El túnel
Pensaba, en esta ocasión, escribir acerca de lo que está ocurriendo en el país, principalmente con lo que está pasando en el tema de la educación y ese error histórico que se quiere cometer remplazando una nefasta LOCE por una enmascarada LGE. Y hablo en pretérito, porque hasta ayer ese era mi tema central. Pero ayer, al parecer Blogger estaba en mantención y no pude acceder a él. Pero hoy, ya sé que escribiré de otra cosa.
Como les conté antes, me encuentro en una crisis existencial. Una crisis "blue, blue, blue", diría Martín Romaña, ese gran personaje trasunto de su creador: Alfredo Bryce Echenique. Solo que yo, ni estoy en París ni he conseguido un sillón Voltaire donde sentarme a pasar mi melancólica vida. Eso, y el hecho concreto de que mi vida no es tan interesante como para hacer de ella una novela.
En fin. Regresé al fin mi trabajo, a ese "mesón inconfortable" a embrutecerme con el sonsonete de las "quinientas horas semanales" No ha sido fácil. Los casi diez días de descanso me hicieron sentir todavía más horror del regreso. Pensaba en la torre de pruebas por corregir que me aguardaban, en las pruebas y planificaciones que construir, en los cada vez más molestos apoderados que atender, en los interminables viajes en un metro cada vez más lleno. Y en ellos, sí, en ellos. Los alumnos; esos que cada vez me escuchan, respetan y quieren menos. En ellos que convierten la sala en un chiquero. En ellos que no se callan nunca, que asisten a clases con aros y piercings pese a lo que diga el reglamento. En ellos que no se leen los libros que le doy, que bajan resúmenes de resúmenes de personas que leyeron resúmenes desde el Rincón del vago. Pienso en los fotolog donde se exhiben e insultan entre ellos, en las amenazas que se hacen con el otro curso, en los celulares perdidos que cual Sherlock o Padre Brown debo intentar encontrar, pese a que los celulares no son materiales de estudio. ¡Pienso en las horrorosas reuniones de apoderados donde debo escuchar todo -recalco- TODO lo que los apoderados quieran decir de mi persona, las personas de mis colegas y el colegio. Aceptar estoicamente que personas que no sabe nada de educación cuestionen lo que se les dé en gana y respirar profundo, cerrar los ojos y soñar por una fracción de segundo que uno es libre de todo y está sentado frente al mar, con la única certeza de que mañana no hay nada más que hacer que sentarse otra vez frente al mar.
Tal es mi nivel de neurosis.
Hoy, mi jefe directo me citó a su oficina. Yo ya me imaginaba para qué. Amablemente me hizo ver su preocupación por mi pobre desempeño del último tiempo. ¿Qué te pasa? ¿A qué se debe esa desmotivación? Acepté cual reo rematado los cargos. Tenía razón. Ya no soy el mismo de hace tres años, que se levantaba a las cinco y media de la mañana y a las siete y diez ya estaba corrigiendo pruebas en la sala de profesores. "Este trabajo es ingrato, y muchas veces no se ven los frutos. No esperes las gracias". Me dijo. Es verdad. Tiene razón. Pero todavía no logro entender que ser profesor es un trabajo como cualquier otro y sigo viéndole el lado romántico a la cuestión. Todavía creo que tengo personas en la sala y no seres inferiores que no saben comportarse.
¿He equivocado el rumbo? Todo me dice que sí. Ruego, pido, imploro por un cambio en mí. Pero todavía parece que recién entro en el túnel y el puntito de luz al final casi no se ve. Como yo, cuando me miro al espejo. No me reconozco. Sé que soy yo, pero pareciera que el espejo siempre está empañado.
Me comprometí a cumplir con mis obligaciones más expeditamente e intentar no desalentarme tanto frente a cursos, como el 8º o el 4º, que casi no trabajan. Sé la inmensa responsabilidad que tengo en mis manos y cumpliré mi trabajo de la mejor forma. Son personas, al fin y al cabo y siguen siendo más importantes que una fotocopiadora o cualquier máquina con que otros trabajan.
Sigo firme en mi intención de salir cuanto antes del túnel oscuro que atravieso, pero sé que si no lo logro de aquí a diciembre deberé dar un paso al lado. Por esos "ellos" y por mí. Será triste, otra vez, porque será una nueva confirmación de la seguidilla de errores que ha sido mi vida. Otro sueño más que no fue verdad.
Vale.
Como les conté antes, me encuentro en una crisis existencial. Una crisis "blue, blue, blue", diría Martín Romaña, ese gran personaje trasunto de su creador: Alfredo Bryce Echenique. Solo que yo, ni estoy en París ni he conseguido un sillón Voltaire donde sentarme a pasar mi melancólica vida. Eso, y el hecho concreto de que mi vida no es tan interesante como para hacer de ella una novela.
En fin. Regresé al fin mi trabajo, a ese "mesón inconfortable" a embrutecerme con el sonsonete de las "quinientas horas semanales" No ha sido fácil. Los casi diez días de descanso me hicieron sentir todavía más horror del regreso. Pensaba en la torre de pruebas por corregir que me aguardaban, en las pruebas y planificaciones que construir, en los cada vez más molestos apoderados que atender, en los interminables viajes en un metro cada vez más lleno. Y en ellos, sí, en ellos. Los alumnos; esos que cada vez me escuchan, respetan y quieren menos. En ellos que convierten la sala en un chiquero. En ellos que no se callan nunca, que asisten a clases con aros y piercings pese a lo que diga el reglamento. En ellos que no se leen los libros que le doy, que bajan resúmenes de resúmenes de personas que leyeron resúmenes desde el Rincón del vago. Pienso en los fotolog donde se exhiben e insultan entre ellos, en las amenazas que se hacen con el otro curso, en los celulares perdidos que cual Sherlock o Padre Brown debo intentar encontrar, pese a que los celulares no son materiales de estudio. ¡Pienso en las horrorosas reuniones de apoderados donde debo escuchar todo -recalco- TODO lo que los apoderados quieran decir de mi persona, las personas de mis colegas y el colegio. Aceptar estoicamente que personas que no sabe nada de educación cuestionen lo que se les dé en gana y respirar profundo, cerrar los ojos y soñar por una fracción de segundo que uno es libre de todo y está sentado frente al mar, con la única certeza de que mañana no hay nada más que hacer que sentarse otra vez frente al mar.
Tal es mi nivel de neurosis.
Hoy, mi jefe directo me citó a su oficina. Yo ya me imaginaba para qué. Amablemente me hizo ver su preocupación por mi pobre desempeño del último tiempo. ¿Qué te pasa? ¿A qué se debe esa desmotivación? Acepté cual reo rematado los cargos. Tenía razón. Ya no soy el mismo de hace tres años, que se levantaba a las cinco y media de la mañana y a las siete y diez ya estaba corrigiendo pruebas en la sala de profesores. "Este trabajo es ingrato, y muchas veces no se ven los frutos. No esperes las gracias". Me dijo. Es verdad. Tiene razón. Pero todavía no logro entender que ser profesor es un trabajo como cualquier otro y sigo viéndole el lado romántico a la cuestión. Todavía creo que tengo personas en la sala y no seres inferiores que no saben comportarse.
¿He equivocado el rumbo? Todo me dice que sí. Ruego, pido, imploro por un cambio en mí. Pero todavía parece que recién entro en el túnel y el puntito de luz al final casi no se ve. Como yo, cuando me miro al espejo. No me reconozco. Sé que soy yo, pero pareciera que el espejo siempre está empañado.
Me comprometí a cumplir con mis obligaciones más expeditamente e intentar no desalentarme tanto frente a cursos, como el 8º o el 4º, que casi no trabajan. Sé la inmensa responsabilidad que tengo en mis manos y cumpliré mi trabajo de la mejor forma. Son personas, al fin y al cabo y siguen siendo más importantes que una fotocopiadora o cualquier máquina con que otros trabajan.
Sigo firme en mi intención de salir cuanto antes del túnel oscuro que atravieso, pero sé que si no lo logro de aquí a diciembre deberé dar un paso al lado. Por esos "ellos" y por mí. Será triste, otra vez, porque será una nueva confirmación de la seguidilla de errores que ha sido mi vida. Otro sueño más que no fue verdad.
Vale.