lunes, 27 de noviembre de 2006


La fe

Nunca he podido llegar a la certeza plena acerca de si la fe es una cuestión fácil o difícil. Hay días en que creo que no existe nada más sencillo que tenerla, basta con entregarse, con tener la mente y, sobre todo, el corazón dispuesto a creer. No cuestionarse las cosas, simplemente recibir, percibir, decirse "sí, todo es verdad, no necesito ver. Me basta con sentir". En Dios creo pues, aunque jamás lo he visto, veo todo los días su sombra, que es la vida; la mía, la de todos.

Sin embargo, en otros días la fe se me complica. Necesito pruebas, necesito la empírica. Ver, tocar, probar. Saber que nada es un sueño, una quimera. Tener la escritura y no sólo el compromiso. Esto me pasa menos con cosas trascendentes que con las pequeñas cosas de todos los días. No sé que nombre darle, pero para mí es más fácil cree en Dios que creer en el cariño que alguien me profese (palabra que tiene relación con fe). Debe ser, sin duda, la inseguridad.

Como somos los seres humanos imperfectos -y yo en mayor escala- tendemos a dudar de los demás. Aún cuando sabemos que esa duda es irracional y, lisa y llanamente, estúpida. Lamentablemente, ese dudar va de la mano con la falta de acciones y, en gran medida también, con la autocomplacencia.

Me di cuenta de lo anterior sólo el sábado recién pasado. Durante una comfirmación a la que fui invitado, viendo a esos jóvenes confirmar su fe en Cristo y la iglesia, recordé que un día también yo lo hice. Me sentí bien, otra vez entoné las canciones que tanto me gustaba cantar (verbigracia, "aclaró", o la "Canción del misionero") y en ese ambiente de la iglesia estaba cómodo, contento. Me sentí así porque estaba en contacto con mi fe, porque la fe no se pierde, lo que sucede es que se atrofía, igual que los músculos que no se ejercitan. Al menos a mí eso me pasa. Si no estoy cerca de lo que creo, mi creer pierde la vitalidad. No sé si es un defecto o no. Creo que sí.

¿Y si no me llaman una noche? ¿Cuál será mi reacción? ¿Podría alguien medianamente inteligente como yo, creer que porque a uno no lo llaman una noche, ya no lo quieren? ¿Podrán mis sentimientos falquear in absentia?

Debo ejercitar mi capacidad de creer, de tener fe inquebrantable. Hasta ahora soy como una llama que arde fuertemente cuando está cerca de otro fuego, pero que comienza a extinguirse cuando se separa de la otra flama. Es mi fuego el que debe acrecentarse para alcanzar al otro. Arder y arder, para nunca apagarse.

Después de todo, el combustible siempre está más cerca de lo que uno cree.

P.D.: Un poema muy hermoso, que algo tiene que ver con esto.

"Qué alegría vivir" (Pedro Salinas)


Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida —¡qué transporte ya!—, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.

(de La voz a ti debida)