sábado, 12 de septiembre de 2009

Mi dolor no es menos...


Me ha costado un tanto acostumbrarme a mi nueva vida de desempleado... bueno, eso y el hecho de estar medio "tocado" de la cabeza y del espíritu. Supongo que sentirse extraño es algo normal después de experimentar cambios tan bruscos como súbitos en la vida. Hace dos semanas, era un profesor con siete años de antigüedad y hoy... hoy ya no sé lo que soy. O tal vez sí: soy un desempleado, un cesante ilustrado. Al menos, lo elegí yo, y no fue tan difícil ante la disyuntiva: o salto del tercer piso del colegio o lo que es peor, tiro a alguien del tercer piso del colegio. Y aquí estoy, con mis años a cuestas, mi dolor de espalda que me parece ya parte del paisaje, mis bruscos cambios de humor, mi apatía criminal, mi pena profunda. 
¿Cuántos años hacía que me levantaba antes de las seis de la mañana? Ya no recuerdo, me parece que siempre. Como me parece que siempre hubiese estado dentro de una sala de clases, ora como estudiante, ora como profesor. ¿Cómo no va a ser raro entonces, levantarse y descubrir que se tiene todo el tiempo del mundo por delante... ? Hoy me sobra el tiempo, pero me faltan las ganas, los objetivos. 
Ahora mido el tiempo no en horas pedagógicas, recreos y campanadas, sino por intervalo entre cápsulas y pastillas, visitas al médico y a las farmacias.
Ahora, mi teléfono suena y suena, pero no contesto.
Ahora recibo mensajes y correos, pero no contesto.
Ahora cierro las ventanas, las cortinas y me escondo.
No quiero ver a nadie... al menos por ahora. Necesito paz por un tiempo, necesito pensar (volver) a pensar con claridad, volver a encontrar el amor por las cosas que amaba y ahora miro con desdén, con abulia. Necesito, quiero, volver a gozar con un libro, con la escritura, con la conversación. Me urge disfrutar los viajes en micro o en tren, imaginar, soñar, reir... reir de verdad, sin esa mueca que se me instaló en la cara hace tiempo, sin darme cuenta cuándo, cómo ni dónde.
Y, sin embargo, no se puede dejar atrás lo vivido. No se puede olvidar el tiempo vivido, no de puede simplemente olvidar el amor, el cariño. Porque sé que el costo de intentar sanar mi ajada alma no fue solo renunciar a un trabajo que hace tiempo me hacía infeliz, sino también renunciar a las personas y a las cosas que quería, que quiero.
¿Por qué? es la pregunta habitual de los mensajes que recibo. ¿Por qué...? Hay tantos  porqués ahora... quisiera decirles a todos mis amigos, mis compañeros que dejé allá, tan lejos me parece ahora, en el colegio, decirles, robándome las palabras de Milanés: "que mi dolor no es menos y lo peor es que ya no puedo sentir..." Sé que el tema de esa bella canción no viene al caso, pero al escucharla, me parece que sí podría equipararla a mi situación. "Por mi parte esperaba que un día el tiempo se hiciera cargo del fin". Así fue, el tiempo llegó al fin.
Y, qué tontería, me pregunto cosas como, ¿qué será de mi tarjeta del reloj control? ¿De mi tazón para el café? ¿De mi estante? ¿De los libros que abandoné? ¿De mi silla y mi chaleco? ¿De la corchetera, los lápices, las fotos, mi timbre?
¿Qué será, Señor, de mí?