miércoles, 9 de junio de 2010

Lo que Chile no sintió



¡Ay, si el desatino tuviera límites! Pero no, señores. No lo tiene. Así como la estupidez humana que tampoco  tiene. Bien nos lo demostró nuestro a estas alturas ex embajador en Argentina que, en un arranque de sinceridad derechista pocas veces visto, se mandó unas declaraciones dignas de ser grabadas en bronce y guardadas en  los anales de la Historia universal de la estupidez. Lo hizo, además, en uno de los medios más importantes y difundidos de la república Argentina. Lo hizo, a sabiendas, de que nuestros hermanos argentinos sintieron también en carne propia los rigores de una dictadura militar, lo hizo a pesar de que por más que él, la derecha y el actual gobiernos han intentado una y otra vez echarle tierra encima a la historia reciente de nuestro país. 

La entrevista aparecida en El Clarín en sí es bastante insólita, Basta con leer que nuestro embajador no tenía idea que Estados Unidos había tenido algo que ver con  el golpe de Estado ("pronunciamiento militar" lo llama él, lindo eufemismo), quizá también ignora que no solo en Chile, sino en toda Latinoamérica. Pero yo solo quiero detenerme en una de sus declaraciones: la de que la mayoría de Chile no sintió la dictadura, es más, se sintió aliviada de vivir en dictadura.

Yo esperaría que una persona de más de treinta años se sintiera profundamente ofendida por estas declaraciones. Y claro, como no, si las palabras del embajador Otero equivalen a decir que las personas en Chile se sintieron felices de pasar casi dos décadas sin la molesta obligación de elegir a sus autoridades. Casi veinte años liberados de pensar, disentir, poner el grito en el cielo si se le daba la gana. Quiso decir, el señor Otero, que por todo el régimen militar la gente no sintió miedo del carabinero en la esquina, del auto estacionado frente a la casa, de meterse al sindicato, de participar en una reunión política por inocente que fuera. No, claro que no. La gente no sintió que le privatizasen las empresas que eran de todos, que las vendieran a precios irrisorios, entre cuatro paredes. La gente no sintió nada cuando ponía y ponía recursos de amparo para que el ministerio del interior se dignara a decirles dónde estaban sus familiares subidos en plena vía pública a la fuerza en siniestros Opalas negros. No, queridos lectores, los chilenos no sintieron nada cuando pasaron casi diez años con toque de queda, cuando se acabaron los teatros, las peñas, los shows de revista, las inocentes fiestas familiares sin autorización previa de la autoridad competente. No sentían nada cuando civiles no identificados se apersonaban en las fábricas, en las colas del banco, en las salas de espera de los hospitales... nada de nada se sentía cuando en 17 años no se levantó un hospital, no se compró un vagón de tren, cuando se municipalizó la salud y la educación, cuando se impuso una constitución de chiste con chilenos de primera, segunda y tercera clase... cuando se les redujo en dos tercios la pensión a los pensionados, cuando se privatizó el fondo de pensiones... no, seguramente los obreros no sintieron nada cuando una a una las fábricas se fueron cerrando, cuando el vecino no regresó nunca más del Estadio Nacional, o de Tres o Cuatro Álamos... o si regresó, digamos de Villa Grimaldi, de Venda Sexy, de Londres 38, ya nunca fue el mismo...

No. No sentimos nada. Cuando a mis seis años mi papá lloraba por los compañeros degollados y tirados a la orilla del camino. No, nada se sintió cuando unos años después, en Pisagua, aparecían esas personas vendadas, amarradas de pies y manos, apiladas unas sobre otras, aún con sus lentes, con sus camisas, con sus billeteras, como detenidas en el tiempo... fusiladas sin un proceso, sin el derecho a un abogado ni a un juez, sin derecho a un velorio, a un entierro, a una misa por sus almas. 

Se equivocó señor ex embajador Otero. Usted quizá no sintió la dictadura. Usted y sus amigos. Pero la mayoría de los chilenos sí la sintieron y sus efectos se sienten hasta hoy. Porque gran parte de lo malo que somos hoy se lo debemos a esa dictadura y a gente como usted, señor ex embajador Otero.