miércoles, 1 de octubre de 2008


¡Y dijimos que no!

Hay cosas que permanecen en nuestras mentes y nuestros corazones para siempre. Hermosos o terribles recuerdos indelebles (aunque como bien dice García Márquez, nuestra memoria tiende a purificar los malos recuerdos) que llevaremos dentro querámoslo o no. Tal vez el recuerdo de esa Navidad y tu primera bicicleta. O tal vez ese primer amor que no te dejaba dormir y donde eras feliz regodeándote en el sufrimiento. Tu examen de título, una campaña publicitaria, esas vacaciones memorables. Todos tenemos algo para no olvidar. Yo tengo muchas cosas que no olvido y una de ellas es la campaña del NO y el plebiscito del año 1988.
Claro que no voté. Por mi edad, ni siquiera debí, tal vez, haberme preocupado de una cosa llamada dictadura o de ese monstruo abstracto que era Pinochet. Pero en una casa como la mía, con una familia como la mía, nadie, ni lo niños, podíamos sustraernos a acontecimientos de la trascendencia del plebiscito de 1988.
Como no, si desde siempre me inculcaron que el mayor orgullo, el máximo honor para cualquier chileno era ser presidente de la República y que cualquier chileno podía serlo si se esforzaba y era honesto y deseaba, antes que nada, el bien para sus compatriotas. En el colegio también nos lo decían. Eran otros tiempos, donde aún celebrábamos el 21 de mayo, donde cantábamos la canción nacional todos los lunes (aunque nunca con la estrofa aquélla). A pesar de que no había partidos políticos, congreso o elecciones períodicas, había una cultura que nos educaba, nos impelía hacía la democracia y la civilidad. Volvería un día, sí volvería.
Y volvió en octubre, un mes especial para mí. Y todas las noches no me perdía la franja, no me perdía a Patricio Bañados y su voz profunda invitándonos a no tener miedo. Junto a mi abuelo vi la cara de desesperación de Raquel Correa cuando no podía hacer callar a Lagos. ¡Y yo que tenía solo ocho años me acuerdo de eso!
Me acuerdo de que durante el plebiscito, dieron el Correcaminos casi toda la tarde, que mis padres y mis tíos y mis abuelos se paseaban de un lado para otro. Y me acuerdo que ya bien entrada la noche vi llorar a mucha gente de alegría y yo estaba alegre porque sabía que algo bueno había pasado aunque no lo tenía muy claro todavía, pero a los ocho años intuí que palabras como exilio, secuestro, degollado, quemado, dictadura, dejarían de escucharse tanto.
Y después, uno años después, un estadio nacional repleto, una cancha cubierta con la bandera de Chile, un civil llevando después de 17 años la banda de los presidentes.
Muchos se han quejado de que la alegría no llegó como quisiéramos. Les concedo eso, pero la alegría llegó en pequeñas dosis y claro que falta mucho más. La concertación es culpable, pero no es la única culpable. Tanto no querían cometer los errores del pasado que terminaron por no soñar demasiado y llevarle el amén a quienes llevan la batuta de la economía. Eso es responsabilidad de la concertación. Pero también nosotros, todos los chilenos, en nuestra apatía, en nuestra decidía, en nuestro interminable echarle la culpa a los demás que "no abren los espacios", hemos sido cómplices de no construir un Chile más justo para todos.
¿Sabrán los jóvenes, los adolescentes, los niños de hoy lo maravilloso que es poder decir lo que se piensa? No saben que tesoro tienen y por eso lo malgastan. Ya lo decía don Quijote: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida..."
Hace 20 años los chilenos se aventuraron en la libertad.

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La canción de la franja del No aquí
Denle un vistazo a la del Sí, porque es horrible.