lunes, 2 de mayo de 2011

Pax hominibus bonae voluntatis



El primero de mayo del 2011 terminó no con noticias acerca de grandes e importantes reformas laborales (no creo que se produjeran de todas maneras), sino con la sorpresiva información de que uno de los hombres más buscados y odiados del planeta, el saudí Osama Bin Laden estaba muerto. En septiembre próximo, se cumplirían diez años desde el atroz atentado al World Trade Center en Nueva York que costó la vida de miles de personas y fue un duro golpe al corazón de los Estados Unidos, es decir, a su centro financiero. Desde entonces, además, se inició una de las cacerías más gigantescas y mortíferas que los seres humanos hemos presenciado. La consigna era acabar con la mente maestra detrás de los atentados, contra el líder fanático, contra el financista, contra el monstruo que una vez los mismos Estados Unidos habían creado. Sí, porque aunque no lo quisieron reconocer nunca, Bin Laden había sido una creación de Estados Unidos, tal como antes lo fuera Sadam Husein. Porque si algo deja tras de sí la política internacional de los Estados Unidos, es un reguero de dictadores neo mesíanicos, fanáticos y sumamente crueles. Si no, pregúntele a los hispanoamericanos entre los 60 y los 90.
Pues bien, Osama está muerto. Al fin, exclamarán muchos. Pero la amenaza sigue latente. El peligro, tal vez, ahora sea mayor. La sed de venganza (la misma que movió a los estadounidenses) ahora quema las gargantas de hombres y mujeres presas de un fanatismo irracional que no trepidarán en inmolarse por lo que ellos llaman "su causa". Nuevamente, un sentimiento de inquietud se respira en los aeropuertos y en las estaciones de trenes. 
¿Terminará esto un día? Nebuloso se ve el futuro (así lo diría Yoda), el lado oscuro de la fuerza lo nubla todo. Yo quiero creer en la paz. Necesito hacerlo. Pero, amigos míos, no creo que esa paz llegue de la mano de asesinatos e invasiones. Por supuesto que no llegará tampoco en atentados y en terror. Aunque les suene iluso, amables lectores, sigo creyendo que el día de la paz solo podrá llegar cuando el respeto y el reconocimiento de la dignidad y libertad de los otros sea la forma de enfrentar la vida. Cuando los ricos, los poderosos comprendan que la tierra y sus enormes riquezas no les pertenecen, sino que son para y de todos. El día en que un país como los Estados Unidos de Norteamérica deje de gastar la inmoralidad de millones de dólares que gasta en misiles y armas, deje de invadir países pensando en su bienestar económico, el día en que reconozcan, humildemente, ante los demás pueblos de la tierra en que se han equivocado y se compramentan a no hacerlo más.
Ningún terrorismo surge espontáneamente. Su germen siempre es la injusticia. Yo no defiendo a los terroristas ni creo en sus causas, pero tampoco creo en el imperialismo que con garras y fusiles busca imponer sus designios.
Quiera Dios que algún día, los hijos de nuestros hijos, alcancen a ver no solo la luz del día, sino tambiém la luz de la paz.
Vale.