué hermosas texturas, qué maravillosos perfumes, QUÉ INCRÍBLES PARTÍCULAS DE POLEN!... y así, tener que sonarse constantemente, tomar clorfenamina, tener que respirar las pelucitas que soltaban los plátanos orientales que algún paisajista, de cuya madre siempre me acuerdo, tuvo la genial ideas de plantar por casi todo Santiago.
Se nos va septiembre, nos viene octubre. A diario ver noticias de suicidas, soportar crepúsculos de película, mirar un cielo celeste, surcado por algodonadas nubes y volantines cortados, a su vez, estos últimos, perseguidos por mocosos dispuestos a dar su vida por un trozo de papel con dos palos de coligüe.
Para que hablar de lo desagradable que resultaba no poder pasear tranquilo por plazas y parques. Intentar caminar por el césped y tropezar con cientos, con miles de parejas jurándose amor eterno, besándose con pasión, haciéndose arrumacos. ¡Me cortaban la digestión! Desde lejos los miraba con saña. "por que no se van a estudiar mejor" pensaba mientras fruncía aún más el ceño y ponía mi cara más torva. Por dentro, desde mi centro, desde el corazón mismo manaba como de una fuente, la bilis que me corroía hasta la médula.
Pero, sin lugar a dudas, lo que más me enfermaba, era la secreta certeza de que nada era cierto. Saber, muy dentro de mí, que no odiaba la primavera, que me gustaban los días soleados, que habría querido llevarme todas las flores conmigo. La verdad, tan cierta como que hay Dios, de que era una envidia casi piadosa la que me impulsaba a insultar a los amantes primaverales y sus caminares de la mano. Me gustaba el invierno, porque en mi amargura, en mi eterno vestir de gris, pasaba desapercibido, la gente no me veía, no necesitaba explicar mi soledad. Creía, realmente, que mis largos abrigos ocultaban mi existencia; como si el paraguas ocultara la vergüenza de querer amar y no encontrar a quién ni cómo.
Hoy, aún tengo que tomar antihistamínicos, pero la primavera se ha reconciliado conmigo. Perdón, yo me reconcilié con ella. Me cuesta reconocerlo, pero sí me gusta la primavera, tanto como tener a ese alguien con quien compartirla. A ese alguien con quien caminar de la mano por los parques, a pesar de tener que estar sonándome a cada rato. Tener, por fin, a quien regalar mis flores que crecieron al aparo de la sombra por tanto tiempo.
Y llegará la primavera todos los años, porque como dijo Neruda: "podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera".

miércoles, 13 de septiembre de 2006


¡¡¡Güeragüeragüei!!!

¿Qué nos hace chilenos?
La respuesta no es sencilla. O quizá lo es demasiado.
En estricto rigor, nacimos en un territorio delimitado y nuestra acta de nacimiento nos confirma de nacionalidad chilena. Lo dice nuestro carné, nuestro currículo y el hecho de que la mayoría conoce la Canción Nacional (al menos la parte que siempre se canta).
Sin embargo, no podría decir que eso me hace chileno. Es más fácil decir que NO me hace chileno (entiéndase que es una opinión muy personal):
- La selección de "fúrbol" y mucho menos las mujeres que orbitan a los furbolistas.
- La mal llamada farándula
- El patriotismo exacerbado (más bien el chovinismo)
- Los chistes de chilenos ("porque, se han fijado, la picardía del chileno...")
- Las dictaduras
- El Chino Ríos
- Las fondas
- Los mall y todas los "parade" aunque sean love
- Los avisos comerciales de cerveza
- ETC, ETC...

Ahora, que me hace sentir chileno:
- Nuestra historia, aunque tenga muchos yerros (es obvio, ¿no?)
- La democracia
- Pedro Aguirre Cerda
- Los poetas
- El San Cristóbal, el Mapocho, El Maipo, la cordillera...
- El olor de la tierra húmeda del sur
- La humitas con harto tomate debajo de un parrón...
- Los obreros, los profesores... los estudiantes
- La hermandad hispanoamericana
- El castellano
- La injusticia (porque nos obliga a combatirla)
- El padre Hurtado
- La cueca
- Valparaíso, Chiloé, Isla Negra, Valle del Elqui...
- Etc...

Pero, pese a todo, creo que lo que más me hace chileno es que, aunque quiero conocer el mundo y salir, no me gustaría vivir en otro lado que no fuera este pedazo de tierra y mar "que nos dio por baluarte el Señor", porque acá, en Chile, nos quedan muchas, muchísimas cosas buenas por hacer.
¡Viva Chile, mierda!

jueves, 7 de septiembre de 2006


Vampiro soy.

Lo venía sospechando hacía tiempo. Pero ya lo he confirmado plenamente. Soy un vampiro. Pero a diferencia del seductor conde Drácula yo no chupo la sangre de nadie. Claro está que tampoco tengo castillo ni capa, y tampoco tengo la facultad de transformarme en murciélago y, pese a que no me gustan los ajos, no resultan mortales para mí. En cuanto a una estaca en el corazón, creo que eso sí podría matarme.
Mas lejos de bromas, sí creo tener algo de vampiro en mi ser. Cuando estoy solo, me es fácil caer en la melancolía y en la tristeza. Cuando me encuentro rodeado de gente, cuando puedo conversar, bromear, aprender o enseñar, me siento alegre, "nutrido", se podría decir.
Y es que soy el vampiro de las alegrías y energías de las personas. Chupo su vitalidad, succiono sus esperanzas y anhelos, sorbo las pequeñas tragedias cotidianas. Me alimento de sus historias.
En cierta forma, proyecto mi vida en sus vidas. Me pregunto cómo sería vivir sus experiencias, estar en sus pellejos. La imaginación debe ser otro regalo de Prometeo a los hombres. Y es que cada persona es una historia que se relaciona con otro y ésta con otra hasta el infinito. Todos somos círculos que nos interceptaremos en algún punto, infinitamente.
Si me preguntaran, diría que soy copuchento. Me encanta escuchar historias ajenas; imaginarme el rostro de la mujer infiel, del marido cornudo, el patrón explotador, el cabro chico insoportable. Escuchar chistes y bromear. Esa es la sangre que succiono de los demás, impúnemente.
Y esas vidas de otros, también las vivo yo, y puedo ser muchos más, en un tiempo.

domingo, 3 de septiembre de 2006


Tenemos Parranda parra rato...

Así es, queridos ciudadanos. Así que, sáquense los cocodrilos de los bolsillos y dense un tiempo para visitar las Obras Públicas de Nicanor Parra en el centro cultural Palacio de la Moneda. Estoy seguro que se divertirán o se ofenderán, pero no quedarán indiferentes. Les dejo un jeroglífico para que se diviertan mientras:

TBC
TπC
TKG
TDG
IBB
GGG

;-)

viernes, 1 de septiembre de 2006


About me...

Quizá alguien se preguntó por qué "De vocación amarga..." El siguiente fragmento de una gran novela lo expresa de una manera imposible de superar. Definitivamente, ando en mis días amargos. Disfrútenlos.

La "esperanza" de volver a verla (reflexionó Bruno con melancólica ironía). Y también se dijo: ¿no serán todas las esperanzas de los hombres tan grotescas como éstas? Ya qué dada la índole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de producirse, sólo nos proporcionarían frustración y amargura: motivo por el cual los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante, aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse siempre fuerte y vigoroso, necesitase de vez en cuando de un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión.

Ernesto Sábato: Sobre héroes y tumbas.

jueves, 31 de agosto de 2006

Un día de esos...

Hoy fue un día de esos.
Fue uno de aquellos días en que se piensa, simplemente, no debí levantarme. No, no debí. No tomé desayuno, salí atrasado, llegué corriendo a mi trabajo... y el día recién empezaba.
Siempre tuve el anhelo de ser como una piedra "porque ésa ya no siente", pero Dios se encargó de hacerme más sencible de lo que quisiera. ¿En qué podría afectarme que una alumna me falte el respeto? Soy adulto, estudié pedagogía y se supone que sé manejar esas cosas. Pero no es cierto. Me duele. Me afecta. Mis alumnos ni imaginan cuánto me duele cuando no puedo hacer una clase por el desorden y el bullicio. Ni piensan cuán apenado me siento cuando sé y los veo haciendo otras cosas, escuchando música, comiendo en clases, hablando por celular. Por otro lado, el experto soy yo. Pero quisiera ser como esa piedra a la que ni el aire o la humedad traspasan. Pero soy una esponja de mar, en un mar tan inmenso. Me siento, de pronto, el hombre más incapaz y solo del mundo. Solo ante Dios.
Me enteré, en la tarde de una noticia trágica. No la comentaré. No tendría sentido hacerlo. Trato de mantener la compostura, de mantenerme sereno, como una persona adulta (recuerdo: persona significa máscara), pero apenas soporto las náuseas y las ganas de salir corriendo y sentarme en un parque, en un café o en cualquier lugar en que pueda respirar. Sin embargo, no escapo. La vida no es (y no tiene porque ser) un lecho de rosas. Después de todo, si yo sufro, ¿No sufren, acaso, también los demás? Y si río, ¿no hay quien ría también?
Probablemente mañana, ante la puerta del carro del metro, viendo mi reflejo en el vidrio, volveré a pensar "¿y si no bajo?. ¿Y si sigo de largo?" No lo haré, lo sé. La libertad y la imaginación son tan amigas como lo son la responsabilidad y la razón.
Mejor me voy a dormir, ya ni sé lo que digo. Me demoré en escribir porque, para coronar el día, no me funcionaba el mouse ni los puerto USB. Uf.

Después de todo, como bien se dice en la última escena de Lo que el viento se llevó, "Mañana será otro día".
Gracias a Dios.

domingo, 27 de agosto de 2006


Ubi sunt...?

La ocurrencia de ponerme a escribir este blog me ha permitido ponerme nuevamente en contacto con varios amigos con los que no hablaba hacía mucho. Con amigos de infancia y adolescencia, "de esta juventud dorada, de esta segunda inocencia". No niego que eso despierta en mí un extraño sentimiento, que es alegría y pena a la vez, y que quizá podría llamarse melancolía. Y es que el tiempo, cuando recuerdas, se concentra todo en tu garganta, en tu pecho, en tu estómago. Te hace sonreír con los ojos tristes. Te hace recordar: "nosotros, los de entonces ya no somos los mismos".
A veces, por las noches, antes de dormir miro unos autoadhesivos fosforescentes que están pegados al techo. Son una pequeñas estrellas que una compañera de universidad me regaló en tercer año. Allí están desde entonces, y al verlos cominza mi corazón a revivir "Aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas" El olor del peda después de la lluvia, el café de la mañana, las conversaciones con mis amigas, las clases en que conversabamos con el primitivo chat de la última hoja de nuestros cuadernos. En esa época, no creía ser feliz. Hoy estoy seguro de haberlo sido.
Me custa mucho recordar la básica. Todo parece como cubierto de neblina. De pronto, me vienen chispazos, voces, imágenes. Pero solo eso. De la media, es un poco menos. Al menos de mi paso por el liceo, me queda una gran herida, o más bien una gran cicatriz que recordar.
Tengo pocos amigos, pero me acuerdo perfectamente de ellos y, aunque suene lo más cursi del mundo, los guardo muy dentro de mi corazón.
Me he sorprendido varias veces revisando mis viejos cuadernos. Buscando pequeños papeles sueltos dentro de ellos. Fragmentos del tiempo que se quedaron allí. He colgado fotos de mi familia y amigos en las paredes de mi pieza y, en ocasiones, me las quedo mirando por largo rato.

¿Será que en eso consiste envejecer?

jueves, 24 de agosto de 2006

Moda...
¿Singularizarse para pluralizarse?

El diccionario de la RAE (la que "limpia, fija y da esplendor") define la moda como: Uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país, con especialidad en los trajes, telas y adornos, principalmente los recién introducidos. Pese a que a mí esta definición me queda bastante clara, al parecer muchos hoy no la entienden bien.
Gracias a la inauguración de la línea 4A del Metro de Santiago, ahora tengo la posibilidad no sólo de llegar antes al trabajo, sino también la de observar más gente y más heterogénea. A esa hora los que más viajan son estudiantes, inclusive a veces me encuentro con alguno de mis alumnos. Hoy fue así, y él mismo reparó en algo que hace tiempo ya venía pensando. Me dijo: "Profe, todos se cortan el pelo igual", refiriendose a los escolares del vagón. Y era verdad. Y no solo el pelo, la ropa, los accesorios, las zapatillas... ¡Todo era increíblemente parecido en sus vestimentas!
No ha sido una discusión nueva esta de la moda con algunos de mis alumnos o alumnas. "¿Por que te perforas el cuerpo o usas los pantalones a mitad del traste" he preguntado varias veces y siempre recibo las mismas respuestas:
  • "Porque se ve bakán" (con esos argumentos, menos mal que no les atrae la política...)
  • "Porque es el estilo de la música que me gusta" (se imaginan que a todos los que les gusta Beethoven piensen que para poder escucharlo dignamente deben vestirse como él)
  • "Porque va contra el sistema".
De todas las respuestas, esta última es la que más llama mi atención. No se imaginan cuanto me divierto ácidamente escuchando las ponencias de "qué es el sistema" que me dan los atribulados muchachos. ¡Cómo les han vendido la pomada, por Dios!
¿Así que uniformarse de acuerdo a cierta tribu urbana es ir contra el sistema? Pobres lo que piensan así...
Por cuántos años escuchamos a los escolares quejarse de el uniforme de pingüino que debíamos usar (recuerdo que hasta habían chalecos azul marino con un pingüino como insignia), pero ahora andan todos vestidos iguales... ¿Y el corte de pelo? No querían usarlo corto, pero ahora se ven más uniformados que antes.
Si el uniforme los hacía parecer soldados conscriptos, ahora parecen soldados con uniforme de fiesta. Resulta que querer ser únicos y particualares por la forma de vestirse terminó siendo todo lo contrario. Y vamos pagando 40.000 pesos por las zapatillas de cuero sintético que hizo algún esclavo chino o inmigrante ilegal. Luchamos contra el tan vapuleado sistema enriqueciendo al dueño de la marca de ropa que compramos. ¡No meten en dedo en la boca y pagamos por eso!
¡Dios nos libre!
No quiero parecer extremista. A mi también me gusta verme bien (dentro de mis limitadísimas posibilidades) usando cierta ropa. La moda es algo normal, pero no puede ser el centro de mi vida, mi preocupación primera.
Para luchar contra la injusticia, no se necesitan ni piercings, ni expansiones, ni zapatillas and1, ni pantalones a la cadera. Si no me creen, pregúntenle a Ghandi, el padre Hurtado, el che Guevara y, como no, a Jesucristo.

miércoles, 23 de agosto de 2006

Hola.
Aún no sé bien qué haré con este pequeño pedacito de ciberespacio. Supongo que lo más conveniente será dar a conocer al mundo (más bien, a quienes les interese) mi parecer sobre las cosas que pienso y siempre callo. Debo confesar que hace tiempo quería tener mi propio Blog, pero la desidia que me caracteriza siempre termina por ganarme. En fin, hoy me sobrepuse.
Ojalá que el trabajo me deje el tiempo necesario para mantener la férrea intención que tengo de publicar períodicamente. Y ojalá, también, que no me olvide de hacerlo.
Eso por ahora, y bienvenidos a mi pedacito de mundo -virtual-.

martes, 22 de agosto de 2006

Pingüinos, again...

Tuve la oportunidad de vivir muy de cerca las movilizaciones de los estudiantes secundarios el pasado mes de mayo. Como actor del proceso enseñanza - aprendizaje (este término le encanta a los pedagogos), viví en carne propia algunas de las consecuancias de las movilizaciones.
Compartí y comparto aún muchas de las demandas de los estudiantes. Chile no puede darse el lujo de hipotecar, como lo ha venido haciendo desde hace varios años, el futuro de generaciones enteras de jóvenes que, seamos en esto sinceros, han recibido en gran número, una educación deficiente o mediocre.
¿Cómo no compartir las legítimas aspiraciones de un estudiante que desea no congelarse en matemáticas porque su sala se llueve o no tiene ventanas? ¿de qué manera podría no estarse de acuerdo con los reclamos acerca de sostenedores sinvergüenzas, que invierten recursos públicos en una nueva piscina para sus casas en lugar de más libros para sus colegios?
Claro que apoyo a los estudiantes en sus aspiraciones legítimas. La educación debe mejorar sí o sí, y estoy seguro que ellos han escrito un pedazo de historia con su movimiento.
Sin emabargo, ya no puedo estar tan de acuerdo con las formas en que muchas veces se enfrenta el problema. Hoy, en las noticias, nuevamente se ha visto movilizaciones escolares y, lamentablemente, también violencia. Ese no es el camino, no puede serlo nunca.
Sé que para quienes han esperado mucho, lo que se está haciendo o estudiando puede parece escaso o lento, pero creo que esperar y dialogar es el mejor camino a seguir.
La demanda de calidad en la educación es algo a lo que todos quienes participamos en en ese proceso debemos aspirar, y es por eso que también dentro del aula tenemos que estar comprometidos; alumnos, profesores y apoderados, buscando la mejor educación. Una educación no para el mercado, sino para hombres libres, creativos y solidarios.
Por ahora, a estudiar, a conversar y debatir.