domingo, 27 de agosto de 2006


Ubi sunt...?

La ocurrencia de ponerme a escribir este blog me ha permitido ponerme nuevamente en contacto con varios amigos con los que no hablaba hacía mucho. Con amigos de infancia y adolescencia, "de esta juventud dorada, de esta segunda inocencia". No niego que eso despierta en mí un extraño sentimiento, que es alegría y pena a la vez, y que quizá podría llamarse melancolía. Y es que el tiempo, cuando recuerdas, se concentra todo en tu garganta, en tu pecho, en tu estómago. Te hace sonreír con los ojos tristes. Te hace recordar: "nosotros, los de entonces ya no somos los mismos".
A veces, por las noches, antes de dormir miro unos autoadhesivos fosforescentes que están pegados al techo. Son una pequeñas estrellas que una compañera de universidad me regaló en tercer año. Allí están desde entonces, y al verlos cominza mi corazón a revivir "Aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas" El olor del peda después de la lluvia, el café de la mañana, las conversaciones con mis amigas, las clases en que conversabamos con el primitivo chat de la última hoja de nuestros cuadernos. En esa época, no creía ser feliz. Hoy estoy seguro de haberlo sido.
Me custa mucho recordar la básica. Todo parece como cubierto de neblina. De pronto, me vienen chispazos, voces, imágenes. Pero solo eso. De la media, es un poco menos. Al menos de mi paso por el liceo, me queda una gran herida, o más bien una gran cicatriz que recordar.
Tengo pocos amigos, pero me acuerdo perfectamente de ellos y, aunque suene lo más cursi del mundo, los guardo muy dentro de mi corazón.
Me he sorprendido varias veces revisando mis viejos cuadernos. Buscando pequeños papeles sueltos dentro de ellos. Fragmentos del tiempo que se quedaron allí. He colgado fotos de mi familia y amigos en las paredes de mi pieza y, en ocasiones, me las quedo mirando por largo rato.

¿Será que en eso consiste envejecer?