miércoles, 27 de octubre de 2010

Un cuento de hadas: "The chilean way".


Érase una vez, en un lejano confín del mundo, existía un reino maravilloso, próspero y feliz. Su gente se contaba entre la más alegre del mundo y los avances de su sociedad eran seguidos con atención por el resto del planeta. Inclusive, estos avances se convirtieron en material de exportación para otras sociedades menos desarrolladas o -derechamente- decadentes, como las europeas.
Ustedes, queridos niños, se preguntarán ¿Y qué hacía a este reino tan, pero tan maravilloso? Pues bien, mis ternuras, se los contaré.
Resulta que antes, en tiempos oscuros, este reino estuvo gobernado por distintos reyes. Algunos más tiránicos que otros, pero todos incompetentes. El más terrible de todos, cuyo nombre no diré porque es tabú, era tan, pero tan incompetente que quiso repartir la riqueza del reino entre todos los súbditos. Esto, claro está, molestó a la nobleza que, por razones obvias se opuso a tal medida. Han de saber que los nobles son ricos porque Dios así lo quiso. Así que nada de rebeliones contra los mandatos divinos. Bueno, sigamos. A pesar de la oposición de la nobleza, el rey loco continúo con sus planes y, a tanto llegó, que incluso le expropió los feudos a varios señores del reino y, no solo eso, sino que también estatizó minas y empresas de grandes burgueses del Reino del Norte. 
Como era de esperarse, el Reino del Norte no iba a tolerar semejante desfachatez del rey loco y decidió ayudar a la nobleza nacional a derrocar al rey que estaba llevando al caos marxista comunista a nuestra querida patria. Para eso donó varios millones de galeones de oro a la causa. En fin, a tanto llegó la cosa que no quedó más remedió al valeroso ejército del reino que intervenir en el asunto. Fue así que el gallardo y valiente caballero August, montado en su fiel dragón lanza fuego, bombardeó el castillo real para obligar al rey loco a "dimitir". Lamentablemente el rey no quiso hacer caso y prefirió el suicidio a una largas vacaciones en Cuba, lo que claramente confirma su estado de locura.
En premio a su heroísmo de enfrentar a una docena de hombres con todo el ejército, August se autodesignó rey y capitán general del Reino. Así pasó a ser August I. La tarea de reconstruir la patria no fue fácil. Hubo que hacer grandes esfuerzos, pero el pueblo estaba dispuesto a hacerlos gracias a su gran sentido patriótico y no, como algunos mal hablados dicen, porque estuviesen siendo encañonados permanentemente. Durante ese periodo muchos malos chilenos siervos del reino desaparecieron misteriosamente. Lo más seguro es que se arrancaron para no trabajar los muy vagos.
Sin embargo, August I, que era muy instruido en armas, tortura y combate desde el escritorio, no tenía idea de economía. Ante esa situación, sus nobles le consiguieron excelentes ministros de hacienda y economía que habían estudiado en prestigiosos colleges del Reino del Norte. Estos ministros, jóvenes y llenos de buenas ideas, llegaron a la conclusión de que el reino tenía más empresas de las que necesitaba y que era menester deshacerse de ellas. Empresas que, por lo demás, no eran gran cosa... digamos unas lineas aéreas, dos compañías de telecomunicaciones, un laboratorio que fabricaba medicamentos baratos, distribuidoras de agua potable, generadoras de electricidad, entre otras. Como esas empresas eran tan, pero tan problemáticas, la única forma de extirparlas del Estado fue vendiéndolas a precios minúsculos para que algunos buenos y solidarios ciudadanos del reino y extranjeros (principalmente del Reino de Hispania) las compraran por pura filantropía. 
A pesar de estas medidas, todavía no se podía levantar la economía del reino, por lo que, en una nueva demostración de amor por la patria, los jubilados renunciaron a dos tercios de sus pensiones, los profesores a la mitad de sus sueldos, los enfermos a su derecho a la salud gratuita, los estudiantes a la gratuidad en la educación. Todo, lo que fuera, por su amado reino. En gratitud, August I y su séquito, premiaron al pueblo creado las AFP y las Isapres, para que sus ahorros de pensión y su salud dejaran de depender del obsoleto e ineficiente Estado y fueran administrados por privados desinteresados que, por puro amor al prójimo, aceptarían esos dineros para hacerlos fructificar.
Pero como nada es eterno, August I entregó su cargo en los plazos que la constitución (que él mismo redactó) del reino establecía. Vinieron veinte años de oscuridad. De pocos avances. Hubo cuatro reyes en ese tiempo que buscaron manchar el buen nombre de August, pero no lo consiguieron. En todo caso, administraron muy bien la herencia de August y, a pesar de criticarla, no cambiaron nada. 
Pero luego de la tempestad viene el sol... después de veinte años de ineficiencia, años en que el reino se llenó de delincuentes y puertas giratorias en las cárceles, asumió un nuevo rey: Tatán el Magno, cuyo lema heráldico fue: "Ich über alles". 
Tatán el Magno vino a poner las cosas en orden. Le restituyó la grandeza al reino. Era un rey en terreno, de acción. Con sus propias manos rescató a unos siervos que se quedaron atrapados en una mina por un accidente imprevisible. Por esto se hizo famoso en el orbe entero. A donde fuera llevaba consigo el pergamino que los siervos atrapados le regalaron que versaba: "Estamos bien gracias a usted. Mañana estaremos mejor".
Resumir las obras de Tatán el Magno es casi imposible. Solo podemos destacar algunas cosas, como haber vestido de túnicas rojas a toda la corte real, profundizar y perfeccionar las reformas económicas de August I, deshacerse de las últimas empresas ineficientes del Estado, sacar a los zánganos apátridas de la administración del reino, regalar al pueblo múltiples circos para su deleite y distracción, otorgar mayor seguridad al reino enrejando y electrificando calles y pasajes, establecer impuestos justos a las mineras extranjeras invariables en 80 años, delegar definitivamente a los filántropos privados la educación y la salud del reino, etcétera, etcétera...
Tan maravilloso es el milagro de este reino, que los otros reinos del mundo, cuando quieren decir que algo se hizo bien, dicen "Do it the chilean way".
¡Qué afortunados somos! ¿No?

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