El malo de la película
Yo soy el malo de la película. Siempre lo he sido y, probablemente, siempre lo seré. Ese es mi sino trágico. Bueno, la verdad ya estoy bastante acostumbrado, empecé desde mis más tierna infancia. En las obras escolares nunca califiqué para el héroe, no tanto por mis dotes actorales como por mi apariencia. Es comprensible, ¿qué damisela en peligro que se preciara de ser tal habría dejado que un esperpento como yo la rescatase? En cambio, siempre estaba el premio de consuelo, al ayudante cómico, el Sempronio, el "patiño" del verdadero héroe. O el villano, el ser abominable que siempre, siempre, siempre era derrotado. Como yo era (soy) un experto en derrotas, calzaba mejor con el papel del villano.
Así me fui acostumbrando al tajo justiciero del héroe, mientras éstos se acostumbraban a los dulces besos de las heroínas. Lo más cómico, si es que puede ser llamado así realmente, es que el papel de malo se fue haciendo parte de mí en la vida diaria. Nunca ayudaba a mis hermanos con sus estudios como se esperaba del mayor. Nunca saqué las notas que mi inteligencia tendría que haberme garantizado. Mis cuentos eran buenos, pero, siempre salían segundos en los concursos. Siempre fui un buen amigo, pero no calificaba como "hombre" de ninguna de mis compañeras.
Y, como nada parecía darme resultado, empecé a probar con el sarcasmo, la crítica y la ironía. Allí estaba Felipe, el ogro, sentado en el rincón más oscuro de la sala, sin polola, con uno o dos amigos, leyendo y hablando cosas que nadie más entiende, riéndose de sus estúpidas y "vacías" compañeras y de sus limítrofes compañeros. En la casa fue lo mismo. Decidí reducir mis risas al mínimo y ser lo más amargo posible en mis comentarios. Y me sentía bien, al menos ahora, estaría solo con motivos y no como antes, solo porque sí.
Quizá por eso, cuando vi Shrek me identifiqué tanto con él...
Después, cuando crecí y maduré y conocí a otras personas maravillosas, traté de renunciar a la máscara del eterno malo, de endulzarme un poco, de "ser mejor". Pero parece que cada vez que trataba de ser mejor solo me equivocaba más y hacía más daño. Fuera lo que hiciese siempre terminaba siendo otra vez el malo, el pesado, el que estaba equivocado o el que dañaba a los demás. Mis argumentos no lograban convencer, como fuese, el error siempre era mío.
Traté, por Dios que traté, de no ser ese murciélago negro y amargado, triste sempiterno, patético y solitario, pero me rindo. Renuncio. Me cansé de pedir perdón y convencerme de que no tengo razón a pesar de saber que la tengo. Ya no seré yo el que siempre dé marcha atrás. ¿Para qué? ¿Para recibir migajas de amor, de cariño? ¿Para que otros me sonrían hipócritamente?
Por unos años creí que algo brillaba dentro de mí. Ahora ya no sé si se extinguió o quizá nunca existió realmente.
Yo soy el malo de la película, y como tal sé de antemano que seré derrotado...
Así me fui acostumbrando al tajo justiciero del héroe, mientras éstos se acostumbraban a los dulces besos de las heroínas. Lo más cómico, si es que puede ser llamado así realmente, es que el papel de malo se fue haciendo parte de mí en la vida diaria. Nunca ayudaba a mis hermanos con sus estudios como se esperaba del mayor. Nunca saqué las notas que mi inteligencia tendría que haberme garantizado. Mis cuentos eran buenos, pero, siempre salían segundos en los concursos. Siempre fui un buen amigo, pero no calificaba como "hombre" de ninguna de mis compañeras.
Y, como nada parecía darme resultado, empecé a probar con el sarcasmo, la crítica y la ironía. Allí estaba Felipe, el ogro, sentado en el rincón más oscuro de la sala, sin polola, con uno o dos amigos, leyendo y hablando cosas que nadie más entiende, riéndose de sus estúpidas y "vacías" compañeras y de sus limítrofes compañeros. En la casa fue lo mismo. Decidí reducir mis risas al mínimo y ser lo más amargo posible en mis comentarios. Y me sentía bien, al menos ahora, estaría solo con motivos y no como antes, solo porque sí.
Quizá por eso, cuando vi Shrek me identifiqué tanto con él...
Después, cuando crecí y maduré y conocí a otras personas maravillosas, traté de renunciar a la máscara del eterno malo, de endulzarme un poco, de "ser mejor". Pero parece que cada vez que trataba de ser mejor solo me equivocaba más y hacía más daño. Fuera lo que hiciese siempre terminaba siendo otra vez el malo, el pesado, el que estaba equivocado o el que dañaba a los demás. Mis argumentos no lograban convencer, como fuese, el error siempre era mío.
Traté, por Dios que traté, de no ser ese murciélago negro y amargado, triste sempiterno, patético y solitario, pero me rindo. Renuncio. Me cansé de pedir perdón y convencerme de que no tengo razón a pesar de saber que la tengo. Ya no seré yo el que siempre dé marcha atrás. ¿Para qué? ¿Para recibir migajas de amor, de cariño? ¿Para que otros me sonrían hipócritamente?
Por unos años creí que algo brillaba dentro de mí. Ahora ya no sé si se extinguió o quizá nunca existió realmente.
Yo soy el malo de la película, y como tal sé de antemano que seré derrotado...
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