La indecisión
Estoy escribiendo al fin. Me ha costado bastante decidirme a hacerlo. Vencer la inmensa abulia que me carcome desde dentro, superar esa pesadez de mi alma, que contagia cada fibra de mi cuerpo.
Con el tiempo, me he ido convenciendo de que lo difícil no es emprender una tarea; lo difícil, lo realmente difícil, es decidirse a comenzar. Y mi vida ha estado llena de esa flagelante y culposa indecisión. Probablemente, este problema proviene de la formación de la que somos el resultado. Mi carácter pasó por el tamiz incierto del pacifismo; del no molestar. "No hagas lo que no quieres que te hagan" se transformó en mi consigna, pero también lo fue el "no molestes" "no hagas el redículo" "la risa abunda en la boca de..." "La inteligencia es proporcional a la seriedad" "el espíritu prevalece sobre la carne" y muchas otras más.
Por lo anterior, me convertí desde pequeño en un ser que se debatía entre el pasar desapercibido y el sobresalir, lo que a fin de cuentas, es una mezcla de agua y aceite, algo que a la postre no junta ni pega.
En consecuencia: nunca destaqué en nada. Probablemente, fui el alumno más perfectamente estándar de mi generación. Quizá también el más deseable por el modelo educacional chileno: lo suficientemente normal para no reprobar y lo suficientemente bruto para no opacar a nadie. Fui (aunque, casi con seguridad aún lo soy) un producto fácil de digerir, agradable al paladar, pero inocuo, que no deja regusto y, por sobre todo, fácil de olvidar. Mucha gente me conoció, conversó conmigo, me sonrió, pero no me recordarían ni aunque fuésemos vecinos.
No los culpo por olvidarme. Es muy sencillo echar al olvido a alguien que jamás tuvo la voluntad de ser "algo" en la vida. Y por algo, no me refiero a tener un título o comprarse una casa o un auto. Eso lo hace cualquiera con un poco de suerte y una pizca de esfuerzo. Por ser "algo" me refiuero a "hacer algo", bien o mal, pero a hacerlo, a actuar, moverse; a arrastrar y no simplemente flotar cómodamente.
¿Cuánto no me atrevo? ¿cuánto "mejor que no" ha habido en mi vida? ¿Cuántas oportunidades desperdiciadas? ¿Cuántos sueños infecundos?
¿Decir: "me gustas" es tan difícil? ¿decir "no", decir "sí"? Evidentemente, es más fácil decir "podría ser" o "lo voy a pensar"
La mayoría de los sueños se mueren porque no se atrevió alguien a realizarlos. Yo soy uno de ésos, que prefiere mirar el bosque antes de atravesarlo, por lo mismo, nunca será un gran hombre. Para mí, las cosas y las personas, son objetos de estudio, no de pasión. Ni la religión, ni la política ni las artes. De todo sé un poco, de nada me he hecho guerrero.
Los grandes hombres son los que se atrevieron a emprender el camino, aunque después se arrepientan de ello.
Nunca es tarde, dicen. El problema es: ¿me atreveré a tomar mi mochila y salir a caminar, algún día?
Estoy escribiendo al fin. Me ha costado bastante decidirme a hacerlo. Vencer la inmensa abulia que me carcome desde dentro, superar esa pesadez de mi alma, que contagia cada fibra de mi cuerpo.
Con el tiempo, me he ido convenciendo de que lo difícil no es emprender una tarea; lo difícil, lo realmente difícil, es decidirse a comenzar. Y mi vida ha estado llena de esa flagelante y culposa indecisión. Probablemente, este problema proviene de la formación de la que somos el resultado. Mi carácter pasó por el tamiz incierto del pacifismo; del no molestar. "No hagas lo que no quieres que te hagan" se transformó en mi consigna, pero también lo fue el "no molestes" "no hagas el redículo" "la risa abunda en la boca de..." "La inteligencia es proporcional a la seriedad" "el espíritu prevalece sobre la carne" y muchas otras más.
Por lo anterior, me convertí desde pequeño en un ser que se debatía entre el pasar desapercibido y el sobresalir, lo que a fin de cuentas, es una mezcla de agua y aceite, algo que a la postre no junta ni pega.
En consecuencia: nunca destaqué en nada. Probablemente, fui el alumno más perfectamente estándar de mi generación. Quizá también el más deseable por el modelo educacional chileno: lo suficientemente normal para no reprobar y lo suficientemente bruto para no opacar a nadie. Fui (aunque, casi con seguridad aún lo soy) un producto fácil de digerir, agradable al paladar, pero inocuo, que no deja regusto y, por sobre todo, fácil de olvidar. Mucha gente me conoció, conversó conmigo, me sonrió, pero no me recordarían ni aunque fuésemos vecinos.
No los culpo por olvidarme. Es muy sencillo echar al olvido a alguien que jamás tuvo la voluntad de ser "algo" en la vida. Y por algo, no me refiero a tener un título o comprarse una casa o un auto. Eso lo hace cualquiera con un poco de suerte y una pizca de esfuerzo. Por ser "algo" me refiuero a "hacer algo", bien o mal, pero a hacerlo, a actuar, moverse; a arrastrar y no simplemente flotar cómodamente.
¿Cuánto no me atrevo? ¿cuánto "mejor que no" ha habido en mi vida? ¿Cuántas oportunidades desperdiciadas? ¿Cuántos sueños infecundos?
¿Decir: "me gustas" es tan difícil? ¿decir "no", decir "sí"? Evidentemente, es más fácil decir "podría ser" o "lo voy a pensar"
La mayoría de los sueños se mueren porque no se atrevió alguien a realizarlos. Yo soy uno de ésos, que prefiere mirar el bosque antes de atravesarlo, por lo mismo, nunca será un gran hombre. Para mí, las cosas y las personas, son objetos de estudio, no de pasión. Ni la religión, ni la política ni las artes. De todo sé un poco, de nada me he hecho guerrero.
Los grandes hombres son los que se atrevieron a emprender el camino, aunque después se arrepientan de ello.
Nunca es tarde, dicen. El problema es: ¿me atreveré a tomar mi mochila y salir a caminar, algún día?